ihahn
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A muchos valencianos se les hace tan largo todo el santísimo año que transcurre entre Fallas y Fallas que en no pocos pueblos celebran el paso del ecuador de tal valle de lágrimas con la fiesta de Mig Any. Sí, solo seis meses después de haberle prendido fuego a las últimas, se juntan las generaciones vivas a comer, beber y salir a la calle a pregonar que solo quedan otros seis para plantar las próximas. Da igual. El motivo es lo de menos. Se trata de mantener viva la llama de la amistad, la alegría, la familia, la vida. Se me dirá que todo eso son tópicos y será cierto, pero en pocos sitios los tópicos retratan tanto a un pueblo en el que aún se inscribe a los bebés en su comisión fallera desde la primera ecografía y hay abuelas que salen a desfilar a la ofrenda a la Virgen de los Desamparados empujando el andador y con las flores en la bandeja. Una tierra donde los ritos festivos crean más comunidad que muchos decretos y ayudan más que muchos curas a pasar los mejores y los peores tragos de la existencia. Se ha visto estos días aciagos en las localidades afectadas por la dana. Los mismos casales falleros donde se consuma la vida al amor de una paella casi todos los domingos del año sirven de templos donde juntarse a ayudar a los vivos y llorar a los muertos en la mayor tragedia de su historia.
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