‘Hasta los huesos. Bones and All’: caníbales enamorados. Pues vale

Jaylin_O'Reilly

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27 Sep 2024
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Hace unos años me resultó arduo o imposible ignorar una película titulada Call Me by Your Name. El coro unánime de alabanzas inducían a pensar que suponía la llegada del mesías al cine moderno. La firmaba Luca Guadagnino y la protagonizaba un actor joven y desconocido llamado Timothée Chalamet. Narraba una historia de amor a lo largo de un verano en un pueblo de la Toscana entre un señor sofisticado y vivido y un chaval espabilado, coquetón y presuntamente inquietante. Todo pretendía ser lírico y sutil. Pero fui inmune a su publicitado encanto. Con la excepción de una larga, memorable y emocionante secuencia en la que el comprensivo y racional padre del chaval le pedía a su hijo que no huyera por el miedo o el desconcierto de vivir a fondo esa relación, de implicarse al máximo en lo mejor que puede ofrecer la vida. Del resto, me olvidé inmediatamente. También contaban maravillas del actor que interpretaba al adolescente enamorado. A mí me cayó mal. Había algo muy melifluo y cargante en ese listillo. Únicamente me ha gustado en la muy bonita Día de lluvia en Nueva York. Woody Allen le ofreció un personaje muy jugoso que él interpretó modélicamente. El tal Chalamet echó pestes de Allen cuando arreció la tormenta mediática sobre este, cuando productoras y editoriales renegaron de él por acusaciones falsas, según dos investigaciones. Pero bueno, el comportamiento de las ratas siempre ha sido el mismo en los naufragios. Y este actor joven que cultiva con mimo una imagen andrógina (Bowie también lo hacía, pero escucho su maravillosa música y me da igual su metodología para cultivar la imagen) se ha convertido en una estrella absoluta. Sus infinitos admiradores sabrán el porqué.

Y se ha producido el ansiado reencuentro (para muchos y muchas, entre los que no estoy) entre Guadagnino y Chalamet en Hasta los huesos. Bones and All. Siguen montándoselo de románticos, aunque la naturaleza de los personajes no sea precisamente lírica. Aquí son caníbales. Se reconocen por el olor de la sangre, andan muy solos y perdidos. Solo se calman devorando las vísceras del primer desgraciado que pillan. Y ya sé que el doctor Hannibal Lecter, que con lo que más disfrutaba era zampándose un hígado humano acompañado de una botella de vino, además de hipnotizando o destruyendo dialécticamente a cualquiera que pretendiera adentrarse en su diabólica mente, era un irrepetible seductor. No lo son la atormentada adolescente de esta película y su novio punki.

Entiendes que se necesitan y se amen desesperadamente, pero pobre de aquellos que se crucen en su camino cuando tienen hambre. Recorren la geografía menos estética de su hermoso país, y Guadagnino filma su continuo viaje con un estilo visual y narrativo hermanado con el espíritu del cine independiente, alejado de los clichés de Hollywood. En el cine independiente existen buenas películas y numerosas e inanes tonterías. Aquí, sigo el problemático camino de la enamorada pareja con interés relativo. Aunque se amen hasta el infinito y más allá y sean tan íntimamente vulnerables detrás de su ferocidad, no se me contagia excesivamente su pasión.

Sin embargo, mi interés y mi inquietud aparecen cuando llena la pantalla un secundario de lujo llamado Mark Rylance. Era el conmovedor espía ruso en El puente de los espías. Aquí interpreta a un caníbal anciano, desolado y perturbador, con inaplazable necesidad de sangre, pero también de que la chica le haga un poco de caso y de compañía. Cuando él aparece me inquieta y me fascina. El resto me deja frío.

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