swift.seth
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Desde el mismo momento de las nominaciones, un suspiro recorría Hollywood: ¿y si por primera vez los Oscar a la interpretación se lo llevaban cuatro actores no caucásicos? Con las estatuillas a los mejores secundarios bastante claras (Daniel Kaluuya por Judas y el mesías negro y Youn Yuh-jung por Minari), solo quedaba el remate de los protagonistas. Por un lado, Anthony Hopkins —gracias a su homérica interpretación en El padre— contra el fallecido Chadwick Boseman, que remataba su carrera con La madre del blues antes de fallecer en agosto del año pasado víctima de un cáncer. Por otro, Frances McDormand contra todas. Y Steven Soderbergh y sus compañeros productores de la gala lo tenían tan claro (como el resto del planeta cinéfilo), que adelantaron el Oscar a mejor película y la ceremonia se cerró con los dos premios principales de actuación. La jugada devino en fracaso.
Porque McDormand ganó. Su fina, sutil recreación de una nómada obligada por la crisis, paria en el país más rico del planeta se impuso a los trabajos de Viola Davis y Andra Day. Irreprochable. Y porque Hopkins también ganó, dejando boquiabiertos y descompuestos a todos los que esperaban el homenaje póstumo a Boseman, que hubiera sido el mensaje a las nuevas generaciones y al público afroamericano que la Academia pretendía enviar. ¿Qué ha ocurrido? Pues que se ha confirmado el peso del votante de fuera de EE UU. Si el año pasado ganó Parásitos, de Bong Joon-ho, fue por ellos. Si este año los Oscar no se los han llevado ni Davis ni Boseman (que habían ganado en los premios del Sindicato de Actores), es por ellos. A la Academia se le escapaba entre los dedos una imagen para la historia por unos votantes más atentos a votar buen cine que a mensajes sociales. Hasta Hopkins esperaba ese resultado. Afincado en Los Ángeles, se quedó en su Gales natal tras los Bafta y el domingo lo dedicó a visitar el cementerio en el que está enterrado su padre.
Y con todo, fue una gala repleta de momentos históricos. Hubo una mujer que obtuvo una estatuilla con 90 años y una labor irreprochable (Ann Roth, diseñadora de vestuario de La madre del blues). También fue una gala aburrida, acartonada, en la que solo se vio la mano de Soderbergh en el plano secuencia inicial, en la que nadie se atrevió a cortar los discursos (de ahí que se sobrepasaran de lejos las tres horas de duración previstas), y que arrancó con buen pie, con la actriz y directora Regina King declarándose aliviada por el resultado del juicio al policía que asesinó a George Floyd antes de dar a la debutante Emerald Fennell el Oscar a mejor guion original por la desasosegante Una joven prometedora. Nomadland se llevó los premios que merecía, se convirtió en la película de la noche.
También se llevaron recompensa merecida Judas y el mesías negro, El padre, Sound of Music... hasta Mank rascó algo en un palmarés bien articulado, en el que brillaban Chloé Zhao (segunda mujer en la historia de los Oscar en ganar en mejor dirección, ahí queda ese triste récord) y McDormand, que fue quien creó el proyecto, compró el ensayo periodístico en el que se basa el guion y buscó a Zhao tras ver The Rider, su película anterior. ¿Resultado? Convertirse en la primera actriz que gana el galardón como productora.
Quedaron atrás los años de que el Oscar principal quedara en manos de Crash o Shakespeare enamorado. No está todo el gran cine que debiera (ni First Cow ni Nunca, casi nunca, a veces, siempre fueron nominadas), pero tampoco pidamos peras al olmo. ¿Que poca gente conoce a las candidatas de esta edición? Bueno, es que el cine de Hollywood se ha alejado de la calidad en su mayoría, y ni siquiera sin pandemia hubiera habido mucha diferencia. ¿Que los Oscar pierden audiencia? Seguro, y ganan en prestigio. En esa dicotomía, los premios de la Academia van a sufrir mucho: es bonito ver a Bong Joon-ho anunciar un Oscar desde Seúl, pero los televidentes huirían en masa ante un tipo que solo hablaba coreano junto a una intérprete dentro de un cine en Asia. O que un danés (Thomas Vinterberg con el Oscar por Otra ronda) hablara de su hija muerta en un hermoso homenaje.
Finalmente, en el acartonamiento de la gala puntuó mucho el hecho de no tener a un presentador como tal. De repente, la imagen de Antonio Banderas en los Goya con un videowall a sus espaldas con todos los nominados del cine español se revalorizó. Una presencia férrea hubiera unificado el hilo conductor. Soderberg dijo que esta vez el hilo sería el cine, que la ceremonia sería una gran película. Eso no ocurrió: hubo cine en los premios, no en la pantalla de la televisión.
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Porque McDormand ganó. Su fina, sutil recreación de una nómada obligada por la crisis, paria en el país más rico del planeta se impuso a los trabajos de Viola Davis y Andra Day. Irreprochable. Y porque Hopkins también ganó, dejando boquiabiertos y descompuestos a todos los que esperaban el homenaje póstumo a Boseman, que hubiera sido el mensaje a las nuevas generaciones y al público afroamericano que la Academia pretendía enviar. ¿Qué ha ocurrido? Pues que se ha confirmado el peso del votante de fuera de EE UU. Si el año pasado ganó Parásitos, de Bong Joon-ho, fue por ellos. Si este año los Oscar no se los han llevado ni Davis ni Boseman (que habían ganado en los premios del Sindicato de Actores), es por ellos. A la Academia se le escapaba entre los dedos una imagen para la historia por unos votantes más atentos a votar buen cine que a mensajes sociales. Hasta Hopkins esperaba ese resultado. Afincado en Los Ángeles, se quedó en su Gales natal tras los Bafta y el domingo lo dedicó a visitar el cementerio en el que está enterrado su padre.
Buen reparto
Y con todo, fue una gala repleta de momentos históricos. Hubo una mujer que obtuvo una estatuilla con 90 años y una labor irreprochable (Ann Roth, diseñadora de vestuario de La madre del blues). También fue una gala aburrida, acartonada, en la que solo se vio la mano de Soderbergh en el plano secuencia inicial, en la que nadie se atrevió a cortar los discursos (de ahí que se sobrepasaran de lejos las tres horas de duración previstas), y que arrancó con buen pie, con la actriz y directora Regina King declarándose aliviada por el resultado del juicio al policía que asesinó a George Floyd antes de dar a la debutante Emerald Fennell el Oscar a mejor guion original por la desasosegante Una joven prometedora. Nomadland se llevó los premios que merecía, se convirtió en la película de la noche.
También se llevaron recompensa merecida Judas y el mesías negro, El padre, Sound of Music... hasta Mank rascó algo en un palmarés bien articulado, en el que brillaban Chloé Zhao (segunda mujer en la historia de los Oscar en ganar en mejor dirección, ahí queda ese triste récord) y McDormand, que fue quien creó el proyecto, compró el ensayo periodístico en el que se basa el guion y buscó a Zhao tras ver The Rider, su película anterior. ¿Resultado? Convertirse en la primera actriz que gana el galardón como productora.
Soderberg dijo que esta vez el hilo sería el cine, que la ceremonia sería una gran película. Eso no ocurrió
Quedaron atrás los años de que el Oscar principal quedara en manos de Crash o Shakespeare enamorado. No está todo el gran cine que debiera (ni First Cow ni Nunca, casi nunca, a veces, siempre fueron nominadas), pero tampoco pidamos peras al olmo. ¿Que poca gente conoce a las candidatas de esta edición? Bueno, es que el cine de Hollywood se ha alejado de la calidad en su mayoría, y ni siquiera sin pandemia hubiera habido mucha diferencia. ¿Que los Oscar pierden audiencia? Seguro, y ganan en prestigio. En esa dicotomía, los premios de la Academia van a sufrir mucho: es bonito ver a Bong Joon-ho anunciar un Oscar desde Seúl, pero los televidentes huirían en masa ante un tipo que solo hablaba coreano junto a una intérprete dentro de un cine en Asia. O que un danés (Thomas Vinterberg con el Oscar por Otra ronda) hablara de su hija muerta en un hermoso homenaje.
Finalmente, en el acartonamiento de la gala puntuó mucho el hecho de no tener a un presentador como tal. De repente, la imagen de Antonio Banderas en los Goya con un videowall a sus espaldas con todos los nominados del cine español se revalorizó. Una presencia férrea hubiera unificado el hilo conductor. Soderberg dijo que esta vez el hilo sería el cine, que la ceremonia sería una gran película. Eso no ocurrió: hubo cine en los premios, no en la pantalla de la televisión.
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Gana el cine, pierden los Oscar
A la Academia se le escapaba entre los dedos una imagen para la historia por unos votantes más atentos al buen cine que a los mensajes sociales
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