Al principio de la novela La pianista (1983), la narradora define a Erika, su perturbada protagonista, como alguien en quien “todo lo que tiene cierres está cerrado”. La frase es útil para describir la primera característica de la literatura de Elfriede Jelinek (Mürzzuschlag, Austria, 1946) que llama la atención. Una prosa implacable que no ofrece catarsis ni otro alivio que el ataque de risa histérica esporádico (la escena delirante en que Erika visita el manicomio donde su padre está interno justifica por ella sola la lectura del libro). Es insólito toparse con una autora que no solo no delata en sus escritos la necesidad de impresionar, de hacerse perdonar y querer, de seducir a quien la lee, sino que a veces parece que haga exactamente lo contrario: tratar al lector como a un intruso que se asoma por una rendija para ver algo prohibido y que debe asumir las consecuencias de su curiosidad.
La pianista es el libro más famoso de Jelinek, aunque muchos identifican la novela con la adaptación para el cine que dirigió Michael Haneke y que fue merecedora del Gran Premio del Festival de Cannes el año 2001. Que Jelinek sea tan poco leída es especialmente llamativo por el momento cultural en que vivimos. La autora se ha descrito a sí misma como feminista radical y su obra se presta a la lectura política de una manera clara. Cuando fue galardonada con el Premio Nobel en el año 2004, Knut Ahnlund, histórico miembro de la Academia Sueca, dimitió a modo de protesta, definiendo la obra premiada como pornográfica y antiartística.
La proyección internacional que suele derivarse de ganar el Nobel, la controversia que acompañó a la decisión de otorgárselo a Jelinek y la sensibilidad política de la autora parecían convertirla en la candidata perfecta para formar parte de las listas de escritoras a quienes, durante los últimos años, el movimiento feminista ha reivindicado, pero la obra de la austriaca sigue siendo marginal.
En un mundo en que predomina la tendencia a leer buscando la identificación personal, el abrigo de la empatía o la llamarada de la indignación, tal vez sea difícil que su prosa árida y a navajazos encuentre su lugar. Sin embargo, ese no es el único obstáculo que le ha impedido llegar a un público más amplio. La literatura de Jelinek empieza por el oído: “Trabajo con la fonética de la lengua, con asociaciones, aliteraciones, homonimias (¡me encanta!) y otras formas similares. Golpeo la lengua hasta que, a menudo en contra de su voluntad, escupe su (falso) carácter ideológico y se ve obligada a decir la verdad”, me explica la autora por correo electrónico, y que ha traducido del alemán Paula Kuffer. Cuando le pregunto por qué cree que sus libros se leen tan poco fuera del mundo germánico, ella lo atribuye principalmente a este nudo lingüístico: “El problema reside en mi lengua y en la tradición en la que se inscribe mi literatura. Yo provengo de los experimentos lingüísticos del grupo de Viena, que recuperó y siguió desarrollando los modelos experimentales, sobre todo los dadaístas, después del régimen nazi. Es difícil de traducir, en particular los poemas en dialecto del grupo. Mi punto de partida es la sonoridad de las palabras. Y verterla a otro idioma es muy complicado, seguramente imposible”.
Jelinek está acostumbrada a sentirse en los márgenes. Ella misma ha hablado en ocasiones del grave trastorno de ansiedad generalizada que padece y que limita mucho su capacidad para salir de casa. Que conceda entrevistas es muy raro y, cuando lo hace, es en formato de correo electrónico. En su discurso de recepción del Nobel, que fue grabado y emitido en vídeo en la ceremonia, la autora reflexionó sobre lo inquietante que le resultaba que sus textos fueran celebrados a un nivel tan alto. Era como si su refugio lingüístico, que había de servirle de barrera entre ella y el mundo, se hubiera girado de pronto en su contra. Sin embargo, sus lectores debían andarse con cuidado: esa criatura a la que ahora agasajaban, su lenguaje, se acabaría rebelando también contra ellos, mordiéndolos cual perro furioso.
El próximo mes de octubre, la editorial independiente Temporal publicará el discurso de recepción del Nobel de Jelinek, Al margen, traducido por Adan Kovacsics, en un libro que incluirá también un ensayo de Kovacsics, Cita, sobre la importancia de la cita en la literatura y, especialmente, en la obra de una escritora que suele trabajar “con citas de las tragedias de la Grecia Antigua. Sé hacia dónde me llevan cuando encuentro un pasaje significativo en el texto, como un navegador (…) también lo he hecho a menudo con Heidegger”. Los guiños al filósofo alemán abundan en Declaración de persona física, el otro libro de Jelinek que está a punto de distribuirse por la misma editorial y con traducción de José Aníbal Campos. De este modo, Temporal romperá por partida doble una racha de 16 años, que es el tiempo que hace que no se publica una nueva obra de Elfriede Jelinek en España.
Aunque Declaración de persona física (originalmente titulada Angabe der Person) ha sido adaptado como pieza teatral y representado en el Deutsches Theater de Berlín bajo la dirección de Jossi Wieler, se trata de un texto inclasificable. Fani Manresa, editora de Temporal, lo entiende como una obra “coral”, “un flujo de pensamiento que se desdobla en múltiples voces” y que no necesita ser encajado dentro de un género.
Jelinek describe un proceso creativo en que el elemento inconsciente tiene un peso determinante: “A veces, hay cosas que no sé cómo he llegado a escribirlas. Una vez que la lengua encuentra el ritmo, ya no se la puede detener, solo puedo salir corriendo tras ella mientras grito y tiro de la correa, para que al menos se calme un poco y se siente para que yo pueda escribirlo”. Solo hay que leer las primeras páginas de Declaración de persona física para ser absorbido por una vorágine lingüística que clarifica perfectamente lo que la autora intenta explicar.
La escritura del libro tuvo un detonante autobiográfico: la investigación por evasión fiscal a la que Jelinek fue sometida y que implicó el registro a fondo de su casa, su ordenador e incluso sus correos electrónicos privados, una invasión de la intimidad que resultó traumática para ella. Jelinek vivió el proceso como una forma de castigo: “Se trataba de poner en la picota a una feminista de izquierdas”. El caso fue archivado después de seis años, y no es descabellado pensar que alguien pudiera calumniar a Jelinek a mala fe.
Por el documental Elfriede Jelinek: el lenguaje desatado (Claudia Müller, 2022) desfilan desde críticos que han descrito sus libros de “porquería” y a ella de “mujer-demonio” en televisión hasta ciudadanos de a pie que afirman que Jelinek no se merecía el Nobel y que solo es famosa por atacar a Austria, dando testimonio del odio que la autora despierta en su país natal. En Declaración de persona física, la reflexión sobre la persecución judicial infundada acaba derivando en la exploración de una dolorosa historia familiar que es indesligable del trauma colectivo por el exterminio de los judíos durante del nazismo.
El padre de Jelinek era judío, así como buena parte de su familia por ambos lados. Ella es la última descendiente de una estirpe marcada por la persecución y la muerte. Aun así, la autora es muy consciente de que, al establecer un paralelismo entre la injusticia que ella sufrió y el genocidio, corre el riesgo de ser tachada de frívola: “No puedo superponer, como en una fuga, el espantoso destino de los judíos europeos al mío propio, ridículo en comparación; pero, por otro lado, las deportaciones y los campos de exterminio no habrían sido posibles sin la burocracia alemana”. Y es precisamente la burocracia como instrumento de represión lo que, a su modo de ver, conecta ambas experiencias: “Las invasiones de inspectores fiscales, las redadas, los registros domiciliarios, todo es completamente legal y aun así puede tener una voluntad represiva”.
Si en La pianista “todo lo que tiene cierres está cerrado”, en Declaración de persona física una de las voces expresa el deseo de quedarse “a solas en este mundo”. Le digo a Jelinek que me sorprende cómo combina en su obra la preocupación por lo político (o sea, por lo colectivo) con expresiones constantes de un individualismo severo. “El destino individual solo se puede definir a partir de lo político, es decir, a partir de lo colectivo, mientras que lo político, a su vez, se refleja en cada destino individual”. En ese sentido, la autora intenta “encontrar un equilibrio entre los dos extremos”. Sin embargo, Jelinek no se engaña respecto al potencial transformador del arte: “Hay que resignarse a que, en el mejor de los casos, se puede llegar a concienciar, pero no se puede cambiar nada, y yo solo puedo soportarlo con mis bromas y juegos lingüísticos, a veces muy banales, controlándolo literariamente”.
Un sentido del humor que la autora heredó de su familia judía y que, según ella, cuesta de entender en una Europa en que “ya no existe el entorno lingüístico previo al exterminio y a la expulsión de los judíos”. Puede que Jelinek haya perdido algo de la fe que tenía de joven en el impacto político que se puede conseguir mediante la literatura, pero eso no la convierte en una pusilánime. Últimamente, la autora no ha dejado de expresar su rechazo al auge de la extrema derecha (cuya impunidad es uno de los fantasmas que recorren Declaración de persona física) en Europa.
En enero de este año, la actriz Mavie Hörbiger leyó un discurso de la escritora en una manifestación contra los radicales en Viena a la que acudieron 35.000 personas. Más recientemente, Jelinek, junto a todo el equipo del Burgtheater (el Teatro Nacional de Austria), ha publicado un llamamiento contra el FPÖ, el partido de extrema derecha austriaco, que amenaza con cancelar el Festival de Viena de 2025 si gana las elecciones generales que se celebrarán a finales de este mes en el país. El FPÖ ya ganó las elecciones europeas del pasado mayo en Austria, por lo que su próxima victoria es una posibilidad muy real. Si la prohibición del festival (al que el partido describe como un “evento woke” que no merece ser subvencionado) se produjera, se paralizaría la producción de una obra de teatro de Jelinek que lleva 45 años sin representarse en Austria por prohibición expresa de la autora. La obra, titulada precisamente Burgtheater, “describe el papel vergonzoso que jugó la escena cultural y concretamente el mundo del teatro durante el nacionalsocialismo y el fascismo” en Austria.
El lunes día 2, después del éxito electoral de los ultras en las regiones alemanas de Turingia y Sajonia, escribo de nuevo a Jelinek. Le pregunto por qué cree que el apoyo a la extrema derecha no para de crecer, y si le preocupa más la ciudadanía que les vota o la inercia de los partidos socialdemócratas que no parecen haber tratado seriamente la consolidación de esa extrema derecha. Su respuesta es escalofriante. “Está surgiendo algo espectral, sin sustancia, el fantasma del fascismo, que ya ha llegado al poder en algunos países de Europa, incluso en países que estuvieron bajo el yugo sangriento de Hitler. Y ahora se someten por sí mismos a una ideología que solo trae guerra, destrucción y exterminio”.
Su descripción del nuevo fascismo es metódica. “Se alimenta de la envidia, el odio y el miedo. Es como si tuvieran fábricas enteras para crear miedo al otro (al que no es como nosotros)”. En su respuesta incluye los nombres de sus nuevos líderes: Fico en Eslovaquia, Orbán en Hungría, Meloni en Italia, sin nombrar los países más allá de la Unión Europea. “Están compitiendo por sustituirlo todo por una ‘cultura’ nacional marcada. El resultado es un provincianismo. Todo aquello que no entendemos, nosotros, los ‘sanos’, no merece existir”.
Habla de la amenaza al arte y de la situación en su propio país. “Siempre se señala a la gente del mundo del arte, se la describe como parásitos insignificantes en el saludable cuerpo del pueblo, sabandijas, alimañas sin patriotismo, jornaleros sin patria, como ya en el siglo XIX se referían a los socialistas y a los socialdemócratas antes de que la expresión se generalizara y, sobre todo, se empezara a usar contra las y los artistas. Estos términos todavía no se utilizan, pero llegará el momento en que sí, y ya se entienden como ‘normalidad’. La gente normal no nos quiere. Los artistas, los marginados en general, tienen motivos para estar asustados. El FPÖ quiere echarnos el guante, quiere tomar el control del Gobierno, el territorio y el pueblo, lo dice abiertamente. Lo quieren todo, porque solo a ellos les corresponde”.
Declaración de persona física. Elfriede Jelinek. Traducción de José Aníbal Campos. Temporal, 2024. 272 páginas. 21,90 euros. Se publica el 16 de septiembre.
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La pianista es el libro más famoso de Jelinek, aunque muchos identifican la novela con la adaptación para el cine que dirigió Michael Haneke y que fue merecedora del Gran Premio del Festival de Cannes el año 2001. Que Jelinek sea tan poco leída es especialmente llamativo por el momento cultural en que vivimos. La autora se ha descrito a sí misma como feminista radical y su obra se presta a la lectura política de una manera clara. Cuando fue galardonada con el Premio Nobel en el año 2004, Knut Ahnlund, histórico miembro de la Academia Sueca, dimitió a modo de protesta, definiendo la obra premiada como pornográfica y antiartística.
La proyección internacional que suele derivarse de ganar el Nobel, la controversia que acompañó a la decisión de otorgárselo a Jelinek y la sensibilidad política de la autora parecían convertirla en la candidata perfecta para formar parte de las listas de escritoras a quienes, durante los últimos años, el movimiento feminista ha reivindicado, pero la obra de la austriaca sigue siendo marginal.
En un mundo en que predomina la tendencia a leer buscando la identificación personal, el abrigo de la empatía o la llamarada de la indignación, tal vez sea difícil que su prosa árida y a navajazos encuentre su lugar. Sin embargo, ese no es el único obstáculo que le ha impedido llegar a un público más amplio. La literatura de Jelinek empieza por el oído: “Trabajo con la fonética de la lengua, con asociaciones, aliteraciones, homonimias (¡me encanta!) y otras formas similares. Golpeo la lengua hasta que, a menudo en contra de su voluntad, escupe su (falso) carácter ideológico y se ve obligada a decir la verdad”, me explica la autora por correo electrónico, y que ha traducido del alemán Paula Kuffer. Cuando le pregunto por qué cree que sus libros se leen tan poco fuera del mundo germánico, ella lo atribuye principalmente a este nudo lingüístico: “El problema reside en mi lengua y en la tradición en la que se inscribe mi literatura. Yo provengo de los experimentos lingüísticos del grupo de Viena, que recuperó y siguió desarrollando los modelos experimentales, sobre todo los dadaístas, después del régimen nazi. Es difícil de traducir, en particular los poemas en dialecto del grupo. Mi punto de partida es la sonoridad de las palabras. Y verterla a otro idioma es muy complicado, seguramente imposible”.
“Golpeo la lengua hasta que, contra su voluntad, escupe su carácter ideológico y se ve obligada a decir la verdad”
Jelinek está acostumbrada a sentirse en los márgenes. Ella misma ha hablado en ocasiones del grave trastorno de ansiedad generalizada que padece y que limita mucho su capacidad para salir de casa. Que conceda entrevistas es muy raro y, cuando lo hace, es en formato de correo electrónico. En su discurso de recepción del Nobel, que fue grabado y emitido en vídeo en la ceremonia, la autora reflexionó sobre lo inquietante que le resultaba que sus textos fueran celebrados a un nivel tan alto. Era como si su refugio lingüístico, que había de servirle de barrera entre ella y el mundo, se hubiera girado de pronto en su contra. Sin embargo, sus lectores debían andarse con cuidado: esa criatura a la que ahora agasajaban, su lenguaje, se acabaría rebelando también contra ellos, mordiéndolos cual perro furioso.
El próximo mes de octubre, la editorial independiente Temporal publicará el discurso de recepción del Nobel de Jelinek, Al margen, traducido por Adan Kovacsics, en un libro que incluirá también un ensayo de Kovacsics, Cita, sobre la importancia de la cita en la literatura y, especialmente, en la obra de una escritora que suele trabajar “con citas de las tragedias de la Grecia Antigua. Sé hacia dónde me llevan cuando encuentro un pasaje significativo en el texto, como un navegador (…) también lo he hecho a menudo con Heidegger”. Los guiños al filósofo alemán abundan en Declaración de persona física, el otro libro de Jelinek que está a punto de distribuirse por la misma editorial y con traducción de José Aníbal Campos. De este modo, Temporal romperá por partida doble una racha de 16 años, que es el tiempo que hace que no se publica una nueva obra de Elfriede Jelinek en España.
Aunque Declaración de persona física (originalmente titulada Angabe der Person) ha sido adaptado como pieza teatral y representado en el Deutsches Theater de Berlín bajo la dirección de Jossi Wieler, se trata de un texto inclasificable. Fani Manresa, editora de Temporal, lo entiende como una obra “coral”, “un flujo de pensamiento que se desdobla en múltiples voces” y que no necesita ser encajado dentro de un género.
Jelinek describe un proceso creativo en que el elemento inconsciente tiene un peso determinante: “A veces, hay cosas que no sé cómo he llegado a escribirlas. Una vez que la lengua encuentra el ritmo, ya no se la puede detener, solo puedo salir corriendo tras ella mientras grito y tiro de la correa, para que al menos se calme un poco y se siente para que yo pueda escribirlo”. Solo hay que leer las primeras páginas de Declaración de persona física para ser absorbido por una vorágine lingüística que clarifica perfectamente lo que la autora intenta explicar.
La escritura del libro tuvo un detonante autobiográfico: la investigación por evasión fiscal a la que Jelinek fue sometida y que implicó el registro a fondo de su casa, su ordenador e incluso sus correos electrónicos privados, una invasión de la intimidad que resultó traumática para ella. Jelinek vivió el proceso como una forma de castigo: “Se trataba de poner en la picota a una feminista de izquierdas”. El caso fue archivado después de seis años, y no es descabellado pensar que alguien pudiera calumniar a Jelinek a mala fe.
Por el documental Elfriede Jelinek: el lenguaje desatado (Claudia Müller, 2022) desfilan desde críticos que han descrito sus libros de “porquería” y a ella de “mujer-demonio” en televisión hasta ciudadanos de a pie que afirman que Jelinek no se merecía el Nobel y que solo es famosa por atacar a Austria, dando testimonio del odio que la autora despierta en su país natal. En Declaración de persona física, la reflexión sobre la persecución judicial infundada acaba derivando en la exploración de una dolorosa historia familiar que es indesligable del trauma colectivo por el exterminio de los judíos durante del nazismo.
El padre de Jelinek era judío, así como buena parte de su familia por ambos lados. Ella es la última descendiente de una estirpe marcada por la persecución y la muerte. Aun así, la autora es muy consciente de que, al establecer un paralelismo entre la injusticia que ella sufrió y el genocidio, corre el riesgo de ser tachada de frívola: “No puedo superponer, como en una fuga, el espantoso destino de los judíos europeos al mío propio, ridículo en comparación; pero, por otro lado, las deportaciones y los campos de exterminio no habrían sido posibles sin la burocracia alemana”. Y es precisamente la burocracia como instrumento de represión lo que, a su modo de ver, conecta ambas experiencias: “Las invasiones de inspectores fiscales, las redadas, los registros domiciliarios, todo es completamente legal y aun así puede tener una voluntad represiva”.
Si en La pianista “todo lo que tiene cierres está cerrado”, en Declaración de persona física una de las voces expresa el deseo de quedarse “a solas en este mundo”. Le digo a Jelinek que me sorprende cómo combina en su obra la preocupación por lo político (o sea, por lo colectivo) con expresiones constantes de un individualismo severo. “El destino individual solo se puede definir a partir de lo político, es decir, a partir de lo colectivo, mientras que lo político, a su vez, se refleja en cada destino individual”. En ese sentido, la autora intenta “encontrar un equilibrio entre los dos extremos”. Sin embargo, Jelinek no se engaña respecto al potencial transformador del arte: “Hay que resignarse a que, en el mejor de los casos, se puede llegar a concienciar, pero no se puede cambiar nada, y yo solo puedo soportarlo con mis bromas y juegos lingüísticos, a veces muy banales, controlándolo literariamente”.
Un sentido del humor que la autora heredó de su familia judía y que, según ella, cuesta de entender en una Europa en que “ya no existe el entorno lingüístico previo al exterminio y a la expulsión de los judíos”. Puede que Jelinek haya perdido algo de la fe que tenía de joven en el impacto político que se puede conseguir mediante la literatura, pero eso no la convierte en una pusilánime. Últimamente, la autora no ha dejado de expresar su rechazo al auge de la extrema derecha (cuya impunidad es uno de los fantasmas que recorren Declaración de persona física) en Europa.
“Se compara al artista con un parásito en el saludable cuerpo del pueblo. La gente normal no nos quiere”
En enero de este año, la actriz Mavie Hörbiger leyó un discurso de la escritora en una manifestación contra los radicales en Viena a la que acudieron 35.000 personas. Más recientemente, Jelinek, junto a todo el equipo del Burgtheater (el Teatro Nacional de Austria), ha publicado un llamamiento contra el FPÖ, el partido de extrema derecha austriaco, que amenaza con cancelar el Festival de Viena de 2025 si gana las elecciones generales que se celebrarán a finales de este mes en el país. El FPÖ ya ganó las elecciones europeas del pasado mayo en Austria, por lo que su próxima victoria es una posibilidad muy real. Si la prohibición del festival (al que el partido describe como un “evento woke” que no merece ser subvencionado) se produjera, se paralizaría la producción de una obra de teatro de Jelinek que lleva 45 años sin representarse en Austria por prohibición expresa de la autora. La obra, titulada precisamente Burgtheater, “describe el papel vergonzoso que jugó la escena cultural y concretamente el mundo del teatro durante el nacionalsocialismo y el fascismo” en Austria.
El lunes día 2, después del éxito electoral de los ultras en las regiones alemanas de Turingia y Sajonia, escribo de nuevo a Jelinek. Le pregunto por qué cree que el apoyo a la extrema derecha no para de crecer, y si le preocupa más la ciudadanía que les vota o la inercia de los partidos socialdemócratas que no parecen haber tratado seriamente la consolidación de esa extrema derecha. Su respuesta es escalofriante. “Está surgiendo algo espectral, sin sustancia, el fantasma del fascismo, que ya ha llegado al poder en algunos países de Europa, incluso en países que estuvieron bajo el yugo sangriento de Hitler. Y ahora se someten por sí mismos a una ideología que solo trae guerra, destrucción y exterminio”.
Su descripción del nuevo fascismo es metódica. “Se alimenta de la envidia, el odio y el miedo. Es como si tuvieran fábricas enteras para crear miedo al otro (al que no es como nosotros)”. En su respuesta incluye los nombres de sus nuevos líderes: Fico en Eslovaquia, Orbán en Hungría, Meloni en Italia, sin nombrar los países más allá de la Unión Europea. “Están compitiendo por sustituirlo todo por una ‘cultura’ nacional marcada. El resultado es un provincianismo. Todo aquello que no entendemos, nosotros, los ‘sanos’, no merece existir”.
Habla de la amenaza al arte y de la situación en su propio país. “Siempre se señala a la gente del mundo del arte, se la describe como parásitos insignificantes en el saludable cuerpo del pueblo, sabandijas, alimañas sin patriotismo, jornaleros sin patria, como ya en el siglo XIX se referían a los socialistas y a los socialdemócratas antes de que la expresión se generalizara y, sobre todo, se empezara a usar contra las y los artistas. Estos términos todavía no se utilizan, pero llegará el momento en que sí, y ya se entienden como ‘normalidad’. La gente normal no nos quiere. Los artistas, los marginados en general, tienen motivos para estar asustados. El FPÖ quiere echarnos el guante, quiere tomar el control del Gobierno, el territorio y el pueblo, lo dice abiertamente. Lo quieren todo, porque solo a ellos les corresponde”.
Declaración de persona física. Elfriede Jelinek. Traducción de José Aníbal Campos. Temporal, 2024. 272 páginas. 21,90 euros. Se publica el 16 de septiembre.
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