glover.alysa
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Empieza el baile arranca en Madrid, donde un hombre espigado de acento porteño y peinado imposible observa desde un taxi algunos de los iconos más inconfundibles de su ciudad de adopción. En ese taxi empieza esta road movie al pasado de dos viejas glorias del tango condenadas a encontrarse en el más allá de la hermosa Pampa argentina.
La directora y guionista Marina Seresesky, cuya ópera prima, La puerta cerrada, ya demostraba un gran talento para la dirección de actores y para dotar de verdad a sus personajes, se embarca en un viaje de regreso lleno de humor y dolor gracias a una historia bien hilvanada a través de tres intérpretes maravillosos. Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale fluyen entre el drama y el absurdo y, por momentos, parecen salir de aquel recitado inicial del famoso tango Balada de un loco: “De repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano…”.
Como en la inolvidable comedia estadounidense Pequeña Miss Sunshine o la más reciente Un mundo normal, del español Achero Mañas, esta es una road movie de despedidas a bordo de una vieja furgoneta. Un viaje al pasado desde el presente en el que los taxis de Madrid y Buenos Aires abrirán paso a un trasto capaz de transportarse en el tiempo y en el inmenso paisaje del Valle de Uco, en la provincia de Mendoza.
De la mano de su personaje principal, un petulante emigrado a España reciclado en actor de series, Seresesky juega al despiste en el tono y en los giros de guion. La mayoría de las veces funciona, aunque falla, y mucho, el episodio de la pareja joven y el asado con los policías. Demasiado previsible, tosco e inverosímil, olvidable al segundo. Una anécdota que aporta poco a lo que de verdad importa: la belleza del camino y de un paisaje y un amor sin tiempo.
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La directora y guionista Marina Seresesky, cuya ópera prima, La puerta cerrada, ya demostraba un gran talento para la dirección de actores y para dotar de verdad a sus personajes, se embarca en un viaje de regreso lleno de humor y dolor gracias a una historia bien hilvanada a través de tres intérpretes maravillosos. Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale fluyen entre el drama y el absurdo y, por momentos, parecen salir de aquel recitado inicial del famoso tango Balada de un loco: “De repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano…”.
Como en la inolvidable comedia estadounidense Pequeña Miss Sunshine o la más reciente Un mundo normal, del español Achero Mañas, esta es una road movie de despedidas a bordo de una vieja furgoneta. Un viaje al pasado desde el presente en el que los taxis de Madrid y Buenos Aires abrirán paso a un trasto capaz de transportarse en el tiempo y en el inmenso paisaje del Valle de Uco, en la provincia de Mendoza.
De la mano de su personaje principal, un petulante emigrado a España reciclado en actor de series, Seresesky juega al despiste en el tono y en los giros de guion. La mayoría de las veces funciona, aunque falla, y mucho, el episodio de la pareja joven y el asado con los policías. Demasiado previsible, tosco e inverosímil, olvidable al segundo. Una anécdota que aporta poco a lo que de verdad importa: la belleza del camino y de un paisaje y un amor sin tiempo.
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‘Empieza el baile’: balada de un loco viaje al pasado a ritmo de tango
Marina Seresesky reúne a Darío Grandinetti y Mercedes Morán en una ‘road movie’ decadente y deliciosa de Madrid a la Pampa
elpais.com