‘En la piel de Blanche Houellebecq’: la discutible comicidad del escritor francés alcanza su mínimo

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27 Sep 2024
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Es un escritor candidato al Nobel de Literatura y tiene ganada fama de profeta político, pero desde hace unos años también es intérprete de cine. Michel Houellebecq, inclasificable en su obra y aún más en su vida y su ideario, sempiterno polemista, acaba de estrenar su última película como actor; la sexta, cuatro de ellas como protagonista. ¿Actor? Hasta cierto punto, porque en al menos tres de ellas se interpreta a sí mismo (si no en todas): la trilogía dirigida por Guillaume Nicloux y formada por la sorprendente El secuestro de Michel Houellebecq (2014), la inane Thalasso (2019) y la presente, En la piel de Blanche Houellebecq, un disparate con mucha menos miga de lo que seguramente sus autores creen. Autoficciones libres y desprejuiciadas, comedias absurdas, aparentes parábolas políticas y sociales fuera de norma, pero sin demasiada enjundia.

“Eres un escritor famoso. ¡Pues dedícate a escribir y cierra el pico!”, le espeta la cómica y actriz Blanche Gardin, su nueva socia en la trilogía tras Gérard Depardieu en Thalasso, cuando ambos formaron una pareja física y estilística no demasiado lejana a la de Stan Laurel y Oliver Hardy. Se supone que Houellebecq, presuntamente dotado de un sentido del humor a prueba de balas, se ríe de sí mismo y con ello, además de radiografiar la agonía de Francia, en palabras de Manuel Chaves Nogales, se carcajea también del propio país y de sus ciudadanos, al menos, de los carentes del poco sentido del ridículo que tiene él. Sin embargo, cada vez con más fuerza desde los inicios con El secuestro…, algo huele a operación ajena a su persona de la que él no se acaba de enterar.

Michel Houellebecq y Blanche Gardin, en un momento de 'En la piel de Blanche Houellebecq'.

La idea inicial de la película, que no es ningún documental aunque se juegue con sus recursos formales, se asienta en continuas capas de cebolla metalingüísticas alrededor de su figura. Houellebecq, nacido en la isla de Reunión (“yo también soy un hijo del colonialismo”, viene a decir), viaja a Guadalupe para formar parte del jurado de un concurso de imitadores del propio Houellebecq. Y allí le espera una de las organizadoras, la cómica Gardin, que se interpreta a sí misma. Una actriz dotada, como supuestamente el escritor, del don del absurdo con su imperturbabilidad y un halo de cierta tristeza, bien probado en notables películas de algunos de los adalides de la risa más esquinada de Francia: Benoît Delépin y Gustav Kervern (la estupenda Borrar el historial); Quentin Dupieux (Fumar provoca tos), y Michel Gondry (El libro de las soluciones).

“La risa es el primer paso hacia la liberación”, afirmó la escritora Maryse Condé, en una frase de la que se adueñan desde el primer segundo de película los autores, casi como excusa para convertir su trabajo en un delirio… que tampoco llega a ningún sitio, al menos en lo político y lo social, pese a sus (desaprovechados) apuntes sobre los bekés, los franceses blancos de las Antillas que procrearon entre ellos para preservar la pureza de la raza en las colonias. Una risa que solo puntualmente alcanza una tonalidad oscura y cruel, como cuando un antillano dice al escritor que está “iniciando” a su hija de 11 años “en la literatura de Houellebecq”. Chiste, desde luego, tan polémico y atrevido como los textos y opiniones del escritor.

Es posible que algunos confíen en que dentro de unos cuantos años estas tres autoficciones del tándem formado por Houellebecq y Nicloux puedan ser vistas como la muestra de lo que fue Francia en los alrededores de la segunda y tercera década del siglo XXI, como un muestrario singular de la caída de la grandeur francesa, de sus cimientos y de su fachada, de la lucha entre las élites y la verdadera Francia a pie de calle y poscolonial. Sin embargo, lo más probable es que se vean como la cada vez más ridícula deriva de un escritor mayúsculo y polemista vibrante, al margen de cualquier convencionalismo, al que un buen mal día convencieron de que su impasibilidad podía tener la gracia de Stan Laurel o de Buster Keaton.

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