Cathy_Kuvalis
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El deán de la Catedral, Francisco José Ortiz, ha dado en ABC el pregón que le faltaba a la Magna. Después de meses de esta cuaresma otoñal en la que la ciudad ha estado dedicada a reflexionar sobre su desmesura y a cuestionar los límites de su capacidad para gestionar la capitalidad mundial de la piedad popular, entramos en una semana de vísperas para ser el centro del debate internacional sobre piedad y pueblo y mostrar al mundo por qué Sevilla es la tierra de María Santísima en la que Dios se siente como en casa.Refería el deán la sana envidia de otras diócesis que se preguntan qué ha hecho Sevilla para ser así y admitía que, además de ser obra del Señor, la Iglesia ha dejado hacer a Sevilla de tal forma que, sin poner trabas al cauce fecundo del sentimiento religioso de la ciudad –y mira que muchos de sotana se esforzaron en lo contrario–, éste se ha mantenido con los siglos y sigue creciendo a pesar del frío viento del norte de la secularización. Esta 'sintonía con lo sagrado' es la que hace que aquí un chaval en vez de quemar contenedores se pase ensayando las noches de invierno bajo la Torre Pelli con su corneta, para interpretar la banda sonora de Sevilla a lo divino, sabiendo que su música, su talento, es una ofrenda. Y no hay duda: ¿alguien ha visto feliz a alguno de los que queman contenedores o pintan anónimos en pro del ateísmo en los muros centenarios de una iglesia? Pues eso. Sevilla es una ciudad feliz en su esencia y a pesar de sus miserias. Lo extraordinario es su normalidad. Y en esa ecuación, la procesión Magna nos da la dimensión de lo que será este cónclave mundial de la piedad popular que tiene aquí su mejor asiento, aunque media Sevilla se haya quedado sin sillas para verla. Otra cosa es sacar pasos por inercia conmemorativa con el riesgo de caer en la trivialidad. Es la fecunda riada de la religiosidad popular la que propicia el constante vínculo de lo humano y lo trascendente a través de las imágenes que veneramos todo el año en sus altares y en sus sagrarios. Esta fe constante y organizada en torno al singular fenómenos de las cofradías desde hace siglos es el que vamos a mostrar al mundo. Y lo haremos por las avenidas de la fe que conservamos y exportamos allí donde no es costumbre llevar a Dios en la cartera, entre el carné de identidad y el de conducir, como documento acreditativo de dónde venimos y adónde queremos ir.La grandeza de esta procesión va mucho más allá de lo estético y sus magnitudes, su razón de ser está en el enunciado de la ponencia que llevarán al congreso las Hermanas de la Cruz: «Hacer presente el amor de Dios en medio de su pueblo». Con ese afán tenemos que cumplir el reto: hacer de la devoción una forma de vida contagiosa de entrega a los demás. Si es así, 'fagamos' una procesión tan magna que los que la vean nos tomen por locos. Benditos locos del amor de Dios. Si no, no será digna de tal nombre.
Juan J. Borrero: 'Fagamos' una Magna
Sevilla es una ciudad feliz en su esencia y a pesar de sus miserias. Lo extraordinario es su normalidad
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