Festival de Jerez: el baile como único argumento

kshlerin.alva

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En un evento como el Festival Flamenco de Jerez, dedicado al baile flamenco y a la danza española, se entiende como algo natural el predominio de obras en las que el ejercicio dancístico ocupe el lugar protagonista por encima de otros argumentos. Hay, sin embargo, ocasiones en que esa línea se muestra con una mayor centralidad y fuerza, algo que ha sucedido de manera destacada con algunas de las obras presentadas en la primera semana de un ciclo que alcanza ya su ecuador

Podríamos empezar por dos obras unidas por el nexo común de ofrecer el baile en solitario, sin otra compañía que el cante o la música, sea la de la guitarra o la de otros instrumentos. Nos referimos a los trabajos presentados por la granadina Fuensanta la Moneta y por el jerezano Joaquín Grilo. Obras de muy distinta inspiración en las que ambos artistas asumieron un protagonismo absoluto, con una presencia escénica permanente y sin desmayo, y con sucesivos cambios de registros dancísticos, en los que, es necesario subrayar, nunca perdieron la personalidad que los define.

En primer lugar, La Moneta se buscó en las composiciones de Mauricio Sotelo, tan amante del flamenco en sus brillantes obras, para construir un espectáculo con el que transitó por los principales estilos sin perder su condición de artista gitana. La oposición de su danza, tan étnica, a la música de tintes contemporáneos, que la escoltó, constituyó un elocuente alegato a la fuerza de un arte que puede mantener su identidad en el diálogo con una cultura y un acompañamiento musical no especialmente tradicional.

Joaquín Grilo durante su espectáculo.

Joaquín Grilo, por el contrario, miró a la tradición para desarrollar su sintaxis dancística con una generosidad encomiable. Él gusta del engaño, de una fingida descomposición de la figura, para mostrar su dominio del tiempo y del compás. En esta ocasión, recurrió a los oficios que se han relacionado con el flamenco (el campo, la fragua, la mina…), que sirvieron de vehículo para una exposición de estilos que se sucedieron sin descanso, con una gustosa implicación y complicidad de los integrantes del cuadro que acompañó a Grilo. Todo puede ser bailable, hasta una saeta, dentro de un planteamiento escénico que, dentro de su austeridad, resultó más que eficaz para el propósito.

El tránsito de la danza personal y libre a la compartida, entraña algún que otro compromiso y puede que más de una dificultad, pongamos que coreográfica, añadida; las mismas que solventan con audacia, ingenio y mucho arte Alfonso Losa y Patricia Guerrero en un trabajo quizás destinado a crecer, dado lo abierto de su planteamiento y la solvencia bailaora de sus protagonistas, que exhiben un entendimiento cierto e incluso cómplice que, deliberadamente, plantean desde un inicial juego de contrarios. En lo que podríamos considerar como un paso a dos prolongado y en permanente evolución, ambos protagonistas exhiben su individualidad para, poco a poco, caminar hacia un encuentro que se finge difícil y se escenifica con el solo sonido de sus pasos y evoluciones. Cuando se produce la confluencia, juegan a mimetizarse en una sincronía que es solo apariencia, porque tras la conjunción llegará el júbilo y la fiesta de la libertad que, tras unos tangos, se materializa en la danza festiva y diferenciada de la guajira. Un sinfín de estampas se van quedando impresionadas en la retina en lo que supone una explosión de energía que inunda la caja desnuda del teatro y se proyecta a un patio de butacas enfervorecido.

Las Sinsombrero, inspiración flamenca​


Cuenta Mercedes de Córdoba que cuando descubrió al grupo de creadoras de la generación del 27 Las Sinsombrero, a las que confiesa que no conocía, se encontraba en pleno proceso creativo de un nuevo proyecto que se vio obligada a abandonar. De aquel grupo, quedó especialmente enamorada de la pintora, escultora y escritora Marga Gil Roësset, y en su persona y en su obra se ha sumergido para elaborar lo que denomina un ensayo que, además de homenajearla y darla a conocer, persigue, sobre todo, transmitir su enamoramiento por esa artista de gran precocidad y mundo interior muy inquietante: se suicidó con solo 24 años. Sus diarios revelaron que fue por un amor imposible, el que sentía por el poeta Juan Ramón Jiménez.

Mercedes de Córdoba, en el Festival de Jerez.

Para la presentación, la bailaora eligió un espacio acorde con la condición de ensayo de su trabajo, un casco de bodega vacío, con el público en pie, en el que instaló un espacio escénico ideado para proyectar la obra de Roësset. Contó con la presencia y los poemas de su sobrina la escritora y fotógrafa Marga Clark, con la que dialogó en mitad de un espectáculo que planteó enmarcado por su baile, que es de fuerza y esencia, y que, en esta ocasión, va más allá del homenaje: en las evoluciones de su danza se percibe cómo la artista está traspasada por la persona de la creadora del 27, que la inspira y la mueve.

La bailaora La Moneta, durante su actuación en el Festival de Jerez.

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