danyka.legros
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Algunas ideas son tan estúpidas que sólo los intelectuales pueden creer en ellas, decía el publicista Michael Levine. Esta 'boutade' expresa una verdad enunciada por Karl Mannheim a principios de los años 30. Este profesor, que acabó sus días exiliado en Londres, sostenía que el rasgo diferencial de los intelectuales es su capacidad de formular utopías , de creer en lo que nadie considera posible.Mannheim distinguía entre la ideología, entendida como la expresión de intereses y una forma de dominio, y la utopía, la eterna aspiración del ser humano a cambiar la sociedad. Hay algo de ingenuo en esta concepción, pero creo que sigue siendo válida. Los intelectuales, los filósofos, los escritores y los opinadores deberían ser críticos con el poder. Entre otras razones, porque los gobiernos y los altos estamentos ya se preocupan de financiar un aparato que exalte sus acciones.Pero ser críticos con el poder no basta. Además, los intelectuales deberían ser capaces de aflorar el trasfondo oculto de las cosas, de sacar a la luz la engañosa apariencia de lo real. Deslumbrados por el espectáculo, corren el riesgo de dejarse llevar por lo obvio cuando no por lo políticamente correcto. El que piensa por su cuenta va siempre contracorriente y se arriesga a ser incomprendido o vilipendiado. Como subrayaba Freud, la razón habla en voz baja. O, tal vez, permanece en silencio. Hay que desentrañarla en una maraña de estereotipos y falsedades.Obsérvese que no digo la verdad sino la razón. La verdad es poliédrica y nadie puede apropiársela. Todos somos víctimas de nuestros sesgos y circunstancias, pero eso no debería impedirnos pensar, incluso contra nosotros mismos.Todo lo real incluye un elemento de negatividad, como ya sabían Adorno y los filósofos de Fráncfort. Pensar es negar lo real como inevitable, desmontar lo existente. Los gobernantes se amparan en una racionalidad de lo real que legitima sus miserias y encubre su afán de poder. El intelectual no debe esperar nada, sólo incomprensión y el desprecio de su entorno. El aplauso no sólo debilita, sino que también demuestra una falla en el enunciado. Los grandes visionarios como Galileo, Darwin, Freud o Nietzsche suscitaron un absoluto rechazo.Nunca faltarán, y menos ahora, quienes susurran al emperador lo que quiere escuchar. Y tampoco quienes aspiran a cinco minutos de gloria en la sociedad del espectáculo. Pero la razón, como la existencia de Dios, no se somete a votación o refrendo. Ni se mide por su impacto mediático. Sólo el tiempo es capaz de separar el grano de la paja. Las tonterías, al igual que cuando las nubes descargan su lluvia, tienden a desvanecerse. Los intelectuales están condenados a pensar solos y a ciegas, confiando en su instinto, sin dejarse halagar por quienes imponen la ideología sobre la utopía.
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