Habrá sentido estos días Íñigo Errejón el calor de unos desconocidos. Emana de aquellos –y aquellas– quienes, a pesar de estar en sus antípodas políticas, afilan más las mandíbulas contra las denunciantes que contra él. Errejón , por supuesto, esto ya lo sabía. Por eso lo dejó dicho en su carta: que cómodo se está en los brazos del rancio patriarcado. No vean cómo acuna. Estos nuevos colegas de Errejón son sólo algunos de los secundarios que florecen en cada MeToo.Para analizar a estos personajes no hace falta entrar en la veracidad de los hechos. Basta con hacerlo en la de las críticas, espejo del país en el que nos encontramos. En el que todavía hay gente que se lanza a la yugular de una mujer por no esconder su deseo sexual. Les debe parecer sucio. Feo. Si además es madre, puf, a la hoguera, querida. Más si no mueve Roma con Santiago ni entra en pánico mortal si su bebé tiene fiebre mientras está, oh, señor, al cuidado de alguien que no es ella y encima el cuidador es un hombre. ¿En qué quedamos, nos fiamos, o nos fiamos de ellos? ¿Para todo o sólo para algunas cosas? En cualquier caso, volviendo a lo genérico, mis criticones preferidos son los que caen en la misma trampa que ha venido a romper el MeToo: las mujeres que airean estos asuntos son unas malas pécoras, liantas y cotillas. El 'calladita estás más guapa' de toda la vida pero aquí, además, con un propósito superior. Lo que no se cuenta -públicamente- no ha pasado. Hasta en Sumar han picado. Por eso el MeToo de Errejón es superior en sí mismo . La izquierda que venía a enseñarnos a las feministas lo que era el feminismo, ¡los feminismos!, resulta que lo sabía pero no lo contaba en lo público. ¡Qué lección de feminismo, la vuestra, queridos 'amigues' de Sumar! Qué claro está quedando que no es lo mismo que uno toque o retoque sin consentimiento y no se sepa a que sí se sepa. Que le pregunten a Yolanda Díaz, flor donde las haya también en este MeToo, si aquí no hay un antes y un después, siendo el hecho el mismo. Por darle una pista, antes a su alrededor no se sacaban los ojos tan abiertamente, ahora sí.Cierro el repaso al animalario que prolifera alrededor del MeToo con los carroñeros. Esos que en cada nuevo caso jalean y salivan a la espera de una estocada mortal para el feminismo. Sólo ven linchamiento y cancelación y alegan que no se respeta la presunción de inocencia –noten que se pide mucho aquí pero poco en otras áreas–. Y encima, nos recuerdan, hay mujeres que mienten. Se conocen, incluso, casos de escaldados que de tanto defender al señalado no supieron dónde meterse cuando el susodicho reconoció y pidió perdón. Porque esto a lo que ahora llamamos MeToo, de toda la vida se ha llamado 'cuando el río suena, agua lleva'. Sólo que desde hace bastante muchas mujeres ya no están dispuestas a lavar los trapos sucios de los hombres ni solas, ni calladas.
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