Gabriela Cabezón Cámara: “Creo más en la conversación relajada que en el debate público”

Mekhi_Becker

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La literatura de Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, 56 años) es un gran signo de interrogación clavado sobre la Historia. Los relatos oficiales se empeñan en decir: esto fue lo que sucedió y sucedió así. Pero ella replica. Quizá pasó otra cosa o tal vez ocurrió de otra forma o acaso significa algo distinto de lo que nos contaron. “La Historia está constantemente en discusión, pensarla como algo cerrado es un error”, sostiene, y pone un ejemplo: “La mitología cristiana sirve tanto para justificar una opresión aberrante como para darle letra a una revolución humanista”. A la escritora argentina le interesa la polisemia que se despierta con la revisión de los mitos. Multiplicar los significados frente al intento de restauración de un “patriarcado rancio” que quiere congelarlos en sus significados tradicionales. “Es empobrecedor y medio fascista”, dice con tono ligero pero consciente. Sus reflexiones no son improvisadas.

Cabezón Cámara recibirá este miércoles en la FIL de Guadalajara el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Las niñas del naranjel (Random House, 2024), una ficción en la que vuelve a sumergirse en la Historia para desplegar sus preguntas, su poesía y su musicalidad, señas de identidad de su obra que han conquistado al jurado del galardón, asignado con 10.000 dólares. “Consigue dotar de una nueva fuerza imaginativa y simbólica a la novela histórica que relata los discursos y las violencias que gestaron el Nuevo Mundo”, dicen en el acta. “Abraza el bastardismo que da lugar a América, arrasa el antropocentrismo y devuelve a la naturaleza su erotismo sin el exotismo colonizador”, añaden también en la resolución de un reconocimiento que recae por novena vez en Argentina, el país que más ha brillado junto con México en esta distinción.

La protagonista de la novela ganadora es la española Catalina de Erauso, conocida popularmente como la Monja Alférez, quien huyó de un convento en el País Vasco y se travistió para unirse a la travesía de los conquistadores. ¿Has notado que el agua está distribuida en partes a veces enormes y a veces muy pequeñas pero gusta de juntarse? El agua quiere agua y mi alma quería andar, se justificará ante su tía en una de sus cartas. La naturaleza y sus ritmos vibran en cada recoveco del libro como lo hacen en el discurso de la escritora. “La lengua es algo espeso, es como un río gigantesco lleno de corrientes”, plantea, y trabajar con ese espesor le ayuda a separarse de lo inmediato. “Me permite hablar de algo que no sea yo, y eso me resulta muy hermoso”, sintetiza: “Los libros son más interesantes que los autores”.

Gabriela Cabezón Cámara, en la FIL de Guadalajara.

En los suyos, los idiomas no se reducen a un instrumento de comunicación, son transmisores de la propia cultura de la que nacen y que a su vez alumbran. “La hegemonía del inglés tiene implicaciones que vamos asimilando inconscientemente. Hay algo en la cultura del coaching, del que se hace solo, que es muy falsa y que viene con él, y va carcomiendo nuestras culturas un poco más conscientes de la importancia de lo colectivo”, razona. En su última novela se mezclan el español, el vasco y el guaraní, este último hablado por las niñas nativas que van desarmando con sus inocentes preguntas el dogmatismo que el protagonista trae del viejo mundo. Hay algo platónico en ese aprendizaje a través del diálogo. “Yo creo mucho, mucho en la conversación, en juntarse con gente y charlar tranquilamente, sin miedo a decir boludeces. No creo tanto en el debate público, que siempre se ha dado más tipo pugilato de boxeo, a ver quién gana”, defiende la autora: “En la conversación relajada aparecen posibilidades de pensamiento hermosas”.

Gabriela Cabezón Cámara también es activista medioambiental y ejerció como periodista cultural. Hoy asiste con “pánico” a la expansión de los bulos y los proyectos políticos que los sostienen. “Llegamos al absolutismo de la información en la era de las democracias, es muy impresionante”, dice. “Mienten, y para cuando les sale la desmentida, no se entera nadie”, se lamenta en relación al Gobierno argentino, encabezado por el ultra Javier Milei: “Estamos soportando una ofensiva muy violenta”. Habla con conocimiento de causa. Su novela Las aventuras de la China Iron (2017) —nominada al Booker International en su versión en inglés— es uno de los cuatro libros que han sufrido el intento de censura en su país natal. Una fundación intentó que los retiraran de las escuelas por considerarlos pornográficos, y el sector cultural ha respondido en bloque. Más de 120 escritores organizaron una lectura conjunta de los libros atacados y más de 2.300 autores de Latinoamérica y España han firmado un documento en defensa “de los libros, los planes de lectura y las bibliotecas”. “Las escritoras y escritores no somos rehenes de ningún régimen ni de ninguna campaña electoralista. No se pueden permitir ni la ridícula ofensiva oscurantista ni la violenta personalización sobre ninguna escritora”, suscriben.

La política parece haber emprendido el camino contrario de la literatura en la región, que reclama cada vez con más fuerza una voz propia para la naturaleza y sus seres. “La literatura pesca en el imaginario común, y ahí están el fascismo y la utopía, pero sí hay un abismo”, expone la argentina. “Igual, si sigue esta gente en los gobiernos, van a aparecer los escritores negacionistas del cambio climático o los van a comprar y a hacer con inteligencia artificial”, ironiza. A pesar de ello, la autora de La Virgen Cabeza (2009) cree necesario seguir imaginando un futuro que no sea violento, ni cruel, ni distópico. Por eso tardó tanto en escribir su última novela, le parecía demasiado oscura hasta que dio con la voz de las niñas. En realidad, dice ella, todos los libros suelen llevarle bastante tiempo: hasta que encuentra una música o la construye. Sufre cuando no da con ella, cree que no podrá escribir nunca más, un día le sale y se pone contenta, “y así la vida”.

Nunca quiso hacer otra cosa y hoy es una voz destacada entre sus pares, a los que ve con admiración. “La literatura en español es pujante, riquísima, viva, muy diversa. Es proteica”, resume. Al castellano, sin embargo, se le resisten todavía algunos espacios. El ensayo en español, decía Irene Vallejo en su discurso de entrada a la Academia Colombiana de la Lengua, todavía pelea por un hueco propio en el circuito universal, junto con la novela y la poesía, que ya cuentan con el suyo. También el Nobel parece resistirse a la segunda lengua con más hablantes del mundo. Cabezón Cámara, no obstante, no le presta mucha atención. Ella prefiere “independizarse del imperio”. “Somos un montón”, dice, y la Historia no es lo único abierto a discusión. Ya se lo dijo Antonio, la Monja Alférez, a su tía: el mundo no se hizo en una semana, hácese y deshácese a cada instante.

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