Heraldos en carnaval

alberta52

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La saturación de procesiones extraordinarias ha tenido su paroxismo en 2024. Si descontamos la Magna, que ha sido un acontecimiento histórico y de indudable éxito, la explosión cofradiera sevillana de este año no tiene parangón. Ni la lluvia en Semana Santa, que frustró lo mejor de la ciudad, logró frenar la estadística de salidas procesionales para conmemorar efemérides a veces cogidas con alfileres. Es obvio que el exceso daña la esencia. Y también lo es que la ciudad no puede sostener económicamente este desbordamiento callejero, que necesita policías (500 euros el festivo en Navidad) y servicios de limpieza. Las propias hermandades son conscientes de que se ha perdido el sentido de la medida, aunque todas suelen pensar que ha sido la otra la que lo ha rebasado. Por eso ha llegado la hora de ponerle torniquete a esta hemorragia desde todas las instancias competentes, obligadas a la salvaguarda de los principios de la religiosidad popular sevillana y a la gestión comedida de los recursos públicos. Pero cuando parece que se ha tomado conciencia de que hay que frenar una determinada deriva, surge otra. Ahora la moda es sacar heraldos en todos los barrios. No hay asociación de vecinos o entidad cultural que renuncie a poner en la calle su cortejo de Reyes Magos. Y el Ayuntamiento hace bien en fomentar la actividad vecinal para dotar de una agenda propia a los distritos, pero cuidado con violentar de nuevo el sentido de las cosas. La salida de heraldos antes del Año Nuevo es como mínimo una anacronía. Si nos ha parecido raro ver por la calle crucificados y dolorosas bajo las luces de Navidad, recoger caramelos antes de comernos las uvas nos aturde aún más.Todas las entidades promotoras de este tipo de actividades tienen la mejor intención y a veces también el mejor fin. Hay casos en los que se buscan beneficios solidarios para hacer donaciones de mucho valor. Pero cada cosa debe hacerse a su tiempo. Este diciembre de palios, tunos, carretas del Rocío, coros de carnaval, heraldos, vírgenes de gloria, luces de Navidad, mapping y partidos de fútbol ha sido caótico. Me recuerda a la anécdota de un famoso torero metido a ganadero al que se le escapó un toro de la finca. Salió a buscarlo y se lo encontró en el jardín de un chalé cercano junto a la piscina. El maestro pidió un capote y lo sacó de allí dándole lances hasta que pudo arrimarlo a la camioneta y devolverlo a su cercado. Luego regresó a la casa para pedir disculpas. Abrió una chica joven. Y cuando le explicó lo sucedido, la muchacha gritó: «¡Mamá, tranquila, que papá no está loco, que es verdad que al levantarse de la siesta ha visto al maestro toreando en el jardín!». Uno tiene ya la sensación de que tiene alucinaciones cuando sale a dar un paseo por Sevilla y de que cualquier día va a acabar viendo a Morante toreando en la calle Sierpes —ojalá se recupere pronto— y a un heraldo con un pito de carnaval. Y una cola en una taberna antigua para comerse una paella de plástico. Qué locura, ¿verdad?

 

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