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htremblay

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35.779 espectadores se dieron cita en el Villamarín para el último partido de la Conference del año, un número menor que el que habitualmente acude a ver al equipo bético. Algunos aficionados pasan de la Conference. No solo porque el Betis ha cuajado malos partidos en la competición europea sino, sencillamente, porque están saturados de fútbol. En comparación con hace unas décadas, la cantidad de partidos ha aumentado considerablemente: cuanto más fútbol, más dinero para la televisión y el resto de beneficiados de este negocio. Los partidos se desparraman por toda la semana, para que uno pueda consumirlos en casa por la pantalla. Hay canales que retransmiten la Premier y otras competiciones domésticas. En realidad, si uno quisiera, podría estar viendo varios partidos de fútbol al día.Lo que extraña no es que el estadio no se llene en un torneo tan descafeinado como la Conference, sino que siga habiendo tantos fieles que no se pierden un partido. A muchos les da igual que la cita sea un jueves por la noche y que haga frío. Poco les importa que el rival —el HJK Helsinki—, pese a reconocerse como el club más laureado de Finlandia, no sea más que un equipo de tercera categoría en el concierto europeo o que el Betis estuviera prácticamente clasificado para la siguiente fase del campeonato continental.Me conmueve el aficionado octogenario que desafía al frío y, sin miedo a coger un resfriado, no duda en plantarse una noche más en el Villamarín, con independencia del rival y el resto de variables. Ese bético experimenta su vínculo de identificación casi como una adscripción familiar. Acude al estadio como el padre que no deja de acompañar a su hijo que actúa en la representación navideña del teatrillo escolar. Lo de menos es la obra representada. Lo importante es estar allí y arropar al chico.La gente se reúne en estas fechas próximas a la Navidad porque siente que hay que renovar ritualmente el vínculo con amigos, compañeros de trabajo y familiares. Es época de ensalzar aquello que verdaderamente importa: el factor humano. Así, muchos béticos acudieron a su compromiso al final de la Palmera como si no fuera posible dejar solos a los suyos. Porque «los suyos» no son tanto los jugadores, sino todos los familiares y personas allegadas con los que cada cual ha compartido su beticismo. Como ocurre en la Navidad, rememoramos a los que ya se fueron y celebramos que los que seguimos aquí podamos reunirnos. Los partidos disputados en los días navideños despiertan análogos sentimientos gregarios. Muchos padres adelantan el regalo de Reyes y compran entradas a sus hijos, para ir juntos al fútbol una última vez, antes de que se acabe el año. Y cuando el Betis marca, miran al cielo, como si quisieran compartir la victoria con el abuelo que ya no se sentará jamás a la mesa navideña, ni celebrará penas y glorias con su equipo del alma.El partido no defraudó. El Betis venció y, por fin, convenció en Europa, pese al exiguo resultado. Me alegré por los jugadores béticos que dieron el callo, pero también por los miles de seguidores fieles que nunca fallan. El jueves por la noche, al mismo tiempo que los jugadores verdiblancos calentaban minutos antes del partido, algunos amigos y compañeros de trabajo habían concertado una reunión en un restaurante. Pensé en los muchos aficionados que se habrían visto en la misma tesitura, entre acudir a celebrar la importancia del vínculo personal en la comida de empresa o, por el contrario, asistir al partido del Betis. Aquel padre, que llevaba a su hijo de la mano subiendo las escalinatas que dan acceso al estadio, tal vez tuvo que decir que no podría asistir a aquella velada con amigos y familiares porque jugaba su Betis. Porque para algunos, la más importante reunión con «los suyos» es la que se celebra en el Villamarín.

 

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