En el barro de su cinismo

deborah.kuphal

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La tragedia de Valencia marca un punto de no retorno. No valen más mentiras. Puede faltar a la verdad, falsear la tesis, justificar sus cambios de opinión en asuntos trascendentales como negociar con Bildu o apoyar la amnistía de los golpistas; vulgarizar la vida parlamentaria, centrar todo su esfuerzo en agitar la propaganda… pero la empatía no se improvisa. Quien carece de la misma no la puede aparentar por mucho que fuerce su mandíbula. Y entonces te sale eso de: «Si necesitan ayuda que la pidan». Y media España se muerde la lengua para contener la riada de indignación que genera tanta desfachatez. En Paiporta no, porque ya no tienen nada que perder.La hemeroteca es contundente. Aquel Pedro Sánchez que llegó al poder denunciando la corrupción está cercado por el lodazal. Es el mismo que en 2015 visitó Aragón tras la riada del Ebro para declarar aquello de: «¿Qué coño tiene que pasar en este país para que Rajoy pise el barro?». Ahora, en el poder, ha huido del barro que delata la incompetencia y el desafecto en ese trozo de Valencia convertido en cementerio. Fue el día después de los difuntos, no se olvide, porque marca el inicio del obituario de su carrera política. El Gobierno parece ya un grupo organizado para deconstruir la democracia tal como la hemos conocido hasta hoy. No responde a otra cuestión que no sea su agenda. Basta ver cuál fue la prioridad cuando en Valencia contaban desaparecidos: tomar la RTVE. Otro ente para su causa. Y así sobrevive gracias al apoyo de los partidos antisistema, los odiadores confesos de la monarquía parlamentaria –¿dónde metemos al PNV?– y a la ultraizquierda más demagoga desde la Transición. Esa ultraizquierda del 'Prestige', del 'Nunca máis' y de Errejón. Esa tropa de los diputados que «no están para achicar agua», porque solo achican las aguas negras sobre las que chapotea el Ejecutivo, donde subsisten con sus luchas fratricidas de adolescentes. Todos ellos son colaboradores necesarios del objetivo egocéntrico y ya peligrosamente insondable de Sánchez, el que vino a salvar la patria y al que ya no hay García Ortiz, Tezanos, ni partido (lo lleva a la catástrofe) que le rescate. Aquí está el barro de tanta tormenta política como ha generado su estrategia de fomentar la crispación, la de ahondar en las dos Españas, la de cortar puentes, la de desacreditar a las instituciones, a los jueces, a los periodistas, a los empresarios… La paradoja es que cuanto más ha hablado Sánchez del fango más se ha hundido. Pensó que un día podría decir «Yo soy el Estado y el pueblo» y se ha quedado petrificado con las botas metidas en el barro de su cinismo, insultado por el pueblo y cercado por el Estado de derecho que resiste el temporal de tanta indecencia.

 

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