‘Isla perdida’: Fernando Trueba no logra aunar dos de sus pasiones, el jazz y Patricia Highsmith

tommie.collins

New member
Registrado
27 Sep 2024
Mensajes
52
Tres años después de El año de las luces (1986) y otros tres antes de Belle époque (1992), dos películas magníficas y hermanas en muchos sentidos, sobre todo por su aire de comedia de la vida (política) con fondo amargo, Fernando Trueba dirigió uno de sus trabajos más desconocidos para las nuevas generaciones de cinéfilos, pese a ser la ganadora de seis premios Goya, incluyendo los de mejor película y mejor dirección: El sueño del mono loco (1989), aparente rara avis en la filmografía del director madrileño, era un noir repleto de ideas (quizá de demasiadas ideas, pero siempre es mejor tener demasiadas que pocas o ninguna), todas ellas de una rebosante perversidad.

Rodada en París, en inglés y con un reparto internacional encabezado por Jeff Goldblum, que venía de triunfar con La mosca, El sueño del mono loco comenzaba casi como una comedia sobre el mundo del cine (el protagonista era un reputado guionista). Sin embargo, bebiendo de los malsanos elementos del cine negro, de los ambiguos personajes del polar francés y de las novelas de Patricia Highsmith, la trama y la imagen se iban oscureciendo hasta tal punto que, vista de nuevo ahora, podría configurarse como el clarividente retrato de los pérfidos entresijos del cine francés de aquellos años, ese que ha saltado en los últimos tiempos de las páginas de cultura a las de sucesos con titulares sobre violaciones y pedofilia.

Viene esta larga introducción a cuento porque el veterano Trueba estrena nueva película con esencia de cine negro, punzadas de intriga, reparto internacional comandado por una estrella (en este caso, Matt Dillon) y una estructura dramática y fotográfica que también parte de la luz para ir alcanzando las tinieblas, cuando se revela la personalidad y el oscuro pasado de su protagonista. Isla perdida, rodada en Grecia, bien podría ser la hermana bastarda de El sueño del mono loco porque, además, se alimenta de la otra gran pasión artística del director junto al cine: el jazz.

Matt Dillon, en 'Isla perdida'

El dueño del restaurante que interpreta Dillon, que guarda un clarinete que dice no ser suyo pero que toca por las noches en la soledad de su diminuta isla cuando nadie lo oye, es puro Trueba releyendo a Highsmith mientras escucha sus discos de música. La generación del director de Calle 54, Chico & Rita y Dispararon al pianista siempre ha sentido fascinación dramática por esos personajes, almas masculinas torturadas con dedos de genio de la música y posible puño de violento psicópata, y en la vida real no son pocos sus paradigmas de carácter.

Ahora bien, esta vez el resultado no está a la altura del planteamiento. Isla perdida comienza mal con la presentación del personaje de la española recién llegada al restaurante para trabajar (Aida Folch), y esa parte luminosa con toques de comedia costumbrista que incluye incluso algún (mal) momento de comedia física. Mejora mucho con el idilio entre ambos y algunos de los componentes artísticos adyacentes, principalmente por la música del reputado Zbigniew Preisner, compositor de Kieslowski. Comandada por una mentira a lo Tom Ripley, es la parte más Highsmith de la película (Trueba es sincero y hasta mete un libro suyo en una secuencia), y la mejor. Pero cuando el thriller se apodera totalmente de la acción, la desigualdad renace, con algún instante de bochorno (el del mimo) y algunos buenos momentos de guion y puesta en escena, como el desenlace en torno al cansancio.

Dillon siempre tuvo mucha más presencia que registros, pero sigue siendo magnético. Por su lado, Aida Folch hace un buen trabajo, esforzado y naturalista. Sin embargo, juntos no acaban de cuajar. Al igual que los distintos elementos que, con amplio conocimiento de causa, pretende ensamblar Trueba.

Seguir leyendo

 

Miembros conectados

No hay miembros conectados.
Atrás
Arriba