Duncan_Mertz
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 52
Daymé Arocena llegó temprano al Aeropuerto Internacional de Miami tras un largo y extenuante vuelo de ocho horas desde Brasil. En el Uber, de camino a casa de unas amigas, recibió un mensaje que anunciaba que el productor boricua Eduardo Cabra había sido nominado a los Latin Grammys en la categoría Productor del Año, un honor más a la lista de reconocimientos que cosecha el exintegrante de Calle 13. Al momento recibió otro mensaje. Leyó que era ella, no otra persona sino ella, la cubana de 32 años Daymé Arocena, una de las aspirantes al galardón de Canción del Año. Daymé, a quien el mundo le había hecho creer que no merecía tanto, que era negra, que era gorda, la cantautora que jamás alcanzó un premio en Cuba, la jazzista que juega con el jazz, que lo quiebra y lo recompone a su gusto, y que por tanto no encaja en la industria ni de la música ni de nada.
De camino en el Uber empezó a llorar y se le perdió la voz. El chofer la miró con pena desde su espejo retrovisor. La dejó en la casa de las amigas, le ayudó con las maletas, le dijo que todo iba a estar bien. Aún hoy, luego de varios días de la noticia, Daymé no cree que esté nominada en una de las categorías más codiciadas de los Latin Grammys.
— Llamé a mi terapeuta para contarle cómo me estaba sintiendo y me dijo: ‘te has preparado mucho en la vida para el rechazo, no para que te acepte la gente’.
A los 10 años, Daymé entró al Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, una escuela en La Habana a la que asistían en mayor medida “los hijos de la gente famosa, con dinero”. En la casa donde nació, un espacio de dos cuartos y un baño compartido por 14 personas, Daymé se levantaba a las cuatro de la madrugada para llegar a la escuela, ubicada al otro extremo de la ciudad. El día de su primer examen, para el que se preparó con esmero, cantó impecablemente delante de un jurado. Sus compañeras también cantaron, a algunas se les quebró la voz, a otras se les olvidó la letra. La peor nota fue la de Daymé. Salió corriendo del aula y se escondió en un jardín.
“Creo que fue la primera vez que creí que no me merecía las cosas”, asegura. “No porque seas talentosa la gente se va a hincar ante tu talento. Ese día, a los 10 años, yo entendí que el mundo no era así, y para mí menos era así. Que la gente se podía confundir, llorar, olvidarse y le iban a dar 98 puntos, mientras que a mí me iban a dar 90 haciéndolo bien. Recuerdo que ese día mi mamá me buscó por toda la escuela y cuando me encontró, ella, que es una mujer muy fuerte de carácter, me dijo: en estas escuelas tú tienes que estudiar para 200 para que te den 100. Con esa filosofía yo crecí, fajándome durante todos esos años”.
A los ocho años, Daymé ya menstruaba, tenía ovarios poliquísticos, era una niña que comía muy poco y engordaba mucho. Sus padres la llevaron al médico por su desorden hormonal. La operaron dos veces, una tercera para reducir sus senos que le llegaban casi a las piernas. “Yo siempre me pregunté por qué carajo yo era así”, dice. “Uno siempre piensa que hubiese sido todo más fácil si hubiese sido físicamente de otra manera”.
Daymé no tiene reparos en decir que sentía que era “un monstruito caminando por la calle”. “Vivimos en una sociedad donde no se muestran a las mujeres como yo, y somos un montón. Hay momentos que se siente como una carga y hoy entiendo que es la resistencia. Que yo tenía que ser así porque soy un reflejo viviente de lo que la gente no quiere asumir. En Latinoamérica la gente no quiere asumir la negritud que tiene. Quieren comer plátano frito, pero no quieren entender de dónde vienen. Quieren tener unas nalgas grandes, pero no quieren ser negras. Una bemba grande, pero no quieren ser negras. Pero cabrón, ¿y de dónde crees que viene eso? No es de los indígenas, ni de los blancos. Ese culo de 40 libras que tú quieres, y eso que te inyectas en el cuerpo, eso es negritud profunda y no lo quieren entender, ni aceptar. Si no tienen referentes como yo, no lo van a asumir nunca”.
Daymé recuerda el momento exacto en que a los problemas de toda su vida se sumaron los problemas con su país. En un congreso de la organización gubernamental Asociación Hermanos Saíz (AHS) preguntó al exministro de Cultura Abel Prieto por qué existían en Cuba las empresas artísticas y por qué los artistas no podían ser independientes. Prieto le respondió que sus ideas eran “ideas procapitalistas”, en desacuerdo con “el sistema revolucionario cubano”.
“Esa frase no la voy a olvidar nunca en mi vida. Cuando oí sus palabras, pensé: lo que sea que dije me va a costar caro. Llegué a mi casa temblando, caí en pánico”, confiesa Daymé, quien entendió que debía irse de Cuba. Luego despertaría en ella una conciencia política que la llevó a expresarse públicamente en varias ocasiones en contra del Gobierno. “Eso fue un antes y un después en mi vida. De lo que yo no era consciente era de que estaba cuestionando el sistema con esa pregunta”.
Hace unos años Daymé se instaló en Canadá, luego se trasladó a Puerto Rico. AlKemi, su quinto y último álbum, es una consecuencia de la pandemia y la emigración. Sin embargo A fuego lento, la canción elegida por el comité de los Latin Grammys que Daymé canta junto al dominicano Vicente García y que forma parte de ese álbum, no es una canción nueva, Daymé la hizo cuando tenía 19 años. Llegó como casi todas sus canciones: en sueños, unas veces de a pedacitos, otras más completas, y la escondió por más de una década.
“Al punto de que yo olvidé que esa canción existía”, cuenta. “Y si sale ahora es porque, primero, ya no tengo 19 años, ya no me da tanto miedo ser quien soy, el criterio ajeno, pero a los 19 yo era muy joven como para ser quien quería ser. Yo quería mucho ser reconocida como jazzista, que la gente no me viera solo como cantante. Todo el mundo lo primero que ve de mí es mi voz, pero yo escribo canciones desde que era niña, nadie me enseñó a escribir canciones, es de siempre. Me interesaba mucho que la gente notara eso, que se entendiera que mi mundo iba más allá de mi voz. Y queriendo satisfacer todo ese imaginario de la música, yo echaba para el lado todas las ideas que me venían a la mente, que no encajaban en ese espacio, que no lucían en ese mundo”.
Ese mundo al que Daymé se refiere, según dice, era uno completamente “machista”, donde nadie conoce a la mujer cantante o ni siquiera “se le ve como músico”. Daymé, una cantautora que no se rige por géneros musicales, que no tiene prejuicios de este tipo y lo mismo va de un jazz tradicional a un Cha cha chá o un reguetón, tuvo que emprender una carrera paralela de forcejeo con la industria.
“Está el mundo del jazz cubano y el mundo del jazz mundial, yo los conozco a los dos. Literalmente, el mejor cumplido que te podían hacer como cantante era decir: ‘pero ella también es músico’. Todavía es el mejor cumplido. Como si cantar no fuera hacer música. Y los cantantes en el contexto del jazz se vuelven un adorno. Yo no quería que la gente supiera que yo también era una persona profundamente pop, y que me gustaba consumir otro tipo de música. Deseaba demasiado que la comunidad jazzística cubana me reconociera y aceptara. Ese trauma no solo era en Cuba, luego tuve la posibilidad de hacer mis discos fuera del país y yo creía que hacía música super jazzística y cuando leía los review que me hacían las grandes revistas no me entendían. Para ellos la música jazzística cubana tenía que sonar al latin jazz tradicional. Nada que estuviera fuera de ese contexto lo iban a aceptar y entender”.
Al salir de Cuba, Daymé comenzó a estar en el ojo de la crítica mundial del jazz, donde celebraban su voz pero apenas miraban sus composiciones. “Aún hoy mucha gente no es consciente de que yo soy la autora de todas las canciones de todos mis discos. Yo soy cantautora. La gente te dice desde niña: ‘mija, tú eres muy talentosa, pero este mundo es muy difícil, eso no da un peso, canta jazz estándar, lo que todo el mundo canta, no tus canciones, y además eres negra y gordita”.
Daymé es una persona de pocas cosas. Podría recorrer el mundo con una maleta de mano. Pocos saben que podría pasar horas cocinando y que es una amante del reparto, esa especie de reguetón criollo, el género musical que emergió en los barrios más humildes de Cuba en los últimos años. “Soy profundamente repartera y lo defiendo a cabalidad”, insiste. “Yo digo que son la resistencia. En los años veinte estábamos bailando rumba y son; en los treinta, guaracha; en los cuarenta, Cha cha chá; en los cincuenta, mambo; en los sesenta, llegó el latin jazz, y de ahí para allá se acabó la música cubana. Toda esa generación de gente bailando de pronto se sustituyó por una guitarra pensante para mandar un mensaje que ellos querían mandar. Para los setenta empezó Chucho Valdés con una nueva visión del jazz, de ahí se desprende el songo con los Van Van. Y de pronto apareció la timba en los noventa, y fue la resistencia, en esos años cuando se cayó un poco la fachada de Cuba, la bonanza, y volvimos a la agresividad, a la timba feroz, a nuestra esencia. La gente que salió el 11 de julio a las calles no son los que escuchan trova, son los que están pasando hambre y oyendo reparto. Porque el reparto no tiene nada que perder”.
En Cuba, Daymé nunca ganó un premio de los más importantes certámenes de jazz. Una vez fuera, su miedo, como el de muchos artistas cubanos, era no poder volver a hacer música. Nunca antes ninguno de sus discos había sido inscrito o sometido a una evaluación de un jurado de los Latin Grammys. “Los Grammys siempre son un gran misterio. La industria musical luce como un monstruo inaccesible”, dice. Fue su equipo, el mismo de su productor Eduardo Cabra, quienes hicieron el trámite. “Yo hice todo lo que me dijeron que tenía que hacer, pero no contaba con ser nominada absolutamente a nada”.
Daymé tiene varias razones para explicar por qué no esperaba la nominación: “Primero, porque vengo de un entorno en Cuba en el que nunca me han dado nada. Al mismo tiempo, Cuba es un país sin industria, por eso a los cubanos nos cuesta tanto que nos reconozca la industria, porque no tenemos, no hay Fanbase, ni Spotify, ni YouTube Music, ni Apple Music, nuestro público tiene que descargarse las canciones por Telegram para escucharte. No hay registro de que tienes no sé cuántos seguidores mensuales. Estamos huérfanos de público digital. No vendemos estadios. Y la industria es industria. Por otro lado, en el sistema de la industria yo soy una cosa muy rara, hago una música muy rara. Creo que soy demasiado yo como para complacer un esquema. Dentro de la industria todo está más estructurado y yo soy la reina de desestructurar las cosas”.
Seguir leyendo
De camino en el Uber empezó a llorar y se le perdió la voz. El chofer la miró con pena desde su espejo retrovisor. La dejó en la casa de las amigas, le ayudó con las maletas, le dijo que todo iba a estar bien. Aún hoy, luego de varios días de la noticia, Daymé no cree que esté nominada en una de las categorías más codiciadas de los Latin Grammys.
— Llamé a mi terapeuta para contarle cómo me estaba sintiendo y me dijo: ‘te has preparado mucho en la vida para el rechazo, no para que te acepte la gente’.
A los 10 años, Daymé entró al Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, una escuela en La Habana a la que asistían en mayor medida “los hijos de la gente famosa, con dinero”. En la casa donde nació, un espacio de dos cuartos y un baño compartido por 14 personas, Daymé se levantaba a las cuatro de la madrugada para llegar a la escuela, ubicada al otro extremo de la ciudad. El día de su primer examen, para el que se preparó con esmero, cantó impecablemente delante de un jurado. Sus compañeras también cantaron, a algunas se les quebró la voz, a otras se les olvidó la letra. La peor nota fue la de Daymé. Salió corriendo del aula y se escondió en un jardín.
“Creo que fue la primera vez que creí que no me merecía las cosas”, asegura. “No porque seas talentosa la gente se va a hincar ante tu talento. Ese día, a los 10 años, yo entendí que el mundo no era así, y para mí menos era así. Que la gente se podía confundir, llorar, olvidarse y le iban a dar 98 puntos, mientras que a mí me iban a dar 90 haciéndolo bien. Recuerdo que ese día mi mamá me buscó por toda la escuela y cuando me encontró, ella, que es una mujer muy fuerte de carácter, me dijo: en estas escuelas tú tienes que estudiar para 200 para que te den 100. Con esa filosofía yo crecí, fajándome durante todos esos años”.
A los ocho años, Daymé ya menstruaba, tenía ovarios poliquísticos, era una niña que comía muy poco y engordaba mucho. Sus padres la llevaron al médico por su desorden hormonal. La operaron dos veces, una tercera para reducir sus senos que le llegaban casi a las piernas. “Yo siempre me pregunté por qué carajo yo era así”, dice. “Uno siempre piensa que hubiese sido todo más fácil si hubiese sido físicamente de otra manera”.
Daymé no tiene reparos en decir que sentía que era “un monstruito caminando por la calle”. “Vivimos en una sociedad donde no se muestran a las mujeres como yo, y somos un montón. Hay momentos que se siente como una carga y hoy entiendo que es la resistencia. Que yo tenía que ser así porque soy un reflejo viviente de lo que la gente no quiere asumir. En Latinoamérica la gente no quiere asumir la negritud que tiene. Quieren comer plátano frito, pero no quieren entender de dónde vienen. Quieren tener unas nalgas grandes, pero no quieren ser negras. Una bemba grande, pero no quieren ser negras. Pero cabrón, ¿y de dónde crees que viene eso? No es de los indígenas, ni de los blancos. Ese culo de 40 libras que tú quieres, y eso que te inyectas en el cuerpo, eso es negritud profunda y no lo quieren entender, ni aceptar. Si no tienen referentes como yo, no lo van a asumir nunca”.
Daymé recuerda el momento exacto en que a los problemas de toda su vida se sumaron los problemas con su país. En un congreso de la organización gubernamental Asociación Hermanos Saíz (AHS) preguntó al exministro de Cultura Abel Prieto por qué existían en Cuba las empresas artísticas y por qué los artistas no podían ser independientes. Prieto le respondió que sus ideas eran “ideas procapitalistas”, en desacuerdo con “el sistema revolucionario cubano”.
“Esa frase no la voy a olvidar nunca en mi vida. Cuando oí sus palabras, pensé: lo que sea que dije me va a costar caro. Llegué a mi casa temblando, caí en pánico”, confiesa Daymé, quien entendió que debía irse de Cuba. Luego despertaría en ella una conciencia política que la llevó a expresarse públicamente en varias ocasiones en contra del Gobierno. “Eso fue un antes y un después en mi vida. De lo que yo no era consciente era de que estaba cuestionando el sistema con esa pregunta”.
Hace unos años Daymé se instaló en Canadá, luego se trasladó a Puerto Rico. AlKemi, su quinto y último álbum, es una consecuencia de la pandemia y la emigración. Sin embargo A fuego lento, la canción elegida por el comité de los Latin Grammys que Daymé canta junto al dominicano Vicente García y que forma parte de ese álbum, no es una canción nueva, Daymé la hizo cuando tenía 19 años. Llegó como casi todas sus canciones: en sueños, unas veces de a pedacitos, otras más completas, y la escondió por más de una década.
“Al punto de que yo olvidé que esa canción existía”, cuenta. “Y si sale ahora es porque, primero, ya no tengo 19 años, ya no me da tanto miedo ser quien soy, el criterio ajeno, pero a los 19 yo era muy joven como para ser quien quería ser. Yo quería mucho ser reconocida como jazzista, que la gente no me viera solo como cantante. Todo el mundo lo primero que ve de mí es mi voz, pero yo escribo canciones desde que era niña, nadie me enseñó a escribir canciones, es de siempre. Me interesaba mucho que la gente notara eso, que se entendiera que mi mundo iba más allá de mi voz. Y queriendo satisfacer todo ese imaginario de la música, yo echaba para el lado todas las ideas que me venían a la mente, que no encajaban en ese espacio, que no lucían en ese mundo”.
Ese mundo al que Daymé se refiere, según dice, era uno completamente “machista”, donde nadie conoce a la mujer cantante o ni siquiera “se le ve como músico”. Daymé, una cantautora que no se rige por géneros musicales, que no tiene prejuicios de este tipo y lo mismo va de un jazz tradicional a un Cha cha chá o un reguetón, tuvo que emprender una carrera paralela de forcejeo con la industria.
“Está el mundo del jazz cubano y el mundo del jazz mundial, yo los conozco a los dos. Literalmente, el mejor cumplido que te podían hacer como cantante era decir: ‘pero ella también es músico’. Todavía es el mejor cumplido. Como si cantar no fuera hacer música. Y los cantantes en el contexto del jazz se vuelven un adorno. Yo no quería que la gente supiera que yo también era una persona profundamente pop, y que me gustaba consumir otro tipo de música. Deseaba demasiado que la comunidad jazzística cubana me reconociera y aceptara. Ese trauma no solo era en Cuba, luego tuve la posibilidad de hacer mis discos fuera del país y yo creía que hacía música super jazzística y cuando leía los review que me hacían las grandes revistas no me entendían. Para ellos la música jazzística cubana tenía que sonar al latin jazz tradicional. Nada que estuviera fuera de ese contexto lo iban a aceptar y entender”.
Al salir de Cuba, Daymé comenzó a estar en el ojo de la crítica mundial del jazz, donde celebraban su voz pero apenas miraban sus composiciones. “Aún hoy mucha gente no es consciente de que yo soy la autora de todas las canciones de todos mis discos. Yo soy cantautora. La gente te dice desde niña: ‘mija, tú eres muy talentosa, pero este mundo es muy difícil, eso no da un peso, canta jazz estándar, lo que todo el mundo canta, no tus canciones, y además eres negra y gordita”.
Daymé es una persona de pocas cosas. Podría recorrer el mundo con una maleta de mano. Pocos saben que podría pasar horas cocinando y que es una amante del reparto, esa especie de reguetón criollo, el género musical que emergió en los barrios más humildes de Cuba en los últimos años. “Soy profundamente repartera y lo defiendo a cabalidad”, insiste. “Yo digo que son la resistencia. En los años veinte estábamos bailando rumba y son; en los treinta, guaracha; en los cuarenta, Cha cha chá; en los cincuenta, mambo; en los sesenta, llegó el latin jazz, y de ahí para allá se acabó la música cubana. Toda esa generación de gente bailando de pronto se sustituyó por una guitarra pensante para mandar un mensaje que ellos querían mandar. Para los setenta empezó Chucho Valdés con una nueva visión del jazz, de ahí se desprende el songo con los Van Van. Y de pronto apareció la timba en los noventa, y fue la resistencia, en esos años cuando se cayó un poco la fachada de Cuba, la bonanza, y volvimos a la agresividad, a la timba feroz, a nuestra esencia. La gente que salió el 11 de julio a las calles no son los que escuchan trova, son los que están pasando hambre y oyendo reparto. Porque el reparto no tiene nada que perder”.
En Cuba, Daymé nunca ganó un premio de los más importantes certámenes de jazz. Una vez fuera, su miedo, como el de muchos artistas cubanos, era no poder volver a hacer música. Nunca antes ninguno de sus discos había sido inscrito o sometido a una evaluación de un jurado de los Latin Grammys. “Los Grammys siempre son un gran misterio. La industria musical luce como un monstruo inaccesible”, dice. Fue su equipo, el mismo de su productor Eduardo Cabra, quienes hicieron el trámite. “Yo hice todo lo que me dijeron que tenía que hacer, pero no contaba con ser nominada absolutamente a nada”.
Daymé tiene varias razones para explicar por qué no esperaba la nominación: “Primero, porque vengo de un entorno en Cuba en el que nunca me han dado nada. Al mismo tiempo, Cuba es un país sin industria, por eso a los cubanos nos cuesta tanto que nos reconozca la industria, porque no tenemos, no hay Fanbase, ni Spotify, ni YouTube Music, ni Apple Music, nuestro público tiene que descargarse las canciones por Telegram para escucharte. No hay registro de que tienes no sé cuántos seguidores mensuales. Estamos huérfanos de público digital. No vendemos estadios. Y la industria es industria. Por otro lado, en el sistema de la industria yo soy una cosa muy rara, hago una música muy rara. Creo que soy demasiado yo como para complacer un esquema. Dentro de la industria todo está más estructurado y yo soy la reina de desestructurar las cosas”.
Seguir leyendo
Historia de cómo una jazzista cubana “preparada para el rechazo” termina en los Latin Grammys
Daymé Arocena, de 32 años, es una de las aspirantes al galardón de Canción del Año
elpais.com