Ingenieros para la chapuza

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Hace tiempo que las restricciones para el viaje forman parte intrínseca de la idea del viaje mismo. Cuando uno hace la maleta ya tiene en cuenta las renuncias obligadas. Sabe que no podrá cortarse las uñas por un tiempo ni sostener esa vana costumbre de mudarse de ropa cada día. Es penoso ver a todo bicho viviente obligado a llevar mochila, porque algo más grande es penalizado con recargos humillantes. Las aerolíneas reducen el tamaño incluso de los asientos y pronto tener piernas será considerado un impedimento. Ahora también en los trenes cada vez hay menos hueco para equipajes, así que no es raro ver maletas solitarias agitándose por los rellanos entre vagones. Pero hay algo peor, la percepción de que las fronteras son una forma de burdo filtro económico. La licencia de entrada se compra con dinero, eso lo sabemos bien en España, que vivíamos con ese eufemismo de las golden visa, donde los que compraban propiedades adquirían más rápido la nacionalidad sin que a los patriotas aquello les repatease.

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