Errejón, el hombre

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Al final puede que tenga algo de verdad aquella afirmación del feminismo de última generación que todos los hombres somos violadores en potencia. Por lo menos, cuando Íñigo Errejón la aceptaba y la replicaba hablaba sinceramente desde su vivencia de la sexualidad y la afectividad. Yo considero esta frase, y una parte de los eslóganes del conocido como movimiento 'Me Too', son política y pedagógicamente perversas. Querer avanzar en la lucha por los derechos de las mujeres desde una confrontación con los varones no creo que sea inteligente. Insultando a la mitad de la población no va a conseguir la otra mitad estar mejor. Los insultos llaman a insultos y no es extraño que esa frase que acusa a la totalidad de los varones de tener inclinación a ser depredadores sexuales sea respondida con otros insultos también vejatorios a la mujer, y, por tanto, lejos de conseguir su objetivo exacerba actitudes machistas en una parte la población masculina. Nunca los mensajes ofensivos, ni la pedagogía del insulto o la ofensa tuvo mucho éxito. De nuevo el caso de Errejón es paradigmático. Mas bien se consigue lo contrario, tal y como demostró Jane Elliot con su conocido experimento psicosocial sobre el racismo y la discriminación. Esta maestra dividió a los niños de una clase por un rasgo aleatorio: los niños de ojos azules y los niños de ojos marrones. A los primeros los alabó y los premió durante todo un día, valoraba sus éxitos y reforzaba sus esfuerzos. Estos niños terminaron el día progresando adecuadamente. En cambio, con los niños de ojos marrones desde el comienzo del día tomó una actitud crítica y despectiva con ellos, del tipo: «Los niños de ojos marrones son normalmente torpes y desobedientes», «los niños de ojos marrones suelen ser violentos y poco amistosos». Al acabar el día ciertamente los niños de ojos marrones no progresaron adecuadamente, haciendo que la profecía de Jane Elliott fuera una profecía autocumplida. El movimiento Me Too puede conseguir eso mismo con los varones que interioricen su enfrentamiento y sus insultos.Pero el problema es que en cierto punto esa afirmación de que los varones somos propensos a una sexualidad más agresiva y pulsional que las mujeres es verdadera. Porque hombres y mujeres no tenemos ni una misma biología, ni una misma psicología, ni una misma afectividad. Somos iguales en derechos sociales y políticos porque como personas tenemos acceso a un mismo mundo espiritual. Los límites de lo femenino y lo masculino son nebulosos y, en parte, se definen culturalmente; pero hay una base biológica y hormonal diversa que hace vivamos de manera diversa. Varón y mujer son dos maneras de expresar la humanidad.Esta realidad, aun formulada ofensivamente, tiene que ser una llamada de atención a cuidar la educación afectivo sexual de los niños y los jóvenes. ¿Servirán de algo esos eslóganes impactantes para un joven adulto de 20 años que lleve 10 años consumiendo pornografía y con la educación sentimental de las letras del reggaetón? Una educación sexual reducida a la profilaxis y la anticoncepción olvida toda la dimensión afectiva que conlleva la sexualidad, y es ahí donde se juega el vivirla desde el egoísmo o desde el respeto y la donación.La sexualidad de varones y mujeres ha de orientarse siempre desde los valores del compartir, de la comunión y de la mutua entrega. Sin esos valores que complementen el deseo y el placer, tenemos el riesgo de inclinarnos unos a la dominación de la pareja y otros a su manipulación. En la educación afectiva de los niños y niñas se necesita potenciar estos valores, así como el valor del autocontrol. Como adultos sabemos que muchas veces hemos de reprimir impulsos sexuales primarios para poder vivir una sexualidad y una afectividad madura y al servicio del bien de quien amamos. No toda vivencia de la sexualidad humaniza, porque no siempre la vivimos desde la actitud de la donación y de la entrega. Una sexualidad polarizada en el propio placer deshumaniza, y, ciertamente, a los varones nos puede convertir en abusadores en potencia, llamémonos Antonio, Joaquín o Íñigo. A las pruebas me remito.SOBRE EL AUTOR JOSÉ JOAQUÍN CASTELLÓN Profesor de Ética en la Facultad de Teología de Sevilla

 

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