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Ramon Besa
Guest
Andrés Iniesta podría jugar desnudo, por supuesto sin botas ni porterías, necesitado solo de la pelota con la que ha conquistado el mundo con su aura y fútbol de seda, ligero y sensible como un pájaro, humilde desde niño, cuando quedó atado de por vida a aquel árbol mayúsculo de la pista de Fuentealbilla, y desde siempre ciudadano anónimo con razón social en Barcelona. Una figura tan dulce que invita a un relato empalagoso que poco tiene que ver con su timidez y brevedad —”simple y corto, pero directo”, palabra de Guardiola— ni con su fútbol sincero, jugador único y centrocampista por excelencia, tan auténtico que merecería ser “patrimonio de la humanidad”, en afirmación de Luis Enrique.
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Iniesta: el jugador que paró el mundo
El centrocampista nunca fue un jugador de un solo entrenador, sino que su fútbol generó el mismo consenso en el banquillo que en la grada, en campo propio y ajeno, en Europa, América o Asia
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