Lo que sucedió a las seis de la tarde del 25 de septiembre de 1973 en el portal de la calle Girona número 70 de Barcelona pudo haberse evitado, pero el guion de esta tragedia parecía estar escrito y debía cumplirse. Una operación policial tenía el objetivo de detener a unos miembros del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), un grupo armado libertario, anticapitalista, herederos del Mayo del 68 y sus empachos ideológicos, educados en buenas familias e inmersos en la contracultura de Barcelona, entonces la ciudad más libre de la España franquista… pero todo salió mal.
“Inopinadamente” —decía el informe policial—, se presentó a la cita Salvador Puig Antich, armado con dos pistolas y una navaja, con el propósito de ayudar a cruzar la frontera al miembro más débil de la organización: Santiago Soler Amigó. Fue él, el teórico del grupo, el que guio a la policía hasta la cita: había sido detenido el día antes, fue custodiado en su casa para evitar que contestase al teléfono en caso de que el encuentro se suspendiese, y “se prestó a colaborar si no se le imputaba”.
Cuando Puig Antich se vio rodeado por tres policías, pudo levantar las manos y dar por terminada su aventura: una docena de atracos y acciones armadas en apenas un año. Pero tomó la peor decisión: todo acabó con la muerte del subinspector Francisco Anguas Barragán, de 24 años de edad, y la detención de Puig Antich, de 25. Cinco meses después, el 2 de marzo de 1974, era ejecutado de forma vengativa a garrote vil. El último ajusticiado en España por este cruel método.
Este relato se detalla en el libro Hasta el último aliento (Tusquets Editores, Premio Comillas en 2024), obra de quien esto firma y que tras la publicación ha recibido un testimonio que aporta algunos datos nuevos que, si bien no cambian la responsabilidad final del suceso, sí ayudan a entender lo que pasó y algún error procesal. Se trata de uno de los agentes que participaron en el operativo, que corrige algunos supuestos que siempre se han dado como veraces. El principal confirma la tesis de que el cuerpo del subinspector asesinado por el antifascista presentaba más impactos de bala de lo que se declaró en la autopsia. Su nombre es Luis Algar, tenía entonces 21 años, era su primer destino y hacía pareja con Francisco Anguas, montados en una Ducati Road 350.
El grupo estaba identificado y la desarticulación era cuestión de esperar un error. Otro más. Con un cierto elitismo, siempre alardearon de su osadía y despreciaban a aquellos policías supuestamente ineficaces. Sin embargo, según el nuevo testimonio de Algar, ahora sabemos que el dueño del parque de atracciones Caspolino, donde incomprensiblemente Puig Antich dejó olvidado encima de un futbolín un bolso con todo lo que la policía necesitaba para acabar con el MIL, era un confidente. El momento había llegado.
Participaron seis agentes al mando del inspector Santiago Bocigas. “Llegamos con tiempo para tomar posición. Anguas y yo entramos en el bar Funicular y tomamos una coca-cola y una fanta de limón. En el portal dejamos a Santiago Soler Amigó, vigilado por Enrique Muñoz, sin posibilidad de escapar por sus problemas físicos”, dice Algar. Estaba afectado por poliomielitis desde niño y sufría crisis de epilepsia. Murió en 1999.
A las seis de la tarde, Anguas y Algar se sitúan en la esquina de Consell de Cent, ven cómo cruza el semáforo de la calle Girona Xavier Garriga —que, como el otro de los teóricos, tampoco iba armado— junto a un joven de melena oscura: se trataba de Puig Antich. Bocigas se identifica como policía, y entre los tres intentan detener a Puig Antich, que se resiste y trata de huir, pero Bocigas le pone la zancadilla y cae al suelo. “En la pelea, la chaqueta de Puig Antich me da en el costado y noto un objeto duro, meto la mano en el bolsillo y saco una pistola del 6,35″, recuerda Algar. Anguas golpea dos veces a Puig Antich en la cabeza con la culata de su revólver, un Smith & Wesson 357. Bocigas dice que hay que meterse en el portal: están rodeados de vecinos.
Los tres no cabían por la puerta. Bocigas lo sujeta por el brazo derecho y Anguas por el izquierdo, pero este no consigue pasar, quedándose atrás, mientras Puig Antich se deja caer con todo su peso y es imposible levantarlo. Es ahí cuando este se lanza al interior de portal y, al intentar sujetarlo, cae de espaldas sobre Bocigas. Su intención era ponerle las esposas, que sí llevaban, según afirma Algar, rebatiendo otro de los supuestos que han perdurado hasta ahora.
Esto es lo que vio Algar: “Durante la caída, Puig Antich saca otra pistola que llevaba en la parte trasera del pantalón y dispara cinco tiros a Anguas, que había quedado a medio metro del arma”. Es el inspector Timoteo Fernández Santórum, quien segundos después dispara a Puig Antich: “Había subido unos peldaños de la escalera para decirle a unos vecinos que bajaban que volvieran a sus casas; al bajar de nuevo, Timoteo dispara dos veces: primero le da en el hombro y luego en la cara; sangra por la boca y suelta el arma. Todo esto pasó en cinco segundos”.
A Anguas y a Puig Antich los trasladan juntos al hospital Clínico en una furgoneta de una lavandería. Conducía Bocigas, a su lado iba Algar. Los dos heridos estaban tendidos sobre las bolsas de la ropa, rozándose. Puig Antich había perdido el conocimiento, pero seguía vivo —”nosotros creíamos que estaba muerto”—; Anguas estaba pálido, agonizando. No lo duda: “Vi los cinco impactos marcados en el cuerpo, uno en la pierna”.
El médico de guardia que atiende a Anguas es Ramon Barjau y su ayudante es Joaquim Latorre. El primero se limita a decir en el informe: “Reconocido el cadáver, presenta varias heridas por arma de fuego”. Es Latorre, médico residente de 28 años —que además extrajo las balas a Puig Antich—, quien, cincuenta años después, no duda en describir el cuerpo desnudo de Anguas: “Como mínimo tenía cinco impactos y uno de ellos, en la pierna”. Coincide con el subinspector Luis Algar. No obstante, queda la duda de si fueron cinco orificios o cuatro, pues uno de los impactos dio en el tercer escalón de la escalera y todavía puede verse ahí.
Esta versión no coincide con el informe de la autopsia. Se realiza en la comisaría de Enrique Granado —es legal, aunque anormal— y la firman los médicos forenses Gabriel Sánchez y Rafael Espinosa. Concluyen: “Los tres disparos pueden corresponder al mismo tipo de proyectil”.
En la comisaría de Vía Laietana les parecía imposible que Puig Antich siguiera vivo. Fernández Santórum disparó con un revólver del calibre 38, pero “la bala quedó incrustada en el paladar”. “Le preguntamos al médico —prosigue Algar— cómo era posible y nos dijeron que el paladar es el hueso más duro del cuerpo y al ser cóncavo dificulta su rotura”.
El que fuera uno de los abogados de Puig Antich, Francesc Caminal, dice que la versión de Algar coincide con lo que declararon los médicos —Barjau y Latorre— en el Tribunal Supremo en el recurso de 2005. No pudieron hacerlo en el Consejo de Guerra del 8 de enero de 1974. “Lo que ahora me interesa es la verdad de los hechos, no la procesal, ni mucho menos la ideológica”, afirmaba hace unos días Caminal.
El padre de Puig Antich, Joaquín Puig Quer, nunca visitó a su hijo en la cárcel Modelo, ni respondió a sus cartas. A Luis Algar le impresionó ver a un hombre llorando entrar en la Brigada Criminal diciendo que sentía mucho lo que había sucedido. “Fue entonces cuando entendí el verdadero drama de lo que había pasado”, dice. Recuerda: “Creo que fue el día siguiente. Se presentó en Vía Laietana, pidió perdón por la acción de su hijo al policía que estaba en la puerta y lo subieron arriba, donde siguió pidiendo perdón a todo el mundo. Lo recibió el jefe superior de policía, Gómez Alba, y siguió llorando. Estuvo sentado un rato, mirando el suelo, hasta que se fue”.
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“Inopinadamente” —decía el informe policial—, se presentó a la cita Salvador Puig Antich, armado con dos pistolas y una navaja, con el propósito de ayudar a cruzar la frontera al miembro más débil de la organización: Santiago Soler Amigó. Fue él, el teórico del grupo, el que guio a la policía hasta la cita: había sido detenido el día antes, fue custodiado en su casa para evitar que contestase al teléfono en caso de que el encuentro se suspendiese, y “se prestó a colaborar si no se le imputaba”.
Cuando Puig Antich se vio rodeado por tres policías, pudo levantar las manos y dar por terminada su aventura: una docena de atracos y acciones armadas en apenas un año. Pero tomó la peor decisión: todo acabó con la muerte del subinspector Francisco Anguas Barragán, de 24 años de edad, y la detención de Puig Antich, de 25. Cinco meses después, el 2 de marzo de 1974, era ejecutado de forma vengativa a garrote vil. El último ajusticiado en España por este cruel método.
Este relato se detalla en el libro Hasta el último aliento (Tusquets Editores, Premio Comillas en 2024), obra de quien esto firma y que tras la publicación ha recibido un testimonio que aporta algunos datos nuevos que, si bien no cambian la responsabilidad final del suceso, sí ayudan a entender lo que pasó y algún error procesal. Se trata de uno de los agentes que participaron en el operativo, que corrige algunos supuestos que siempre se han dado como veraces. El principal confirma la tesis de que el cuerpo del subinspector asesinado por el antifascista presentaba más impactos de bala de lo que se declaró en la autopsia. Su nombre es Luis Algar, tenía entonces 21 años, era su primer destino y hacía pareja con Francisco Anguas, montados en una Ducati Road 350.
El grupo estaba identificado y la desarticulación era cuestión de esperar un error. Otro más. Con un cierto elitismo, siempre alardearon de su osadía y despreciaban a aquellos policías supuestamente ineficaces. Sin embargo, según el nuevo testimonio de Algar, ahora sabemos que el dueño del parque de atracciones Caspolino, donde incomprensiblemente Puig Antich dejó olvidado encima de un futbolín un bolso con todo lo que la policía necesitaba para acabar con el MIL, era un confidente. El momento había llegado.
Participaron seis agentes al mando del inspector Santiago Bocigas. “Llegamos con tiempo para tomar posición. Anguas y yo entramos en el bar Funicular y tomamos una coca-cola y una fanta de limón. En el portal dejamos a Santiago Soler Amigó, vigilado por Enrique Muñoz, sin posibilidad de escapar por sus problemas físicos”, dice Algar. Estaba afectado por poliomielitis desde niño y sufría crisis de epilepsia. Murió en 1999.
A las seis de la tarde, Anguas y Algar se sitúan en la esquina de Consell de Cent, ven cómo cruza el semáforo de la calle Girona Xavier Garriga —que, como el otro de los teóricos, tampoco iba armado— junto a un joven de melena oscura: se trataba de Puig Antich. Bocigas se identifica como policía, y entre los tres intentan detener a Puig Antich, que se resiste y trata de huir, pero Bocigas le pone la zancadilla y cae al suelo. “En la pelea, la chaqueta de Puig Antich me da en el costado y noto un objeto duro, meto la mano en el bolsillo y saco una pistola del 6,35″, recuerda Algar. Anguas golpea dos veces a Puig Antich en la cabeza con la culata de su revólver, un Smith & Wesson 357. Bocigas dice que hay que meterse en el portal: están rodeados de vecinos.
Los tres no cabían por la puerta. Bocigas lo sujeta por el brazo derecho y Anguas por el izquierdo, pero este no consigue pasar, quedándose atrás, mientras Puig Antich se deja caer con todo su peso y es imposible levantarlo. Es ahí cuando este se lanza al interior de portal y, al intentar sujetarlo, cae de espaldas sobre Bocigas. Su intención era ponerle las esposas, que sí llevaban, según afirma Algar, rebatiendo otro de los supuestos que han perdurado hasta ahora.
Esto es lo que vio Algar: “Durante la caída, Puig Antich saca otra pistola que llevaba en la parte trasera del pantalón y dispara cinco tiros a Anguas, que había quedado a medio metro del arma”. Es el inspector Timoteo Fernández Santórum, quien segundos después dispara a Puig Antich: “Había subido unos peldaños de la escalera para decirle a unos vecinos que bajaban que volvieran a sus casas; al bajar de nuevo, Timoteo dispara dos veces: primero le da en el hombro y luego en la cara; sangra por la boca y suelta el arma. Todo esto pasó en cinco segundos”.
A Anguas y a Puig Antich los trasladan juntos al hospital Clínico en una furgoneta de una lavandería. Conducía Bocigas, a su lado iba Algar. Los dos heridos estaban tendidos sobre las bolsas de la ropa, rozándose. Puig Antich había perdido el conocimiento, pero seguía vivo —”nosotros creíamos que estaba muerto”—; Anguas estaba pálido, agonizando. No lo duda: “Vi los cinco impactos marcados en el cuerpo, uno en la pierna”.
El médico de guardia que atiende a Anguas es Ramon Barjau y su ayudante es Joaquim Latorre. El primero se limita a decir en el informe: “Reconocido el cadáver, presenta varias heridas por arma de fuego”. Es Latorre, médico residente de 28 años —que además extrajo las balas a Puig Antich—, quien, cincuenta años después, no duda en describir el cuerpo desnudo de Anguas: “Como mínimo tenía cinco impactos y uno de ellos, en la pierna”. Coincide con el subinspector Luis Algar. No obstante, queda la duda de si fueron cinco orificios o cuatro, pues uno de los impactos dio en el tercer escalón de la escalera y todavía puede verse ahí.
Esta versión no coincide con el informe de la autopsia. Se realiza en la comisaría de Enrique Granado —es legal, aunque anormal— y la firman los médicos forenses Gabriel Sánchez y Rafael Espinosa. Concluyen: “Los tres disparos pueden corresponder al mismo tipo de proyectil”.
En la comisaría de Vía Laietana les parecía imposible que Puig Antich siguiera vivo. Fernández Santórum disparó con un revólver del calibre 38, pero “la bala quedó incrustada en el paladar”. “Le preguntamos al médico —prosigue Algar— cómo era posible y nos dijeron que el paladar es el hueso más duro del cuerpo y al ser cóncavo dificulta su rotura”.
El que fuera uno de los abogados de Puig Antich, Francesc Caminal, dice que la versión de Algar coincide con lo que declararon los médicos —Barjau y Latorre— en el Tribunal Supremo en el recurso de 2005. No pudieron hacerlo en el Consejo de Guerra del 8 de enero de 1974. “Lo que ahora me interesa es la verdad de los hechos, no la procesal, ni mucho menos la ideológica”, afirmaba hace unos días Caminal.
El padre de Puig Antich, Joaquín Puig Quer, nunca visitó a su hijo en la cárcel Modelo, ni respondió a sus cartas. A Luis Algar le impresionó ver a un hombre llorando entrar en la Brigada Criminal diciendo que sentía mucho lo que había sucedido. “Fue entonces cuando entendí el verdadero drama de lo que había pasado”, dice. Recuerda: “Creo que fue el día siguiente. Se presentó en Vía Laietana, pidió perdón por la acción de su hijo al policía que estaba en la puerta y lo subieron arriba, donde siguió pidiendo perdón a todo el mundo. Lo recibió el jefe superior de policía, Gómez Alba, y siguió llorando. Estuvo sentado un rato, mirando el suelo, hasta que se fue”.
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Habla un nuevo testigo para entender el ‘caso Puig Antich’
El periodista Manuel Calderón, autor de ‘Hasta el último aliento’, un relato sobre el tiroteo que le costó la condena a muerte en el garrote vil al joven anarquista, recibe un nuevo testimonio de un policía que tenía entonces 21 años
elpais.com