‘Fly Me To The Moon’: la cara oculta del primer viaje a la Luna es una loca comedia romántica

larson.novella

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El 20 de julio de 1969, en medio de la carrera espacial con la URSS y de una Guerra Fría que dura más de una década, el hombre pone el pie en la Luna y coloca una bandera de Estados Unidos. Entre la gloria, sin embargo, hay gente que no acaba de creérselo. El clima de conspiranoia, que arranca a principios de los años sesenta con la Crisis de los Misiles y el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y llega al menos hasta la dimisión de Richard Nixon por el Watergate en 1974, con los jóvenes muertos en Vietnam abriendo telediarios y de vuelta a sus hogares en ataúdes, alcanza también al cine. Una serie de extraordinarias películas analiza el clima político y social del país intentado encontrar la cara oculta del poder. También la cara oculta de la Luna.

En 1977, Capricornio Uno, dirigida por Peter Hyams, aborda un hipotético primer viaje tripulado a Marte. Sin embargo, en el último momento antes de la cuenta atrás, sacan a los tres astronautas de la nave, los llevan a una oficina adyacente en Cabo Cañaveral y los recibe el jefe de la NASA. Todo es un montaje: en un hangar han montado un estudio de cine y esas falsas secuencias son las que la ciudadanía americana verá por televisión. Hablan del planeta Marte, pero todos piensan en el satélite Luna y en la leyenda urbana de que todo aquello, lo de 1969, el pequeño paso para el hombre y el gran paso para la humanidad, fue filmado en un estudio por Stanley Kubrick. Fly Me To The Moon cuenta buena parte de esto, con una novedad: lo hace en forma de comedia romántica, con leves toques de drama, y ciertos apuntes de screwball, de comedia loca de los años treinta y cuarenta.

El resultado, dirigido por Greg Berlanti y coproducido y protagonizado por Scarlett Johansson, es curioso, relativamente divertido, con un notable aire de tentativa de recuperación de una época (casi) perdida para el cine adulto, y una parte final a la que le falta talento en la puesta en escena y el montaje para que esa locura sea realmente apasionante.

Scarlett Johansson y Channing Tatum, en 'Fly Me To The Moon'.

La idea es buena: reunir sentimentalmente a la jefa de marketing y publicidad contratada por uno de los fontaneros del Gobierno de Nixon (Woody Harrelson, cómo no, mucho más espía en la sombra que funcionario al sol) para mejorar la imagen pública de la NASA y conseguir dinero a través de la publicidad asociada a los astronautas, y al director al mando del lanzamiento y del alunizaje del Apolo 11. La química entre Johansson y Channing Tatum es buena, y además se les ofrece a ambos unas bellas historias detrás de su fachada (como a la película en sí misma): el trauma del rol de Tatum por el desastre del Apolo 1, que acabó con los tres astronautas carbonizados antes del despegue; y el oscuro y muy cinematográfico pasado relacionado con la mentira del de Johansson (de nuevo, como la película), claramente inspirado en Marnie, la ladrona, de Hitchcock.

En general, el guion de Rose Gilroy está logrado, sobre todo por haber sabido aglutinar géneros sin dejar nunca de lado la peligrosa situación de un país dividido, y por esos matices de screwball: lucha de sexos en una época en la que las mujeres eran ninguneadas; inverosimilitud; fusión de comedia física y verbal, y evidente romance. Sin embargo, es Berlanti el que no da la talla con la dirección, el montaje y el engranaje general, comandado por una fea fotografía digital y algunos detalles aparentemente nimios pero indicativos: se ve que las canciones de fondo las han elegido después del rodaje, y ni una sola vez de las cuatro en las que hay personajes bailando lo hacen al ritmo de la música.

La primera mitad, la de la venta publicitaria y política de la Luna, es estupenda. Pero el cojitranco desenlace de la segunda, la del infundio, patina con un enredo que es más embrollo que artimaña.

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