¿Es taurina o antitaurina la película ganadora de la Concha de Oro?

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Si uno fuera antitaurino, que no es el caso, estaría enfadado como un miura tras la decisión “unánime y tomada de manera rápida” por el jurado del Festival de Cine de San Sebastián de conceder la Concha de Oro, su máximo galardón, al documental Tardes de soledad, dedicado al mundo de los toros.

Y tendría una cara de mil demonios porque, aunque se trate de una obra de arte o exponga con toda crudeza la agonía de la muerte de los toros, no deja de ser un motivo para que se hable y debata sobre la tauromaquia. ¿O acaso es una provocación del director en forma de voltereta a todos aquellos que rebuscan los adjetivos más incisivos para denostar una fiesta ancestral que sigue interesando a unos cuantos millones de personas dentro y fuera de nuestras fronteras?

No es fácil deducir de las declaraciones de Albert Serra, su creador, si la obra es taurina o antitaurina. Y ojalá no sea ni lo uno ni lo otro. Ojalá sea solo cine, una obra de arte, sin causas ni ideología, y solo muestre la realidad del espectáculo taurino.


Y es evidente que en la fiesta de los toros hay sangre, estertores, agonías de animales, violencia… Pero también el alma de unos hombres y mujeres destinados a convivir con el riesgo supremo y empeñados en colocar en una balanza la gloria y la muerte; la tauromaquia es también un tratado de voluntad, sacrificio, esfuerzo, de lucha constante contra la normalidad de la vida. Los toreros no son humanos; o, al menos, no lo parecen. Se rigen, quizá sin saberlo, por otras normas, ajenas al habitual ruido social. Y sienten miedo, más al fracaso que al toro, y, muchas veces, su más feroz enemigo no está en la plaza, sino en los despachos donde con frecuencia los empitonan y los dejan maltrechos, quizá, para el resto de sus vidas.

El toreo es un espectáculo que, además, produce sensaciones diversas; unos lo rechazan y sienten una aversión descontrolada, y otros encuentran en la lidia un reflejo de la vida trufado con la emoción, la admiración, el sentimiento y la belleza. Y no son torturadores porque no disfrutan con el derramamiento de sangre, como tampoco son santos quienes lo rechazan.

La violencia está presente en nuestra vida cada mañana; y en no pocas expresiones hemos sido capaces de normalizarla y aceptarla. Violencia en los dibujos animados, en los videojuegos, en las actividades recreativas para luchar contra el estrés, en los castillos humanos en cuya cabeza se colocan niños de corta edad… ¿Ha salido ya de la UCI la menor de 10 años herida tras caer de un castell en Vilafranca del Penedés a finales de agosto?

Pero la polémica y la radicalización se centra en los toros; quizá, porque existe una fortalecida industria del animalismo que ha encontrado en la tauromaquia la excusa perfecta para sumar adeptos. Porque la polémica la protagonizan los que están en contra, pocos por lo general, pero ruidosos y con una ventaja inexplicable: encuentran un eco favorable en todos los medios de comunicación.

¿Es que todos los periodistas de este país son antitaurinos? No. Es que los políticos, todos, han conseguido elevar la aversión a los toros al estado de lo políticamente correcto y, hoy, ser antitaurino es progresista.

He ahí una de las grandes falacias de la sociedad actual: la politización de los fiesta de los toros; ese es el origen de la radicalización de tantos que ven en su desaparición un avance social.

Lo mejor del premio del festival de San Sebastián lo ha dicho el jurado: Tardes de soledad abre debate, y para ello la pantalla debe reflejar la tauromaquia con todas sus caras y su polisemia. No se amedranten los taurinos por que se muestre la sangre, que forma parte de la fiesta; ni se sientan traicionados los contrarios por un galardón que invita al debate.

Vicente Royuela, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Barcelona, publicó en 2021 un Estudio de los factores económicos y sociales que impactan en la celebración de espectáculos taurinos en España, basado en las estadísticas taurinas que publica en el Ministerio de Cultura.

Señalaba Royuela que en 2014, el 53% de los españoles expresaba un nulo interés por la fiesta de los toros, cifra que aumentó tres puntos cuatro años más tarde. Y añadía: en 2018, un 25 por ciento (unos 11 millones) cifraba su simpatía entre cinco puntos o más en una escala del cero al diez. Y Royuela concluía: ni el desinterés significa rechazo ni el apego es sinónimo de asistencia. “Una cosa es que no tengas interés y otra muy distinta que estés en contra”, comentaba el catedrático. “Si a usted le preguntan si le importan los archivos históricos, y contesta que no, la respuesta no manifiesta una posición contraria”.

La fiesta de los toros es tan polémica como la vida, y desaparecerá el día que la sociedad le dé voluntariamente la espalda. Lo demás es imposición, una actitud tan execrable como pretender acabar con los castellers.

“La suerte es de los valientes”, ha afirmado Albert Serra, y confiesa que es aficionado a los toros. Por tal razón, sin duda, se ha lanzado al ruedo pedregoso y ha tenido la osadía de abrir el debate. Bienvenido sea, y enhorabuena.

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