graham.bryon
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El festival de Pamplona Flamenco on Fire alcanza su undécima edición y, en el decenio transcurrido desde su creación en 2014, parece haber tenido tiempo de generar la dinámica propia que lo identifica, con sus inercias y hasta con sus ritos, pues ha cobrado carácter de rito el concierto inaugural que se viene celebrando desde hace tres años en la noche previa al arranque de la programación: guitarra flamenca de concierto desde el suntuoso balcón del Palacio de Gobierno de Navarra.
Al concertista Gerardo Núñez le cupo en esta ocasión el honor de subirse a unas alturas desde las que reconoció no haber tocado nunca. No se notó: el jerezano ofreció su música con una excelencia y naturalidad que inundó la noche de magia y silencios. Temas de su repertorio, como la rondeña que se transporta a las bulerías de Jerez, y de su discografía —la bulería por soleá y las alegrías de Calima—, junto a composiciones nuevas, como la que dedicó al periodista flamenco José María Velázquez-Gaztelu.
Entre los rasgos que definen al evento, es principal y conocida su presencia en la calle, y el arranque del pasado miércoles fue así fiel a su cita a mediodía con la plaza del Ayuntamiento de la ciudad, aunque esta vez no desde un balcón sino bajo las escalinatas del edificio, desde donde las guitarras de Pepe Habichuela y Josemi Carmona vinieron a encontrarse con las danzas tradicionales del grupo municipal Duguna Iruñeko Dantzariak, que cumple 75 años desde su fundación.
Fue un espectáculo que escapó a las inercias para mirar a la tierra anfitriona y a sus tradiciones, abundando en la línea ya apuntada en la edición anterior. Para Arturo Fernández, que cumple cinco años como director del evento, es “una forma de vincularte con el territorio, como se viene haciendo con los balcones o se hizo con el encuentro del año pasado en la capilla de San Fermín. Se trata —continúa— de tender lazos y convertirte en parte de una tierra que no es la de nuestro género. Estamos fuera de la geografía conocida como jonda y, con estas y otras acciones, vinculamos al flamenco con Navarra”. “Su acogida es muy buena, en parte porque el flamenco la hace así”, concluye.
Tras el toque ligado del patriarca Pepe Habichuela por soleá, la guitarra de su hijo Josemi compartiría con las gaitas navarras y los tambores el acompañamiento de las sucesivas danzas de Duguna. Una convivencia rítmica y tímbrica que, en su conjunto, desprendió una sorprendente fuerza no exenta de emotividad. El compás de los tanguillos o del garrotín se fundieron con el de palos, panderos o castañuelas de los coloristas dantzaris. Quizás pocos guitarristas flamencos como Carmona para transitar el camino entre tan distintas culturas musicales y hacerlo de manera airosa. Su abrazo final con Aritz Ibáñez Lusarreta, director de Duguna, simbolizó todo lo positivo de tan estimulante propuesta. Otra novedad de esta edición selló el encuentro: a todos los artistas participantes se les impone este año “el pañuelo Sabicas”, rojo como el tradicional de San Fermín, pero con la efigie del guitarrista impresa, un detalle más dentro de la mencionada intención de ligarse a la tradición y a la tierra.
La tarde noche de la primera jornada sí respondió a las inercias del evento. La habitual cita vespertina del Palacio Ezpeleta, estuvo antecedida de una nueva, creada en esta edición, el Escenario Sabicas, que residirá en el Civivox Condestable a partir de ahora y que se centrará en la guitarra flamenca de concierto. Lo inauguraron los guitarristas Gerardo Núñez y el granadino Álvaro Martinete, que dieron muestras evidentes de su entendimiento y complicidad con las interpretaciones conjuntas de un endiablado virtuosismo, que eran interrumpidas por un público entregado. Con el tiempo justo, el respetable tuvo tiempo de mudarse a Ezpeleta para escuchar el cante claro y tradicional de Salomé Pavón quien, con la guitarra de Jerónimo Maya, ofreció un repertorio clásico de estilos con los que recordó a los maestros, entre ellos a su abuelo Manolo Caracol.
Al cantaor jerezano Miguel Flores Capullo de Jerez, con todo vendido, le tocó cerrar la noche en el ciclo nocturno que acoge el hotel Tres Reyes. El mismo cantaor, a la mañana siguiente, inauguraría los balcones tras una tormentosa mañana que anunciaba cancelaciones al aire libre. Nada de eso: las nubes se abrieron para que Capullo lo celebrase con una encadenada fiesta de rumbas, tangos y bulerías que pusieron a bailar a gran parte de los asistentes a la siempre abarrotada plaza del Ayuntamiento. Con el segundo balcón, a cargo de Salomé Pavón en el hotel La Perla, y las actuaciones de la tarde —la guitarra de Caracafé y el cante de Luis Moneo— la segunda jornada nos llevó al primero de los grandes conciertos en el auditorio Baluarte, espacio donde el baile y la danza ingresaron en esta edición de una forma rotunda.
Con la actual dirección, este festival se preguntó en 2021 qué es el flamenco para, en años posteriores, irse ocupando de sus tres disciplinas: el cante con su lírica, el toque y, finalmente, el baile, al que se dedica esta XI edición. La danza, pues, tiene un protagonismo especial y para ello se han elegido dos atracciones principales: la del Ballet Flamenco de Andalucía (BFA), que estrena la dirección de la bailaora y bailarina Patricia Guerrero (Premio Nacional de Danza 2021), y la de la gran Manuela Carrasco que, dentro de su gira de despedida, hará parada en Pamplona para clausurar el ciclo. Junto a ellas, un atractivo grupo de jóvenes valores (Gema Moneo, Claudia La Debla y Matías Campos) dentro del ciclo nocturno.
La propuesta del BFA salía por primera vez de Granada, donde ha protagonizado durante el mes de agosto el tradicional ciclo Lorca y Granada en los Jardines del Generalife. Se trata de la obra en la que la nueva directora ofrece su personal interpretación del drama que Federico García Lorca escribió sobre la figura de Mariana Pineda. No es la primera visión dancística o teatral de esta heroína liberal, algo que no ha debido ser ajeno a Guerrero para ofrecer una visión acorde con los tiempos y su propia personalidad. Un trabajo muy elaborado que incorpora los elementos que hacen grande una obra: la dinámica coral junto al brillo de las individualidades y con el respaldo de una gran música, la de Dani de Morón y Agustín Diassera. Las coreografías, de muy diversa factura, cobran relevancia por su viveza y su funcionalidad, en tanto mantienen la tensión narrativa. Los pasos a dos, uno delicado y amoroso con Eduardo Leal (el rebelde Pedro de Sotomayor), y otro de confrontación y rechazo con Alfonso Losa (el implacable Pedrosa). Puede que los enlutados ritos finales alarguen la obra en demasía, pero muy poco le restan a la excelencia que ofrece y al hermoso rastro que dejan en la memoria.
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Al concertista Gerardo Núñez le cupo en esta ocasión el honor de subirse a unas alturas desde las que reconoció no haber tocado nunca. No se notó: el jerezano ofreció su música con una excelencia y naturalidad que inundó la noche de magia y silencios. Temas de su repertorio, como la rondeña que se transporta a las bulerías de Jerez, y de su discografía —la bulería por soleá y las alegrías de Calima—, junto a composiciones nuevas, como la que dedicó al periodista flamenco José María Velázquez-Gaztelu.
Entre los rasgos que definen al evento, es principal y conocida su presencia en la calle, y el arranque del pasado miércoles fue así fiel a su cita a mediodía con la plaza del Ayuntamiento de la ciudad, aunque esta vez no desde un balcón sino bajo las escalinatas del edificio, desde donde las guitarras de Pepe Habichuela y Josemi Carmona vinieron a encontrarse con las danzas tradicionales del grupo municipal Duguna Iruñeko Dantzariak, que cumple 75 años desde su fundación.
Fue un espectáculo que escapó a las inercias para mirar a la tierra anfitriona y a sus tradiciones, abundando en la línea ya apuntada en la edición anterior. Para Arturo Fernández, que cumple cinco años como director del evento, es “una forma de vincularte con el territorio, como se viene haciendo con los balcones o se hizo con el encuentro del año pasado en la capilla de San Fermín. Se trata —continúa— de tender lazos y convertirte en parte de una tierra que no es la de nuestro género. Estamos fuera de la geografía conocida como jonda y, con estas y otras acciones, vinculamos al flamenco con Navarra”. “Su acogida es muy buena, en parte porque el flamenco la hace así”, concluye.
Tras el toque ligado del patriarca Pepe Habichuela por soleá, la guitarra de su hijo Josemi compartiría con las gaitas navarras y los tambores el acompañamiento de las sucesivas danzas de Duguna. Una convivencia rítmica y tímbrica que, en su conjunto, desprendió una sorprendente fuerza no exenta de emotividad. El compás de los tanguillos o del garrotín se fundieron con el de palos, panderos o castañuelas de los coloristas dantzaris. Quizás pocos guitarristas flamencos como Carmona para transitar el camino entre tan distintas culturas musicales y hacerlo de manera airosa. Su abrazo final con Aritz Ibáñez Lusarreta, director de Duguna, simbolizó todo lo positivo de tan estimulante propuesta. Otra novedad de esta edición selló el encuentro: a todos los artistas participantes se les impone este año “el pañuelo Sabicas”, rojo como el tradicional de San Fermín, pero con la efigie del guitarrista impresa, un detalle más dentro de la mencionada intención de ligarse a la tradición y a la tierra.
La tarde noche de la primera jornada sí respondió a las inercias del evento. La habitual cita vespertina del Palacio Ezpeleta, estuvo antecedida de una nueva, creada en esta edición, el Escenario Sabicas, que residirá en el Civivox Condestable a partir de ahora y que se centrará en la guitarra flamenca de concierto. Lo inauguraron los guitarristas Gerardo Núñez y el granadino Álvaro Martinete, que dieron muestras evidentes de su entendimiento y complicidad con las interpretaciones conjuntas de un endiablado virtuosismo, que eran interrumpidas por un público entregado. Con el tiempo justo, el respetable tuvo tiempo de mudarse a Ezpeleta para escuchar el cante claro y tradicional de Salomé Pavón quien, con la guitarra de Jerónimo Maya, ofreció un repertorio clásico de estilos con los que recordó a los maestros, entre ellos a su abuelo Manolo Caracol.
Al cantaor jerezano Miguel Flores Capullo de Jerez, con todo vendido, le tocó cerrar la noche en el ciclo nocturno que acoge el hotel Tres Reyes. El mismo cantaor, a la mañana siguiente, inauguraría los balcones tras una tormentosa mañana que anunciaba cancelaciones al aire libre. Nada de eso: las nubes se abrieron para que Capullo lo celebrase con una encadenada fiesta de rumbas, tangos y bulerías que pusieron a bailar a gran parte de los asistentes a la siempre abarrotada plaza del Ayuntamiento. Con el segundo balcón, a cargo de Salomé Pavón en el hotel La Perla, y las actuaciones de la tarde —la guitarra de Caracafé y el cante de Luis Moneo— la segunda jornada nos llevó al primero de los grandes conciertos en el auditorio Baluarte, espacio donde el baile y la danza ingresaron en esta edición de una forma rotunda.
Planta y tacón. El baile cierra un ciclo
Con la actual dirección, este festival se preguntó en 2021 qué es el flamenco para, en años posteriores, irse ocupando de sus tres disciplinas: el cante con su lírica, el toque y, finalmente, el baile, al que se dedica esta XI edición. La danza, pues, tiene un protagonismo especial y para ello se han elegido dos atracciones principales: la del Ballet Flamenco de Andalucía (BFA), que estrena la dirección de la bailaora y bailarina Patricia Guerrero (Premio Nacional de Danza 2021), y la de la gran Manuela Carrasco que, dentro de su gira de despedida, hará parada en Pamplona para clausurar el ciclo. Junto a ellas, un atractivo grupo de jóvenes valores (Gema Moneo, Claudia La Debla y Matías Campos) dentro del ciclo nocturno.
La propuesta del BFA salía por primera vez de Granada, donde ha protagonizado durante el mes de agosto el tradicional ciclo Lorca y Granada en los Jardines del Generalife. Se trata de la obra en la que la nueva directora ofrece su personal interpretación del drama que Federico García Lorca escribió sobre la figura de Mariana Pineda. No es la primera visión dancística o teatral de esta heroína liberal, algo que no ha debido ser ajeno a Guerrero para ofrecer una visión acorde con los tiempos y su propia personalidad. Un trabajo muy elaborado que incorpora los elementos que hacen grande una obra: la dinámica coral junto al brillo de las individualidades y con el respaldo de una gran música, la de Dani de Morón y Agustín Diassera. Las coreografías, de muy diversa factura, cobran relevancia por su viveza y su funcionalidad, en tanto mantienen la tensión narrativa. Los pasos a dos, uno delicado y amoroso con Eduardo Leal (el rebelde Pedro de Sotomayor), y otro de confrontación y rechazo con Alfonso Losa (el implacable Pedrosa). Puede que los enlutados ritos finales alarguen la obra en demasía, pero muy poco le restan a la excelencia que ofrece y al hermoso rastro que dejan en la memoria.
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Flamenco on Fire se vincula con el territorio en el año dedicado al baile
El guitarrista Gerardo Núñez, los Habichuela con la ‘dantza’ del grupo Duguna y el Ballet Flamenco de Andalucía marcan los primeros días del festival de Pamplona
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