Francis Kéré, la arquitectura y los niños

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Francis Kéré (1965) vuelve a trabajar para los niños. El burkinés, que en los últimos años ha recibido el premio Pritzker y el Imperiale de Japón, se convirtió en el primer niño de su poblado, Gando, en caminar hacia una escuela diariamente para poder estudiar. Fue un privilegio que él, como hijo del jefe del poblado, pero como niño, al fin y al cabo, vivió como castigo. Sucedió así hasta que fue becado para estudiar en Berlín. En la ciudad alemana se convirtió en arquitecto. Su historia profesional comienza entonces, cuando decide reunir dinero para regresar a Gando y levantar, en su poblado, una escuela pública en la que los niños puedan, como él, estudiar.

Son muchas las ocasiones en las que el proyectista ha trabajado con niñas y niños ―ideando escuelas, bibliotecas y clínicas en Burkina Faso―. Esta vez, sin embargo, lo hará en Alemania.

El nuevo parvulario, que llevará el nombre de la persona que lo financia, Ingerborg Pohl, dará cobijo a los hijos de los trabajadores de la Universidad Técnica de Munich. Y se levantará en madera para mejorar el aislamiento térmico y acústico del inmueble. Por eso Kéré se ha asociado en este proyecto a los expertos en ese tipo de construcción Herman Kaufmann y ZT GmbH, Schwarzach.

Interior del nuevo centro

Convertido él mismo en un experto diseñador de exposiciones, Kéré ha ideado el edificio y cada uno de los espacios interiores ― 700 metros de aulas, conexiones, rampas y zonas de juego― para potenciar el descubrimiento, la curiosidad y la imaginación de los 60 niños que acogerá el centro. El arquitecto también es responsable de los exteriores: la terraza mirador que corona el inmueble y la cubierta vegetal.

Arropado en lamas de madera, el edificio de cinco plantas cuenta con rampas que las conectan, además de escaleras. Y estará terminado a finales de 2025. El juego de luces y sombras, de protección e incitación, que ofrecen las lamas, es una convivencia de contrarios y, por lo tanto, una metáfora de la vida. También del cuidado infantil, del difícil equilibrio entre cuidar y arriesgar. “Cuando construimos para los niños, queremos que puedan moverse libremente entre interior y exterior. Por mí querría que pudieran ir saltando a las azoteas vecinas, compartirlas, colonizarlas. Por eso hemos instalado un jardín panorámico en la azotea”, ha declarado Francis Kéré. Desde allí, 60 niños hijos de los trabajadores de la universidad contemplarán un mundo mayor que el suyo. Estarán protegidos. Y verán fomentada su curiosidad.

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