Eventos increíbles

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Me chirría que casi todos los medios de comunicación se hayan referido a la Exposición 'Los Machado: Retrato de familia', inaugurada en Sevilla (con la presencia del Rey Felipe VI) el 22 de octubre de 2024, como un «evento», vocablo que, en una «errática» trayectoria semántica, de significar lo contingente ha acabado usándose como elativo. Y tanto o más me rechina que una y otra vez se tilde de «saga» -palabra con que se va a topar el visitante nada más entrar («Los Machado nacen en Sevilla en una de las grandes sagas intelectuales del siglo XIX»), y que se ha ido distanciando de lo que de heroico o mitológico hay, o se les atribuye, en personajes nórdicos pertenecientes a un mismo linaje-, a una familia, la de los Machado, que nada tuvo de «novelesca» y sí representó mucho para el progreso de la ciencia y las letras en la sociedad española. Con otro adjetivo convertido también en ponderativo, «increíble» (lo que «no se puede [sic] o es muy difícil de creer», según el Diccionario académico), resolvían días después los intérpretes al español del primer discurso de D. Trump como ganador en las elecciones en los EEUU, casi una decena de expresiones inglesas (incredible, amazing, unbelievable, magnificent, nice, fntastic, tremendous…, incluso great[est], quizás como guiño hacia el lema «Make America Great Again», tan empleado en su campaña), aplicado a los más diversos sustantivos (campaña, día,…), especialmente a (su) «gente», una parte de la cual, enardecida y entusiasmada, no dejaba de aclamarle en un ambiente festivo, en el que no se detectaba señal alguna de «incredibilidad» (si acaso, de «incredulidad», cosa bien distinta, por más que a menudo se confundan), y, desde luego, nadie necesitaba echar mano de la fe para «creer» (´dar por cierto´) lo que estaban celebrando. No he visto ni oído, menos mal, que la Exposición machadiana -fruto del enorme esfuerzo llevado a cabo por la RASBL y otras instituciones- se haya calificado de «evento increíble», lo que hubiera supuesto, no sólo una doble impropiedad, sino la contradicción de considerar como «eventualidad» un acontecimiento que se sitúa en el polo opuesto de lo conjetural, pues nace para permanecer, a lo que contribuyen no poco las Jornadas literarias que se desarrollan paralelamente en cada una de las sedes por las que irá pasando (de Sevilla se trasladará a Burgos, y, después, a la RAE, en Madrid), con intervenciones de especialistas de gran prestigio que serán publicadas, y el magnífico Catálogo editado, al que se podrá seguir recurriendo siempre. No he visto, en cambio, que en la prensa se haya tildado de «evento» la presentación (también en Sevilla, y casi al mismo tiempo que se abría al público la Exposición de los Machado) de 'Ríete de la lengua', libro en el que J. A. Francés, por medio de 500 chistes, intenta «explicar» el español a los escolares sin que se aburran. Tampoco de «increíble», y eso que la capacidad (exclusiva) de la lengua de hacer reír tiene no poco de asombroso y extraordinario. Advertí al autor (y así consta en mi «Prólogo» a la obra) que no es atinado el uso de la preposición «de» en el título, pues ¿cómo nos vamos a burlar de la lengua, que es base, medio e instrumento del humor y la ironía, si hasta en las actuaciones de los mimos precisamos «convertir» sus gestos en palabras para comprender lo que nos quieren «decir»? No es que no haya chistes «no lingüísticos», es que una gran parte de ellos son específicamente idiomáticos («-Dicen que loh andaluce se comen lah ese –Po mi vecino, por comerce lah zeta, z´ha´nvenenao»). Confío en que los lectores de la obra (muchos de los cuales habrán sido antes, o serán después, visitantes de la Exposición sobre los Machado) no se queden únicamente con los chistes que se basan en «equívocos» derivados de rasgos fonéticos («-Mamá, me voy de caza –Llévate al perro –No, me voy pa ziempre»), o en fáciles juegos de palabras («-Doctor, tengo muchos sueños con animales amorfos en campos de flores –Eso son delirios –No, de amapolas), sino que se detengan especialmente en los que revelan inteligencia (no la «artificial»), y con los que de verdad van a aprender «lengua». Y sin reírse de ella. No sé quién dijo (seguramente más de uno) que la realidad no tiene «sentido», pero la ficción sí. Independientemente de lo que de «boutade» haya en tal afirmación, lo indiscutible es que únicamente al usarlas los hablantes damos sentido a las palabras, y que el significado de estas jamás permanece estático, porque nunca las empleamos «fuera de contexto». Hasta una breve e inequívoca [¿] «y», explotada por Bécquer -otro insigne poeta sevillano- para preguntar sin interrogar («¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú»), rara vez es utilizada simplemente para «coordinar» o sumar («¿Y qué si no te lo dejo?»). Pero es obligación de todos los usuarios -no sólo de los académicos, educadores y escritores- vigilar y embridar cualquier ampliación referencial innecesaria que, lejos de favorecer la precisión y la eficacia comunicativa, no hace más que enturbiarla. A nadie que se dedica a organizar «eventos» (recitales de cantantes famosos, cumpleaños o bodas de personajes célebres, etc.) se encomendaría el montaje de una Exposición entre cuyos objetivos está acabar con la falsa idea del «enfrentamiento» entre dos hermanos que escribieron inigualables poemas y (conjuntamente) obras dramáticas. En una lengua como la nuestra, en la que sobran los mecanismos «superlativos», no hay razón para echar mano de «evento» o «increíble». Pero me temo que no hay quien frene, de momento, el «ab-uso» de ellos. SOBRE EL AUTOR Antonio Narbona Catedrático emérito de la Universidad de Sevilla y vicedirector de la RASBL

 

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