Ese chiquillo de ojos claros

Shanel_Skiles

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27 Sep 2024
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Se va. Ya se ha ido. Y no se irá nunca . Qué difícil es permanecer sin estar. Tanto como volar sin alas, como soñar despierto con la imaginación única de los niños, de ese chiquillo que se convirtió en leyenda sin pretenderlo, sin desearlo, sin ni siquiera imaginarlo. En esta época del año, donde la felicidad y la pena invade los hogares a partes iguales, superando el dolor de los que no están y tanta falta hacen, con esos pequeños a los que no se les puede negar un ápice de ilusión, se nos ha presentado una despedida casi por fascículos para la que no estábamos preparados. Ni un poquito sólo. Jesús Navas ha dicho adiós con la misma cara de niño entre asustado, sorprendido y agradecido (esto último, siempre) con la que se presentó en el primer entrenamiento de Joaquín Caparrós hace más de 20 años. Como quien necesita pedir permiso por estar en el centro de un escenario al que no ha sido invitado. Cada ovación no ha sido merecida, sino lo siguiente. Cada gesto de cariño ha sido devuelto por Jesús por mil. Un futbolista distinto por esa forma de vivir tan poco habitual en los de su especie. O es que quizás sólo haya sido un chaval que se ha dedicado a jugar al fútbol, tan rematadamente bien que ha podido hacer carrera entre los elegidos, pero sin pretenderlo. Sin que fuera su ilusión en la vida, sólo una pasión escondida, pero que estallaba delante de cualquiera que lo mirase un minuto. Entre ese fogonazo que siempre ha llevado su fútbol, con esos ojos claros que parecen de hielo, ha combinado su destreza con los pies con la humildad de quien nada le debe a nadie . Y tantos le deben a él. No importa. No ha mirado ni siquiera lo conseguido estos años. Lloraba si no lo convocaba la selección. También si no podía ayudar al Sevilla aunque apenas pudiese poner un pie fuera de la cama. No ha habido otro igual en Nervión. Ni lo habrá. Su carrera se ha pasado como un suspiro . Tan dulce para el sevillismo que le ha dejado un empacho de felicidad del que es difícil salir, por no decir imposible. Y ha pasado rápido porque la secuencia de momentos históricos se vive casi sin respirar, repitiendo fotos y abrazos, diciendo que siempre es el último, aunque con ese gusanillo de certeza de que se repetirá en cualquier momento . Así fue. A Jesús ya ni le pesaba el levantar esa Europa League maciza que ha hecho suya hasta en cuatro ocasiones. Con y sin barba. Con Kanouté o En-Nesyri. Con Palop y Bono. Con brazalete y sin él. De niño y veterano. De sevillista de cuna y de sevillista para toda la vida. A sus compañeros les ha inyectado el verdadero significado del sevillismo. De casta y coraje; ruidoso y gamberro; leal y valiente; soberano y temible. Nadie habrá en la historia del Sevilla que haya tenido tanta repercusión en los éxitos de su club y pueda pasearse con la cabeza erguida mirando al cielo hacia esas gradas coloreadas con el rojo y el blanco. Su gen ganador, su espíritu inconformista, su liderazgo callado y hasta su mal perder son parte de esa afición que hoy sigue llorando por el abrazo que ya no se podrá dar con su compañero de toda en la vida gracias a un centro de Jesús que terminaba en la jaula. Ese Navas al unísono que ha inundado el Sánchez-Pizjuán durante dos décadas y quedará por siempre escondido en las gargantas de sus fieles de Nervión. De quien hoy no se cree que no vaya a ver más a ese duende levitando por la derecha. Se va. Ya se ha ido. Y no se irá nunca .El vacío que deja es incalculable. Cuesta imaginarlo. Duele pensarlo. Ha amargado a tantos laterales o extremos de su equipo (por jugar siempre y casi sin mostrar un ápice de cansancio), como retirado a zurdos del rival. Su grandeza radica también en haber sido capaz de adaptarse a los tiempos . En ser un futbolista atemporal. La misma distinción en su actitud vital la ha llevado a su juego. La naturalidad de su día a día puesta en valor dentro de sus equipos. Todos le lloran. No sólo desde la grada, sino en los vestuarios. Compañeros que no llegaban a entender al principio esa forma de no levantar una voz, sin ni siquiera toser involuntariamente por no molestar, para después admirarle por esa fortaleza inhumana en un cuerpo de 60 kilos. Por esa furia por ganar por encima de todo y de todos. Por ese amor por agradar a quien tanto le había dado . Un deportista que se mira al espejo de muy pocos. De los elegidos. Y se iguala en el espejo de su grada, con la misma bufanda, camiseta y escudo. El rojo de la sangre y el blanco de su alma pura. Al sevillismo le queda un último aplauso que ofrecerle. Un último gesto de cariño y complicidad. Se marcha su niño. Se va. Ya se ha ido . Ese chiquillo de ojos claros ya es leyenda. Y no se irá nunca .

 

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