Fontaines DC, regreso al futuro del rock

Cassie_Kuphal

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Faltan aún tres meses para el lanzamiento de Romance, el cuarto largo del quinteto irlandés Fontaines DC, cuando nos citamos con su vocalista Grian Chatten (Barrow-in-Furness, Inglaterra, 1995) en las oficinas de su sello en Madrid. Todo lo que sabe en aquel momento el mundo es su título y un primer y apabullante sencillo de adelanto, la supersónica ‘Starbuster’. Las nuevas fotos del grupo distribuidas por la discográfica muestran un cambio radical. Básicamente, donde antes no había ninguna estética, ahora se ha añadido un look muy de finales de los noventa, con colores flúor, gafas de mosca y tejidos con los que debería estar prohibido acceder a una gasolinera. Por su parte, la escueta hoja de prensa que ha empezado a circular habla de influencias de nu metal y de electrónica de los noventa, tipo The Prodigy. La sensación es que Fontaines DC van a ser la banda de rock más importante de 2024. Y de los años siguientes. A finales de agosto, sale el disco y casi se todo se confirma.

“Nos ha costado”, interviene el vocalista, dando por hecho el éxito. “Creo que había potencial en nosotros, pero no habíamos encontrado el momento ni la manera de pegar el salto y ayudar a cambiar el rock”. Sentado en una pequeña silla que se bambolea más de lo deseado en una azotea, Chatten viste un look muy parecido al de las fotos promocionales. No basta con quererlo, hay que vestirse como alguien que lo quiere. “Podía pasarme dos semanas de gira con la misma camisa de cuadros”, confiesa el cantante, que nació en Inglaterra, pero con apenas un mes su familia se trasladó a Irlanda. “Tratando de crear un universo con el disco. Utilizamos colores y no quiero ser esa persona que tiene influencias coloridas en su música pero lleva siempre una camisa gris”.

Hace cinco años, cuando irrumpieron en la escena con Drogel, su disco de debut, nadie hubiera preguntado por su ropa. Era irrelevante porque aquel era un grupo de post punk furioso que apostaba por liderar el tercer revival del género y lo hacía armado con un disco de The Fall y un libro de Dylan Thomas. “Dublín bajo lluvia es mía / Una ciudad embarazada con una mente católica”. Estos eran los primeros versos de ‘Big’, el tema que abría aquel primer álbum. Apenas 18 meses después, lanzaban su segundo álbum, una apuesta algo más abstrusa, sin apenas melodías vocales y con unos desarrollos instrumentales que denotaban que ese grupo se lo pasaba muy bien ensayando.

“Cuesta mucho dinero hacer que esto se mueva. Es jodido para los chavales de clase obrera. En esta coyuntura, solo puedes tener un grupo con gente a la que consideras amiga”

No fueron número uno en Reino Unido porque Taylor Swift cambió la fecha de la edición en formato físico de Folklore al ver el martes que los irlandeses la doblaban en ventas. Tampoco entonces nadie debió preguntarles por su atuendo. Y en la primavera de 2022 llegó Skinty Fia, el trabajo con el que se volvieron otro grupo y en cuya voluntad por experimentar nuevos sonidos (en este caso el indie noventero, el shoegaze y el legado de bandas como sus compatriotas Whipping Boy) y el éxito cosechado en el intento se halla la naturaleza de Romance.

También fue el álbum en que Chatten decidió que ya era hora de cantar como Dios manda. “Me ayudó mucho como vocalista mi trabajo en solitario [Chaos For The Fly, 2023], encontré ahí la música que mejor me sienta a la voz. Contenía temas con cuerdas y muy sesenteros que me retaron como cantante y me ayudaron a encontrar mi sitio. Aprendí a amar mi voz, y no solo porque la gente empezara a reírse con los chistes que hacía”. En aquella época, Gratten empezó a padecer ataques de pánico. Tan relevantes como para terminar incluyendo estos episodios en la hoja de prensa que anuncia Romance, aunque ya sean parte del pasado. “No tenía claro si debíamos mencionarlo”, interviene. “En mi disco en solitario había mucha oscuridad y me preguntaron mucho por salud mental. Luego pensé que sonaba como un puto amargado todo el rato. Y al leer las entrevistas de aquellos meses me asusté. Quiero decir a la gente que me lo estoy pasando bien, es importante”. Hoy ha vuelto a leer a Dylan Thomas y ha alcanzado una gesta de la que está especialmente orgulloso: “Logré terminar de leer El extranjero de Camus. ¿Te puedes creer que he perdido cuatro copias de ese libro antes de poder leerlo entero?”.

El cantante sabe que tener un grupo de rock en la era del pop individual e individualista, de los featurings y de la búsqueda de la industria de fomentar el monocultivo, reduciendo los estilos dominantes a dos o tres, evitando así que nada que no haya sido creado y controlado por el sistema de multinacionales se asome al éxito masivo, es complicadísimo. “Cuesta mucho dinero hacer que esto se mueva. Es jodido para los chavales de clase obrera. Todo es muy caro, se cobra muy poco. No sé cómo es otros sitios, pero de dónde venimos muchas salas pequeñas han cerrado y eso lo dificulta todo. Hoy más que nunca, en esta coyuntura, solo puedes tener un grupo con gente a la que consideras amiga”, interviene.

El año pasado, el grupo giró junto a Arctic Monkeys, acaso la banda cuya evolución sonora y estética más se asemeja a la que están emprendiendo los irlandeses. Ambos han llegado a ese punto en que pueden hacer un disco cuyos principios musicales no se compartan, pero no por ello se les deja de amar, más que nada porque se les necesita. Escuchar los últimos discos de Arctic Monkeys o Fontaines DC es un poco como votar a Kamala Harris. “Tocar con Arctic Monkeys fue bueno para definirnos con respecto a ellos. Fue bonito compartir escenario. Ver lo que hacen y, a través de eso, saber lo que podemos y queremos hacer. Fue increíble presenciar sus conciertos, que son enormes. Se lo toman muy en serio. Nosotros también, pero somos aún muy anárquicos”, confiesa el irlandés.

Gratten dejó Dublín hace ya un tiempo. La ciudad había sido su musa. Estuvo perdidamente enamorado de ella en su posadolescencia, cuando en cada esquina había poesía, algo que hacer, algo sobre lo que escribir. Pero sus amigos se fueron, y él también. A Londres. “No está mal la vida ahí”, dice con extrema neutralidad. “Me he mudado con mi pareja a un piso más pequeño. Hay que ahorrar. Y, además, voy a estar de gira mucho. Al principio iba a ser una gira tranquila, con 26 festivales en verano y, bueno, se está complicando”. Para Chatten ser irlandés en Londres le ayuda a la vez a profundizar en su origen y también a olvidarse un poco de él. “No quiero que me defina ser irlandés, pero tampoco me quiero olvidar. Y cuando me olvido, viene unos tipos, como el otro día al salir de una sauna, a decirme que si estoy en el IRA por no sé qué cojones de un tatuaje que dicen haberme visto. De golpe me asusto porque creo que me van a dar una paliza, pero a la vez salgo de ahí sintiéndome muy irlandés”.



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