Mohamed_Gerhold
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Al final de la última corrida de San Fermín, José María Marco, presidente de la Comisión Taurina de la Casa de Misericordia (Meca), aseguraba en los micrófonos de Onetoro que la Feria del Toro había sido un éxito económico y que los beneficios servirían para equilibrar el siempre difícil presupuesto de la residencia que acoge a 537 personas mayores.
Ese es el objeto fundamental del toro en Pamplona, y un resultado satisfactorio es la mejor noticia de esta fiesta internacional que gira en torno a este animal, y cuya responsabilidad recae en la Meca desde que llega a la ciudad hasta que sus carnes acaban en la cocina.
Los llenos diarios de la plaza de toros aseguran la supervivencia de esta institución benéfica y consolidan, año tras año, la importancia de los festejos taurinos y los encierros como bases fundamentales de esta multitudinaria celebración.
Pero, claro, más allá del importante apartado económico, la Feria del Toro tiene una más que evidente relevancia taurina que merece por sí sola una breve reflexión.
No es un aserto nuevo que la Feria de San Fermín gira en torno al toro, pero no a la tauromaquia. El toro es el protagonista absoluto, pero la tauromaquia es un figurante secundario, aunque también necesario, de momento. Lo que sucede en el ruedo de Pamplona no se relaciona, por lo general, con las normas básicas del toreo que exigen y premian la autenticidad. En el fondo, no es más que una excusa para el jolgorio.
El hecho ya conocido de que sea un miembro del equipo de gobierno del Ayuntamiento de la ciudad quien presida cada tarde la corrida da una idea de la concepción taurina de la Comunidad Navarra.
En la plaza mandan los tendidos de sol, ocupados por las 16 peñas sanfermineras, que acuden pertrechadas de comida y bebida para acompañar los bailes y los cánticos durante dos horas de diversión en las que el toro y el torero importante poco.
Pero las peñas deciden trofeos y triunfos en función de la conexión bullanguera que se establezca entre el ruedo y el tendido y al margen de la calidad de lo que suceda. Valoran sobremanera todo lo que se haga de rodillas, con capote o muleta, da igual, por derechazos o por alto, es lo mismo; y ganan puntos las manoletinas, bernadinas y desplantes; y sobre todo, que la faena se desarrolle en las cercanías de la solanera, que el torero establezca un diálogo con espectadores, aunque muchos de ellos estén de espaldas al ruedo, entretenidos en otra diversión, y que el toro muera pronto, -lo más importante-, da igual si de una estocada en el hoyo de las agujas o de un bajonazo descarado en los costillares.
La sombra, callada y sola, está pero no se nota.
Los toros comprados por la Casa de Misericordia, -muy conservadora en el aspecto ganadero pues cada año contrata prácticamente a los mismos- suelen destacar por su trapío y arboladura, si bien en esta feria se han lidiado ejemplares -es el caso de la corrida de Domingo Hernández- impresentables para la tradición sanferminera. Con merecimiento, el hierro de Fuente Ymbro ha sido galardonado con el trofeo ‘Feria del Toro’ a los seis ejemplares más completos del ciclo, aunque no destacaron en varas.
Llama la atención, por otra parte, que la inmensa mayoría de las reses lidiadas han sido mansas en los caballos, lo que afianza la tesis de que los ganaderos seleccionan cada vez más para la faena de muleta en detrimento del primer tercio.
Descastados y deslucidos, a excepción del primero, fueron los toros de La Palmosilla; ásperos los de Cebada Gago; codiciosos, nobles y con las fuerzas muy justas los toros de Victoriano del Río; encastados los de Fuente Ymbro; tullidos los de Domingo Hernández; cuatro toros de Jandilla destacaron por su clase; y dificultosos los de José Escolar, al igual que la corrida de Miura.
Los matadores han cortado 22 orejas: cinco, Roca Rey en dos tardes; tres, Jesús E. Colombo; dos cada uno Borja Jiménez, Emilio de Justo, Tomás Rufo, y una cada uno Fernando Adrián, Román, Ginés Marín, Miguel Ángel Perera, Pablo Aguado, Juan de Castilla y Rafaelillo. A estos trofeos hay que añadir las dos orejas que cortaron cada uno Pablo y Guillermo de Mendoza el día de la emotiva despedida del padre, y el diluvio inesperado que cayó la tarde del 5 de julio se llevó las ilusiones de los novilleros Jarocho, Alejandro Chicharro y Samuel Navalón. Los dos primeros solo pudieron lidiar un novillo, y el tercer espada volvió a hotel empapado pero sin posibilidad de dar un solo capotazo.
Por encima de todos los toreros que pasearon algún trofeo destaca Roca Rey, auténtico dueño y señor del cetro del toreo por su valor, su entrega y su búsqueda desmedida del triunfo; el mejor toreo surgió de la muñeca izquierda de Pablo Aguado, y brillaron a un gran nivel Borja Jiménez, que sufrió una seria cornada al entrar a matar al toro que desorejó, y Emilio de Justo, que le cortó las dos orejas a Campanilla, un manso, noble y encastado toro de Victoriano del Río, que ha sido reconocido con el Trofeo Carriquiri al toro más bravo, que no lo fue, al menos en el caballo. Buenas actuaciones, también, protagonizaron Tomás Rufo, Perera y Juan de Castilla.
Todos los toreros actuantes abusaron de la paciencia de los presentes con faenas excesivamente largas y sonaron muchos menos avisos de los que indicaba el reloj; y hasta un total de 13 matadores utilizaron el toreo de rodillas en distintos momentos y formas para animar los tendidos de la solanera.
La mejor noticia es el éxito económico del ciclo, del que se beneficia la Casa de Misericordia.
Taurinamente, no se puede decir lo mismo. Desde que las corridas de San Fermín se televisan, el aficionado conoce de primera mano que en Pamplona no es oro todo lo que reluce, como sucede con la fiesta de los toros en América.
Decididamente, siempre se tiene mejor opinión sobre aquello que no se conoce.
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Ese es el objeto fundamental del toro en Pamplona, y un resultado satisfactorio es la mejor noticia de esta fiesta internacional que gira en torno a este animal, y cuya responsabilidad recae en la Meca desde que llega a la ciudad hasta que sus carnes acaban en la cocina.
Los llenos diarios de la plaza de toros aseguran la supervivencia de esta institución benéfica y consolidan, año tras año, la importancia de los festejos taurinos y los encierros como bases fundamentales de esta multitudinaria celebración.
Pero, claro, más allá del importante apartado económico, la Feria del Toro tiene una más que evidente relevancia taurina que merece por sí sola una breve reflexión.
El toro es el protagonista absoluto de San Fermín, y la tauromaquia, un figurante necesario
No es un aserto nuevo que la Feria de San Fermín gira en torno al toro, pero no a la tauromaquia. El toro es el protagonista absoluto, pero la tauromaquia es un figurante secundario, aunque también necesario, de momento. Lo que sucede en el ruedo de Pamplona no se relaciona, por lo general, con las normas básicas del toreo que exigen y premian la autenticidad. En el fondo, no es más que una excusa para el jolgorio.
El hecho ya conocido de que sea un miembro del equipo de gobierno del Ayuntamiento de la ciudad quien presida cada tarde la corrida da una idea de la concepción taurina de la Comunidad Navarra.
En la plaza mandan los tendidos de sol, ocupados por las 16 peñas sanfermineras, que acuden pertrechadas de comida y bebida para acompañar los bailes y los cánticos durante dos horas de diversión en las que el toro y el torero importante poco.
Pero las peñas deciden trofeos y triunfos en función de la conexión bullanguera que se establezca entre el ruedo y el tendido y al margen de la calidad de lo que suceda. Valoran sobremanera todo lo que se haga de rodillas, con capote o muleta, da igual, por derechazos o por alto, es lo mismo; y ganan puntos las manoletinas, bernadinas y desplantes; y sobre todo, que la faena se desarrolle en las cercanías de la solanera, que el torero establezca un diálogo con espectadores, aunque muchos de ellos estén de espaldas al ruedo, entretenidos en otra diversión, y que el toro muera pronto, -lo más importante-, da igual si de una estocada en el hoyo de las agujas o de un bajonazo descarado en los costillares.
La sombra, callada y sola, está pero no se nota.
Los toros comprados por la Casa de Misericordia, -muy conservadora en el aspecto ganadero pues cada año contrata prácticamente a los mismos- suelen destacar por su trapío y arboladura, si bien en esta feria se han lidiado ejemplares -es el caso de la corrida de Domingo Hernández- impresentables para la tradición sanferminera. Con merecimiento, el hierro de Fuente Ymbro ha sido galardonado con el trofeo ‘Feria del Toro’ a los seis ejemplares más completos del ciclo, aunque no destacaron en varas.
Llama la atención, por otra parte, que la inmensa mayoría de las reses lidiadas han sido mansas en los caballos, lo que afianza la tesis de que los ganaderos seleccionan cada vez más para la faena de muleta en detrimento del primer tercio.
Descastados y deslucidos, a excepción del primero, fueron los toros de La Palmosilla; ásperos los de Cebada Gago; codiciosos, nobles y con las fuerzas muy justas los toros de Victoriano del Río; encastados los de Fuente Ymbro; tullidos los de Domingo Hernández; cuatro toros de Jandilla destacaron por su clase; y dificultosos los de José Escolar, al igual que la corrida de Miura.
Los matadores han cortado 22 orejas: cinco, Roca Rey en dos tardes; tres, Jesús E. Colombo; dos cada uno Borja Jiménez, Emilio de Justo, Tomás Rufo, y una cada uno Fernando Adrián, Román, Ginés Marín, Miguel Ángel Perera, Pablo Aguado, Juan de Castilla y Rafaelillo. A estos trofeos hay que añadir las dos orejas que cortaron cada uno Pablo y Guillermo de Mendoza el día de la emotiva despedida del padre, y el diluvio inesperado que cayó la tarde del 5 de julio se llevó las ilusiones de los novilleros Jarocho, Alejandro Chicharro y Samuel Navalón. Los dos primeros solo pudieron lidiar un novillo, y el tercer espada volvió a hotel empapado pero sin posibilidad de dar un solo capotazo.
Roca Rey, triunfador indiscutible del ciclo, junto a Pablo Aguado, autor del mejor toreo por naturales
Por encima de todos los toreros que pasearon algún trofeo destaca Roca Rey, auténtico dueño y señor del cetro del toreo por su valor, su entrega y su búsqueda desmedida del triunfo; el mejor toreo surgió de la muñeca izquierda de Pablo Aguado, y brillaron a un gran nivel Borja Jiménez, que sufrió una seria cornada al entrar a matar al toro que desorejó, y Emilio de Justo, que le cortó las dos orejas a Campanilla, un manso, noble y encastado toro de Victoriano del Río, que ha sido reconocido con el Trofeo Carriquiri al toro más bravo, que no lo fue, al menos en el caballo. Buenas actuaciones, también, protagonizaron Tomás Rufo, Perera y Juan de Castilla.
Todos los toreros actuantes abusaron de la paciencia de los presentes con faenas excesivamente largas y sonaron muchos menos avisos de los que indicaba el reloj; y hasta un total de 13 matadores utilizaron el toreo de rodillas en distintos momentos y formas para animar los tendidos de la solanera.
La mejor noticia es el éxito económico del ciclo, del que se beneficia la Casa de Misericordia.
Taurinamente, no se puede decir lo mismo. Desde que las corridas de San Fermín se televisan, el aficionado conoce de primera mano que en Pamplona no es oro todo lo que reluce, como sucede con la fiesta de los toros en América.
Decididamente, siempre se tiene mejor opinión sobre aquello que no se conoce.
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