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Juan L. Cudeiro
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Recién sobrepasada la hora de partido, Iago Aspas se activó en el banquillo para entrar en el partido. En realidad no tenía que desperezarse, ya estaba en trance desde el inicio, confinado allí donde más odia ver el fútbol. Claudio Giráldez, su técnico, dosifica esfuerzos, los mide y además no teme dar minutos y galones a sus excelentes canteranos. Está consiguiendo el joven entrenador celeste que todos sus jugadores sean importantes. Pero Iago es otra cosa. Duele verle en el banquillo por más que pase de los 37 años de edad y lo aconsejable sea medirle los esfuerzos. “Ya tengo una edad”, se resigna el delantero antes de su penúltima rebelión. “Pero lo que quiero es jugar”.
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