Fermin Muguruza: “Me han censurado muchísimo, me han intentado callar, pero 40 años después sigo aquí”

Ottis_Mosciski

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Hay una sensación de encantamiento iniciático flotando en la letra de La línea del frente, de Kortatu. Recogida en el segundo álbum del conjunto, El estado de las cosas (1986), la canción sigue a un personaje fascinado por la retórica revolucionaria que exuda “esa jerga que emplean los rastas”. Habla de gente que queda “en la barricada a las tres”, como cantaban Bob Marley & The Wailers en Rebel Music, de las “fuerzas de la victoria” a las que aludía Linton Kwesi Johnson, de ser “una cuchilla andante” como Peter Tosh y de, claro, “vivir en la línea del frente”, estilo Eddy Grant.

“Toda esa jerga me interesaba mucho”, confirma su autor, Fermin Muguruza (Irún, 61 años). “La música soul tuvo gran relación con la lucha por los derechos de los afroamericanos. En la Sudáfrica del apartheid, la gente marchaba cantando. Y en el 15-M me dijeron que hubo manifestantes que se sentaron en el suelo del bar Parrondo [de Madrid] a resistir los golpes de la policía cantando La línea del frente. De alguna manera, significa todo eso”. Pero el exlíder de Kortatu, para quien lucha y emoción solo pueden ir de la mano, dice que es, sobre todo, “una canción de amor”.

El próximo mes de diciembre, después de un lustro fuera de los escenarios, Muguruza prevé emprender una gira con inicio en Bilbao y parada en otros lugares de Europa, Latinoamérica e incluso Tokio. En febrero de 2025, tiene programado un concierto en Madrid para el que ya ha vendido 10.000 entradas, bajo el eslogan “Nos vemos en la línea del frente”. “Es que venir a Madrid es venir a la línea del frente, al corazón de la bestia”, dice el músico vasco, icono cultural de la izquierda abertzale, antes de soltar una risotada. Sentado a la hora de la sobremesa en una cafetería del barrio de La Latina, el artista no oculta su morbo por actuar en la capital española, donde lleva más de 20 años sin acudir con su banda.

En 2004 quiso dar un concierto en el día de la boda de los entonces príncipes de Asturias. La Comunidad lo impidió, pero, en un acto de desobediencia civil, lo trasladó a Rivas Vaciamadrid a instancias de su alcalde. Para promocionar este regreso, en la simbólica fecha del 12 de octubre hizo instalar un cartel promocional en una marquesina de Callao y compartió un fotomontaje de una lona en la plaza anunciando el acontecimiento. “¡Hubo quien se lo creyó y quiso convocar un rosario como acto de desagravio!”.

El músico Fermín Muguruza fotografiado en el Café Parnaso de Madrid.

¿Venir a Madrid es poner una pica en Flandes?, preguntamos, sin reparar en el matiz imperial. “No me gusta la expresión, ya sabes”, recrimina con sorna. “Es una manera de decir que aquí hemos estado, estamos y estaremos, y que venimos sin escondernos. Será un akelarre antifascista”. Anunciada como gira de celebración de sus 40 años de carrera, Muguruza adelanta que el repertorio abarcará “al menos una canción por disco”, desde los tiempos de Kortatu y Negu Gorriak hasta sus proyectos en solitario. No quería que fuese un concierto nostálgico con canciones de Kortatu: “En los últimos años había rechazado propuestas para representar solamente uno de los capítulos de mi vida. Me provoca mucho rechazo”. Su idea era celebrar un único concierto en Bilbao en torno al cumpleaños de su hermano y excompañero Iñigo, fallecido en 2019. Todo se vendió en segundos y añadió una nueva fecha, para la que el aforo también se completó al instante. Se animó con la gira.

“No estoy de acuerdo con la dialéctica de los sold outs, de que los conciertos se conviertan en una cosa exclusiva. Por eso salimos a grandes recintos”, explica el cantante, que también precisa que en Madrid se decantaron por el WiZink Center para dar cabida a espectadores de lugares donde, asegura, no le han permitido programar conciertos, como Andalucía, Valencia, Murcia o Extremadura. “La gente del WiZink me dijo que estaba deseando que tocásemos allí, que la gestión del recinto era cosa de ellos y ahí no se podía meter ni la Comunidad de Madrid ni nadie”, declara.

En los últimos años, Muguruza ha dirigido las películas Black Is Beltza (2018), Black Is Beltza 2: Ainhoa (2022) –ambas basadas en cómics suyos– o el documental Bidasoa 2018-2023 (2023). Planeaba descansar un tiempo, pero sufrió “un bombardeo”. En febrero del pasado año, su nominación al Goya por Black Is Beltza 2 fue recibida con protestas y amenazas antes de la gala en Sevilla. Cuenta que Netflix rechazó adquirir la película a raíz de aquello, pese a alojar en la plataforma la primera entrega. También se refiere a las críticas al Athletic de Bilbao o la actriz Itziar Ituño por entonar Sarri Sarri, la canción de Kortatu sobre la fuga de prisión del poeta y exmiembro de ETA Joseba Sarrionandia. Y, en especial, a la denuncia por enaltecimiento del terrorismo, finalmente archivada, contra seis docentes de un instituto en Valencia, por colgar un mural con la imagen de Muguruza.

“La sentencia del juez fue muy interesante. Recordaba que yo nunca había sido condenado ni juzgado por enaltecimiento del terrorismo, y que tuve un proceso que gané”, dice de la demanda por Ustelkeria, canción de Negu Gorriak donde acusaban de narcotráfico a un coronel de la Guardia Civil.

“Fue muy grave. Pedían tres años de cárcel para los profesores. Y ahí es cuando decidí que íbamos a responder con más cultura”, afirma. “Todo esto provoca mucho desgaste. A mí me han censurado muchísimo, me han intentado acallar, pero esta gira es una forma de celebrar en olor de multitudes que, 40 años después, sigo aquí”.

El (pen)último ska​


Fermin, a quien todavía se le humedecen los ojos al hablar de su hermano, admite que está siendo “complicado y emocionalmente muy duro” llevar a cabo este repaso a su trayectoria sin Iñigo, a quien en los conciertos se reservará “un momento algo delicado” de recuerdo y homenaje. De sello absolutamente reconocible en canciones de Kortatu como Equilibrio, Nicaragua sandinista o Hay algo aquí que va mal, Muguruza dice que ha pedido a su bajista, el cubano Víctor Navarrete, uno de los miembros de su banda de diez músicos, que se ciña a las delgadas líneas originales para conseguir “una representación viva de lo que hacía Iñigo”. El vocalista también tiene palabras para su manager Amaia Apaolaza, fallecida hace nueve años, o el diseñador Carlos Undergroove, que murió en 2023. “Son diques de contención muy importantes, que de repente no están y te tambaleas. Toda la banda es muy consciente de esa fragilidad. Tendremos que ser un acorazado Potemkin para que avancemos”.

Con seguridad uno de los mayores divulgadores del euskera en las últimas décadas, Fermin Muguruza aprendió la lengua de adulto. El franquismo prohibía su uso en las escuelas y su Irún natal “no era una zona vascoparlante”. “Fue muy emocionante cuando Iñigo y yo nos pusimos a aprender. Toda lengua trae consigo una cosmovisión. Empezamos a entender las canciones que escuchábamos de pequeños, a leer la poesía de Bernardo Atxaga, de Sarrionandia, a buscar la relación de las palabras con el mar, el mundo rural… Nos encontramos con un mundo riquísimo, que era el nuestro y que nos lo habían robado”, rememora. Con Kortatu, hicieron transparente su aprendizaje incorporando poco a poco canciones en su idioma, hasta firmar un disco enteramente en euskera, Kolpez Kolpe (1988). “Queríamos servir de referencia a toda la gente que lo estaba aprendiendo o que no se animaba a aprenderlo”, resume.

El artista admite que existió, en un principio, “una especie de desconfianza” hacia ellos, así como otros miembros del movimiento conocido como rock radikal vasco, por cantar en castellano. “Respetábamos mucho a la generación anterior, porque fueron censurados. De pequeños sus canciones nos parecían algo realmente misterioso, que encima provocaba y era pura rebeldía. Nos llegaban al corazón y nos hacían temblar las canciones de Mikel Laboa, de Imanol… Todavía las escuchas y dices: cuánta emoción hay aquí dentro. Pero nosotros necesitábamos otro formato para expresarnos”. En Ehun Ginen, una de las canciones de Kolpez Kolpe, Kortatu invitó a colaborar a Laboa para escenificar “el encuentro entre la generación de Ez Dok Amairu, el movimiento que quiso recuperar la lengua y la cultura vasca, y la generación del punk”.

“Siempre hay una desconfianza hacia lo nuevo”, resuelve Muguruza. “También a esa generación le pasó. Se inspiraban en los cantautores franceses o estadounidenses, Pete Seeger, Bob Dylan, Joan Baez, el movimiento contra la guerra de Vietnam, los hippies… y se les acusaba de americanismo. Si alguno metía una guitarra eléctrica, ni te cuento. Encima fumaban hachís, ¡fue un choque! Recordaba a cuando en los akelarres se utilizaba el estramonio”.

Muguruza estudió solfeo, aunque, tal vez por eso que cantaba Kortatu de que “la cultura es tortura”, con la banda quiso “desaprender lo aprendido”. “Iñigo tocaba muy bien la guitarra, por eso cogió el bajo. Yo me encargué de la guitarra, siempre rítmica, con muy poco punteo, tres o cuatro notas máximo. También quería utilizar el recurso del grito, el desafine…”, explica. “Renegaba de toda esa formación como algo que te encorseta, pero luego me he dado cuenta de que no, que te puede ayudar muchísimo. La tormenta y la calma es lo que utilizaba Beethoven, y lo que utiliza también Fugazi. Me ha ayudado cuando hemos metido vientos o para incorporar percusiones o ritmos que he ido descubriendo a través de mis viajes. Sin embargo, como decía Iñigo, si existiera un Dios se llamaría Jimi Hendrix. Él no tenía ningún tipo de formación”.

La vocación internacionalista es, justamente, uno de los distintivos claros de Fermin Muguruza a lo largo de sus 40 años de trayectoria. Él se remite a su propia Irún: “Aunque sea una frontera impuesta y la odiemos, también nos ha permitido tener una permeabilidad por toda la gente que va pasando. La trikitixa, el acordeón vasco, lo traen los italianos cuando vienen a construir el ferrocarril. Yo defiendo mucho esa vivencia transfronteriza, de movimiento”. Cuando comenzó su carrera, cuenta que en la batidora estaban los vinilos de los Beatles o Elvis que había en su casa, pero también lo que encontraban en las tiendas al desplazarse a Hendaya o Iparralde, en el lado francés: Sex Pistols, Bob Marley, Toots & The Maytals, The Clash, The Specials, The Beat…

“En el primer disco de Kortatu estamos ya usando una gran paleta a la que después se irán añadiendo más colores. Hay rock & roll, hardcore, influencia latina, reggae, ska, punk… Hay canciones militantes, canciones de descacharrarte de reír u otras muy existencialistas, como El último ska. Es el compendio de lo que va a venir en los siguientes 40 años”, reflexiona.

Para su concierto en Madrid, el cantante vasco llevará de invitadas a Tremenda Jauría, banda que fusiona cumbia, punk o reguetón. “Hace ocho años tocaron en Bilbao una versión merengue de La línea del frente. Un montón de gente reacia al perreo la grabó y me la envió, como diciendo: buah, cuando escuche esto Muguruza os vais a enterar. Entonces dije: sí, se van a enterar, y la canté con ellas al año siguiente”. El ex de Kortatu y Negu Gorriak cree que con el autotune, los ritmos urbanos o el reguetón se está repitiendo “ese rechazo a lo nuevo que hay generación tras generación, solo que en este caso es un rechazo clasista y, a veces, racista, con argumentos tan peregrinos como que es machista. La música no es machista. Hay machistas que cantan música, que es distinto”. Lo dice Fermin Muguruza, que de discurso sabe un rato. Y de música, también.



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