Fiat Lux

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27 Sep 2024
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Es la luz la que preña el color, el alambique fotónico donde se destila, el vientre fecundo donde caben mil arcos iris y sombras que hablan con las esquinas y las paredes. En esta ciudad de oros tartésicos, de rojos romanos, de encalados árabes y de caobas indianas, la luz tiene el poder de parir, según la furia con la que lo ilumine, una ciudad distinta cada día. No solo cambia la fisonomía de una calle, de un bronce a caballo o de una fachada de almagre. Cambia los jardines y los patios que Romero Murube frecuentaba para dejarse llevar por la tristeza de algunas aspidistras con faringitis por la humedad del claustro y la emoción nupcial de las jazmineras de su Alcázar, tan blancas y radiantes como novias por estrenar. Esta ciudad nace distinta cada día. Y la hace distinta la luz que la preña en una orgía de matices, de tonos y gamas que solo desde el corazón herido de los mejores pintores de nuestra escuela local, supieron atrapar en sus lienzos. En Sevilla, una arquitecta castellana, enamorada hasta los huesos de esta ciudad distante, orgullosa y tenebrosa a veces; en Sevilla, les cuento, hay una arquitecta, profesora de la Escuela, que está encarnada con la luz y el tiempo. Y de cómo ambos intangibles hacen posible un idioma bello sin una sola palabra pero que entienden los elegidos.Lola Robador, que así se llama nuestra activista defensora de la ciudad que no debemos dejarnos arrebatar, ha organizado un ciclo luminoso e ilustrado en la Academia de Buenas Letras: El color del tiempo. La semana pasada se trajo de Madrid a un jardinero que está convencido de que hay lugares con alma, con un espíritu al que hay que respetar e invocar, para que la luz y el tiempo logren convivir con los hombres. Son lugares especiales. Donde los chamanes encontraban una conexión entre la tierra y lo trascendente. Una especie de autopista hacia el cielo que se nos revela en el radar del corazón no más verlo y sentirlo.Fernando Caruncho se permite el lujo de no aceptar encargos, pese al calor del dinero, si el promotor no tiene claro que un jardín es un trío de amor entre el hombre, la naturaleza y el paisaje. Ese trío es el que vio muchas veces en la Alhambra granadina, una conjunción perfecta donde oriente y occidente se abrazan sin hostilidades. Es un jardinero, un filósofo, un andariego que habla y escucha los susurros del cedro, las casidas del olivo, el melancólico fado de los algarrobos. Lo que hubieran disfrutado él y Romero Murube hablando de arrayanes y mirtos en el Alcázar. Maquillamos el color mineral del tiempo con afeites de vedettes de roulotte de descampados. Por eso oír a Caruncho hablar de jardines persas, griegos, romanos y andalusíes, es tan gratificante como ver a Lola Robador seguir en la pelea. Haciendo del Fiat Lux el lema que ilumina su cruzada en favor de la belleza…

 

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