‘Hasta el fin del mundo’, autoría total de Viggo Mortensen en un extraño wéstern

Hilma_Hoppe

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En mi infancia nadie sabía que las películas habitaban un genero llamado wéstern. Eran del Oeste, de indios y vaqueros. Y gozaban de aceptación, embeleso y diversión para muchos tipos de público. Y al hacerte mayor y descubrir que el cine no lo hacían los intérpretes sino que lo inventaban los directores, eras consciente de que muchos de los grandes maestros, Ford, Hawks, Peckinpah, Walsh, habían puesto su talento y su corazón al servicio del wéstern, que se podía hablar de las cosas, sentimientos y personajes más profundos situándolos en los espacios abiertos, en las praderas, en horizontes infinitos, en las cabalgadas, en los desiertos.

Y progresivamente el wéstern dejó de estar de moda, sufrió agonía, el gusto popular desertó de el. Yo me sigo emocionando al revisar en mi casa muchos de los viejos wésterns. Hay pocas historias tan trágicas como El hombre que mató a Liberty Valance, ni tan épicas como Los profesionales, ni tan dolorosamente románticas como Johnny Guitar (ay, qué escalofrío sigue provocando ese desgarrador y lírico dialogo nocturno en la cantina entre Vienna y Johnny), ni un retrato tan profundo y crítico de la violencia como el de Sin perdón. Pero ha pasado ya mucho tiempo desde la obra maestra de Eastwood. Imagino que las productoras de Hollywood consideran el wéstern como un anacronismo, algo añejo y exclusivamente de otras épocas, veneno para la taquilla.

Viggo Mortensen, en 'Hasta el fin del mundo'.

Por ello, sorprende gratamente que alguien tan audaz y original como Viggo Mortensen, actor al que siempre me apetece ver y escuchar en la pantalla, se haya propuesto realizar un wéstern en su segunda película como director. Su autoría es total en Hasta el fin del mundo. La produce, escribe, interpreta e incluso compone la música. No puede haber mayor implicación con su criatura. ¿Y cómo le ha salido esta?

Me parece interesante, con una estética realista y un ritmo pausado (a veces excesivamente), intrigante a ratos, pero en la que me mantengo a distancia, no me conmueve aunque en su temática aborde sensaciones fuertes, narre una creíble historia de amor, una violación, dibuje a un sicópata en posesión de una violencia especialmente tortuosa, la protección de un niño, un encuentro amoroso, una separación y un reencuentro que podrían ser muy emotivos, tensión ambiental, violencia seca y atemorizante, una atmósfera particular y trabajada. Reconozco sus méritos, pero en algunos momentos me aburro, no logro implicarme en un mundo y en una narración en la que se supone que ocurren muchas cosas, la mayoría dramáticas, otras brutales, algunas tiernas. Pero repito, la veo y la siento desde fuera. Observo que le llueven generalizados elogios a Hasta el fin del mundo. Yo la vi con un notable y persistente dolor de cabeza. Y el estado físico te condiciona en la apreciación de lo que te están contando en la pantalla. O sea, que volveré a ella.

De lo que no tengo dudas es de la inquietante interpretación que hace de esa mujer compleja, dura, desamparada, realista, aislada, soñadora, golpeada, siempre enamorada de ese hombre que se fue a la guerra que hace la desmaquillada actriz Vicky Krieps. Entiendes, admiras y compadeces a esa superviviente con principios. Es lo que más me interesa en esta irregular película. Y reconozco el mérito de que una estrella como Viggo Mortensen se implique absolutamente en crear un wéstern con el riesgo que supone, en contar detrás y delante de la cámara sus propias y arriesgadas historias.

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