‘Intermezzo’, de Sally Rooney: una novela correcta que no justifica un fenómeno literario

Fay_Collins

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Como con todo fenómeno de éxito, con Sally Rooney sucede que las expectativas condicionan nuestra lectura. Así, en el caso de que ustedes busquen en ella una renovación para la novela del siglo XXI, me temo que no encontrarán tal cosa. De ahí, supongo, las bofetadas que han recibido sus libros por parte de no pocas voces críticas. Ahora bien, Rooney es una buena narradora, aseada (sé que suena a sarcasmo malvado, pero esa no es la intención: busco rebajar las dichosas expectativas, no tumbar a una autora), atenta al detalle. Y es cierto que sus obras son un buen observatorio de la contemporaneidad, con un acento generacional muy marcado.

El problema es que, si bien lo que observa es contemporáneo y además lo entiende bien, las obras mismas delatan a una novelista más bien conservadora. No me refiero a lo que vota, claro, sino a cómo escribe: la estructura, el fraseo, el tono o la intencionalidad son inteligentes y eficaces, pero fáciles de asimilar a lo que un lector medio entiende por “novela literaria”. ¿Es eso malo? ¿Soy otro cariacontecido que la acusa de sentimentalidad comercial? No exactamente, entre otras razones, porque no es una acusación (y no creo que Rooney sea particularmente sentimentaloide, por cierto). No hagan caso a los haters: he aquí una buena novelista. Tampoco a los fans: no es una novelista muy importante.

Lo anterior, que es un comentario genérico, aplica también para el nuevo título de la irlandesa, Intermezzo, un volumen de más de 400 páginas que deja abundantes pistas de haber sido concebido como su trabajo más ambicioso, sin que ello derive necesariamente en el mejor resultado. En el fondo, su segunda novela, Gente normal, sigue gozando de un encanto particular que los libros siguientes no han reproducido del todo.

No hagan caso a los ‘haters’: he aquí una buena novelista. Tampoco a los fans: no es una novelista muy importante

En el caso que nos ocupa, los protagonistas son dos hermanos de carácter y vidas muy diferentes a los que conocemos bajo el influjo decisivo de la muerte de su padre. Esto le permite a Rooney rastrear la cotidianeidad de unos personajes que destilan rooneydad (no solo ellos, también las mujeres con las que interactúan), añadiendo además un nuevo círculo concéntrico a la gama de sus preocupaciones como narradora: la herencia familiar, el peso de ese legado en el destino individual, las constelaciones que se derivan del hogar infantil.

A decir verdad, me inquieta sonar más duro de lo que se merece la novela, que está llena de cosas buenas. Pienso en el abanico de registros sintácticos, con oraciones más o menos complejas, que la autora maneja en función del personaje al que siga; en el buen manejo técnico del montaje paralelo; o en el acierto con que presta atención al detalle. Sin embargo, hay otros tantos defectos que se percibe aquí y allá, todos menores, a veces incluso nimios, pero presentes. Y ahora estoy hablando de la sobrexplicación de los detalles escogidos para concretar los dilemas y las situaciones; la casi caricatura sociológica del personaje de Naomi (algo así como la amante de uno de los hermanos; dejémoslo así para que lo descubran ustedes mismos); o la vaga sensación de que la ambición se toca demasiado con la pretensión (por suerte, la condición de jugador de ajedrez del otro hermano no es explotada por Rooney con fines esnobs, y eso se agradece). Por último, tal vez una poda le habría sentado bien a Intermezzo, solo que entonces, tal vez, me temo, los editores originales y la autora habrían sentido que rebajaban la importancia del libro.

Si me preguntan a mí, la relación entre Ivan y Margaret, con una diferencia de 14 años de edad a favor de la mujer, es el hilo que mejor funciona y más me cautiva en estas páginas. En cambio, la cuestión central, que es la del padre que une a ambos hermanos, se me deshilacha un poco. No, exagero: no se deshilacha, es solo que, repito, Rooney no dice nada tan importante… Y no hay tema más importante que la muerte del padre.

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