Exaltar la vulgaridad por imperativo moral

sauer.gail

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Lo profetizó la Bruja Avería (tan moderna, tan progre) cuando clamaba «¡La basura es cultura! ¡La cultura es basura! Por Vidicón y por Carbura, con la basura haremos grandes esculturas. ¡Haremos grandes edificios solo con desperdicios! ¡Imitaremos a Fidias usando sólo inmundicias!». Y en eso estamos, hemos exaltado la basura: el humor inteligente y celebrado hoy es decir que se tiene el papo muy gordo y, la política de altura, excretar que se mueva el culo. Se aplaude el «puto amo» que clama un ministro pelota y el «quien directamente es un hijo de puta» del presidente de RTVE en misiva. No hay premio literario sin palabras malsonantes a cada párrafo. La izquierda desilustrada (y deslustrada, añade con tino mi autocorrector), empeñada en igualar por abajo, se felicita ufana porque eso democratiza. Lo llaman espontaneidad y naturalidad, ser auténtico, pero solo es deterioro en las maneras, ausencia de compostura. Lo fácil es no cuidar las maneras, decir lo que a uno se le pasa por la cabeza sin filtro ni reflexión. Si el valor de una sociedad se mide por su ideal de excelencia, la nuestra es ya deficitaria. Los modelos que escogemos, aquellos que miramos como ejemplo y medida, son demasiado a menudo vulgares y mediocres, sin mayor atributo que el descaro y la desvergüenza. Elevamos a referente a personajillos que, no hace tanto, no habrían pasado de bufoncillo de extrarradio o caricato de tercera regional. La vulgaridad se ha convertido en símbolo del igualitarismo, de ese que confunde la deseable igualdad de oportunidades con una injusta igualdad de resultados. Y, como tuerzas el morro, como no te parezca bien (y lo digas), yo qué sé, que los periodistas se sienten en corro en el suelo alrededor de un vicepresidente con camiseta y coleta, colegueando, o te produzca dentera que la presidenta del Congreso presida la cámara baja con vestido 'boho-chic', mollas al aire, como recién aterrizada de una terraza en Magaluf, serás clasista, fascista y machista. Porque lo zafio y lo chabacano cotizan al alza, ya lo siento, y la exaltación de la ordinariez se ha instalado entre nosotros. Ahí tienen a Henar Álvarez , sin ir más lejos, estrenando programa, pegando gritos y moviendo el culo compulsivamente, y el público tirándole «espontáneamente» (no estaba nada preparado) ropa interior. Sospecho que, en este proceso de desprecio por toda tradición, se ha instalado entre los perezosos mentales y los aprovechados la idea de que el imperio de la vulgaridad es progreso moral, que el mérito y la capacidad es privilegio y desigualdad. Y la gran trampa ha sido elevarla a sublime mediante el viejo truco de la deseable justicia social. Y mira, no: a algunos, Lalachus no nos repele por gorda sino por zafia; Henar Álvarez no nos desagrada por mujer, sino por grosera; Óscar Puente no nos repugna por socialista, sino por chabacano e Irene Montero no nos asquea por feminista, sino por inepta. Y preferimos el mérito, la excelencia y el prestigio a la hora de elegir nuestros referentes por encima de la vulgaridad, la zafiedad y la ordinariez. Llámennos raros.

 

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