ray44
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Desde su prólogo en blanco y negro, con un imaginario de la España popular a lo Cristina García Rodero, Hermana muerte consigue adentrarse en un espacio de mitos paganos, fantasmas, muertos e imaginería católica. Los muros de un viejo convento, de cuya austera y blanca belleza saca buen provecho esta oscura película, encierran los secretos de una historia que se presenta como precuela de Verónica, película inspirada en el llamado Expediente Vallecas y en la que su director, Paco Plaza ([REC] o Quien a hierro mata), puso en juego las experiencias paranormales de una adolescente de colegio de monjas y barrio obrero madrileño.
Si en Verónica (2017) estas aventuras ocultas se situaban en los años del ingenuo entusiasmo —a principios de los noventa, entre adolescentes de carpeta en el pecho y sesión de tabla ouija, como en las películas de la tele—, en Hermana muerte nos adentramos en los orígenes, en una España de posguerra, pobre y rota. Esta vez, el colegio está dentro del propio convento, donde las niñas sin recursos económicos hacen la colada para la localidad vecina y donde las monjas de clausura confeccionan dulces caseros. Allí llega la protagonista del filme, la joven novicia Narcisa, interpretada con desgarro por Aria Bedmar. Una ex “niña santa” iluminada que ahora combate su crisis de fe a base de ayuno, fusta y miedo.
Con un guion muy sólido escrito junto a Jorge Guerricaechevarría, Plaza urde una película que se sitúa entre sus mejores trabajos (más redondo que La abuela y quizá que la propia Verónica) gracias a una puesta en escena que lleva su fondo de cuento gótico a una arquitectura espartana y a un halo de feroz fatalidad y martirio. Hermana muerte es un thriller de terror y venganza construido con elementos visuales tan sencillos como inquietantes, casi abstractos: una robusta silla de madera que siempre cae igual al suelo, una grieta en la pared, una serie de misteriosos y esquemáticos dibujos y los gritos y golpes que cada noche desvelan a las religiosas y a sus pupilas.
Plaza mezcla realidad y sueño con la misma habilidad que viaja por la memoria española para sostener a un personaje principal apasionante, lleno de incógnitas paganas y delirios de santidad que se representan a través de esa imaginería religiosa casi gore que parece llorar sangre. De niña santa a anciana maldita, la hermana Narcisa atraviesa décadas que parecen siglos hasta convertirse en la representante de un folclor de ritos y leyendas que ya no parecen interesar a los adolescentes de un colegio de la España contemporánea. Allí, en un epílogo perturbador y perfecto, la monja es presentada por una profesora con una frase que dispara de golpe el universo de Hermana muerte dentro del de Verónica: “Espero que la presencia de la hermana Narcisa os anime a dejar tanto Súper Pop y a leer más a los clásicos españoles”.
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Si en Verónica (2017) estas aventuras ocultas se situaban en los años del ingenuo entusiasmo —a principios de los noventa, entre adolescentes de carpeta en el pecho y sesión de tabla ouija, como en las películas de la tele—, en Hermana muerte nos adentramos en los orígenes, en una España de posguerra, pobre y rota. Esta vez, el colegio está dentro del propio convento, donde las niñas sin recursos económicos hacen la colada para la localidad vecina y donde las monjas de clausura confeccionan dulces caseros. Allí llega la protagonista del filme, la joven novicia Narcisa, interpretada con desgarro por Aria Bedmar. Una ex “niña santa” iluminada que ahora combate su crisis de fe a base de ayuno, fusta y miedo.
Con un guion muy sólido escrito junto a Jorge Guerricaechevarría, Plaza urde una película que se sitúa entre sus mejores trabajos (más redondo que La abuela y quizá que la propia Verónica) gracias a una puesta en escena que lleva su fondo de cuento gótico a una arquitectura espartana y a un halo de feroz fatalidad y martirio. Hermana muerte es un thriller de terror y venganza construido con elementos visuales tan sencillos como inquietantes, casi abstractos: una robusta silla de madera que siempre cae igual al suelo, una grieta en la pared, una serie de misteriosos y esquemáticos dibujos y los gritos y golpes que cada noche desvelan a las religiosas y a sus pupilas.
Plaza mezcla realidad y sueño con la misma habilidad que viaja por la memoria española para sostener a un personaje principal apasionante, lleno de incógnitas paganas y delirios de santidad que se representan a través de esa imaginería religiosa casi gore que parece llorar sangre. De niña santa a anciana maldita, la hermana Narcisa atraviesa décadas que parecen siglos hasta convertirse en la representante de un folclor de ritos y leyendas que ya no parecen interesar a los adolescentes de un colegio de la España contemporánea. Allí, en un epílogo perturbador y perfecto, la monja es presentada por una profesora con una frase que dispara de golpe el universo de Hermana muerte dentro del de Verónica: “Espero que la presencia de la hermana Narcisa os anime a dejar tanto Súper Pop y a leer más a los clásicos españoles”.
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‘Hermana muerte’: terror católico en el sangriento convento de Paco Plaza
El director de ‘[REC]’ logra una de sus mejores películas con esta precuela de ‘Verónica’ marcada por la posguerra, la imaginería religiosa y las leyendas populares
elpais.com