Elaine Vilar Madruga, escritora: “Aprendí a hacer literatura pegada a los fogones de mi abuela”

Vena_Johnston

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A Elaine Vilar Madruga (La Habana, 35 años) le emociona cada vez que ve desde el avión las playas de Cuba. La autora pasa largos periodos fuera de la isla debido a su trabajo y el regreso a casa es “como un paréntesis”, dice. Ama el retorno, a pesar de que cada vez ve una Cuba que ha cambiado, a una ciudad deteriorada, a unos cubanos tristes, golpeados por una dura crisis económica que lanza a cientos de miles fuera de sus costas. “Veo la tristeza y experimento esa tristeza, pero al llegar estoy rodeada de amor”, afirma la escritora, que tiene en la isla a su familia, incluida su abuela de 85 años y su perra, por la que hizo la promesa de dejar de tomar café cuando el chucho enfermó. Vilar Madruga afirma que se tomaba 12 tazas al día. “Lluevo cuatro años limpia”, dice sonriente, como si se hubiera desintoxicado del alcohol o una droga.

Esta mañana de otoño toma un chocolate caliente en una cafetería de Ciudad de México donde habla con EL PAÍS. La mañana es fría y hay mucho movimiento en el local, los capitalinos tomándose una pausa en la vida acelerada de la ciudad para calentarse con algún brebaje. El chocolate de Vilar Madruga se enfría al conversar, porque la escritora es una gran conversadora. Generosa con el tiempo y abierta a platicar sobre todo, incluida la crisis de Cuba. Ha viajado a México para presentar la noche del martes su novela El cielo de la selva (Elefanta editorial), un libro difícil de clasificar. Cuento gótico, novela salvaje, memorias que curan heridas antiquísimas. Vilar Madruga afirma que su literatura es “mestiza” y tiene muchísimo de las experiencias de las mujeres de su familia, su madre, sus abuelas. De hecho, afirma, aprendió a hacer literatura pegada a los fogones de la abuela, escuchando sus historias y también conociendo las de la familia, que muchas veces se callan. “Toda mi obra está escrita en clave feminista”, afirma.

La novela transcurre en una hacienda construida en medio de una selva tenebrosa. Allí viven una vieja, sus dos hijas —una de ellas loca— y un hombre. La selva es un agujero negro que es también una especie de paraíso para estos seres que han huido de una guerra, pero el paraíso tiene sus normas y para mantenerlo calmado hay que dar en sacrificio a los hijos. Por la hacienda pasan fugitivos que terminan preñando a las mujeres, cuya función es parir para alimentar a ese dios que anida en la jungla terrorífica. La selva los alimenta y ellos deben alimentarla con sacrificios terribles: el cuello de los niños degollado, la sangre nutriendo a ese Saturno que reclama la vida de sus hijos. La obra, explica la autora, “está pensada para que sirva como una capa, porque una selva puede ser la familia, un país, un cuerpo, un sistema político” que oprime. Vilar Madruga ha escrito la que ha sido considerada una de las mejores novelas publicadas el pasado año y la autora cubana se abre espacio a grandes pasos entre los nombres jóvenes más reconocidos de la literatura latinoamericana.

Pregunta. Permítame leer un extracto de su libro: “Cuando nombras a una criatura, sea humana o gallina, puerca o yegua, le confieres una identidad, un espacio en el mundo. Nadie mataría a una yegua llamada Ifigenia, pero sí matarían a una niña llamada así”. Puede entenderse como el poco valor que se les ha dado a las mujeres lo largo de los siglos, ¿no?

Respuesta. Claro. La novela en sí misma es una crítica al sistema patriarcal, que no viene de cuatro generaciones anteriores, sino que es una historia milenaria. También es una crítica sobre cómo tratamos a los niños, porque muchas veces los tratamos como criaturas subalternas.

P. El libro está escrito en clave feminista.

R. Sí, creo que toda mi obra está escrita en clave feminista. No creo que solo por ser mujer tendría que ser feminista, creo que son dos conceptos que vas aprendiendo en la vida. Yo aprendí a ser feminista. En mi país se daba por hecho, por ejemplo, que eres mujer y tienes unos derechos garantizados, pero he tenido que aprender que hay derechos que se conquistan y que hay muchas estructuras patriarcales desde el hogar, hasta lo político.

P. ¿Cómo aprendió a ser feminista?

R. Creo que leyendo mucho. A mí me ha ayudado mucho leer a las autoras latinoamericanas que me acompañan, porque cuando encuentras un libro estás encontrando una compañía y un aprendizaje.

P. ¿Cuáles son esas autoras que la acompañan?

R. Elena Garro, que me parece un descubrimiento increíble. Clarice Lispector también. Para mí fueron un descubrimiento muy recientes y lo digo sin vergüenza. La formación también viene de la manera en que el hogar se va deconstruyendo. Vengo de una línea matrilineal y yo cuento las historias de mi madre, de mi abuela, de mi bisabuela, porque son corrientes muy fuertes dentro de mi pensamiento, porque fui educada por mujeres. Aprendí a hacer literatura pegada a los fogones de mi abuela, que me contó mis primeras historias, porque yo creo que mi abuela es una escritora en ciernes. Se mezclaba el hacer comida con el hacer literatura. Cuando te das cuenta que cuentas las historias de tu bisabuela y que de alguna forma estás dando voz a todas aquellas furias, a todos aquellos deseos que se quedaron truncos, a todas aquellas historias que no se contaron, te das cuenta que debes hacerlo desde una mirada feminista. Por ejemplo, mi bisabuela materna iba a ser la primera mujer en Cuba que iba a divorciarse, ya me dirás si ese no es un acto feminista.

Elaine Vilar Madruga escritora cubana presenta en México su novela ‘El cielo de la selva’ (Elefanta).

P. ¿Qué pasó?

R. Su padre no se lo permitió y la dejaron con una barriga de seis meses y dos niños pequeños en casa de su marido, que era un explotador, un juega gallos, un mujeriego, que terminó arruinando a toda la familia. Y también a parir siete hijos más. Pero a mí me parece un acto revolucionario que una mujer en esa época dijera me voy a divorciar, lo voy a hacer porque no soporto esto y me reinventaré.

P. Es un tema para una novela.

R. Es una novela en sí misma y esa novela está dándome vueltas en la cabeza. Creo que de alguna forma todos esos espíritus, todas esas auras de las bisabuelas y las tatarabuelas mías, están en El cielo de la selva, están presentes en la misma furia que la selva contiene.

P. En esta novela hay un círculo tenebroso: parir y matar, entregar a la selva los hijos para calmar su ira. Las mujeres reducidas a la reproducción, los hombres a alimento de la selva. La maternidad convertida en algo salvaje. ¿Cómo ve usted la maternidad?

R. Como una gran incógnita. Estoy intentando responderme qué es la maternidad para mí y he llegado a un ciclo de cuatro novelas intentando tener esa respuesta. Estoy terminando la cuarta y va a ser la última y espero tener una respuesta cuando la termine. Pienso mucho en las maternidades biológicas, pero también pienso en las no biológicas, que son las maternidades subalternas, las tías que decidieron no parir, a las personas que maternan animales, a las cuidadoras; todas esas maternidades que olvidamos, porque hemos colocado en un altar sacrosanto a la maternidad biológica y hemos dicho que esta es la única que vale la pena ser contada. Y tampoco se cuenta bien, porque la contamos edulcoradísima.

P. En su libro hay mujeres condenadas a parir y dejar de ser útiles cuando ya no pueden, condenadas a la cocina, a degollar gallinas, a encargarse de alimentar a otros. Suena a denuncia. ¿Cree que la literatura es también denuncia?

R. La literatura es testimonio de lo que estamos viviendo, es decirnos que no podemos cerrar los ojos, no podemos fingir que no sabemos para estar en un lugar con más confort. Tenemos que ser responsables con lo que está pasando, no podemos escribir desde nuestros privilegios. Para mí la literatura sí es denuncia, es testimonio y es tratar de buscar un punto en el mapa donde estamos parados y marcarlo para que no se olvide.

P. No le gusta que le pongan etiquetas a su literatura, ¿cómo la definiría?

R. Mestiza, porque yo soy una mujer mestiza, una mujer del Caribe, que es un ajiaco de razas, de colores, de influencias, de referencias. No me he sentido nunca perteneciente o encadenada a un género. Creo que en el mundo en el que vivimos, que es un mundo migrante, los géneros literarios también se han convertido en migrantes, porque se asemejan a los cuerpos de las personas que los escriben. Mi cuerpo es migrante, sí, está anclado en La Habana, porque allí está mi familia, pero yo paso todo el año en diferentes lados del mundo.

P. Ha escrito poesía, cuento, narrativa, teatro. ¿Qué es para usted la escritura?

R. Es un juego, oscuro y luminoso a la vez. Oscuro porque una habla de cosas muy fuertes y se abre las tripas para escribir, se rasga la piel. Y luminoso porque la escritura es también sanadora, siento que me ha ayudado a sanar.

P. ¿Sanar qué?

R. Sanar las heridas de los traumas del pasado, las historias de mis ancestras, el silencio, que es tan terrible, esas cosas que no se decían y que de repente las he convertido en una plataforma para comunicar, porque he logrado contar las historias de mi familia.

P. El silencio impuesto a las mujeres, reducidas a los fogones.

R. Sí. El de las mujeres que nos colocamos unas mordazas para sobrevivir, porque sabíamos que si hablábamos o nos podían matar o callar a golpes o hasta dejarnos morir de hambre, porque autonomía no teníamos hasta hace poco tiempo. A mí me gustaría reivindicar esa literatura que se hizo en los fogones, los cuentos de mi abuela.

P. Mencionaba antes a los migrantes. Cuba atraviesa una situación difícil. Miles de jóvenes dejan la isla por falta de oportunidades y libertad, es una enorme huida de talento. ¿Le preocupa el impacto que eso pueda tener?

R. ¡Obvio! La salida de talentos, la pérdida de referentes para los que se quedan, porque no solo es lo que el país pierde en calidad humana, porque se va desmigajando el alma del país, sino que también pienso en los que se quedan, cómo lo hace, cuán rota está. Cuba ha sido un país migrante, pero en los últimos años ha sido brutal. Yo he perdido mucha gente y la despedida también es una forma de muerte.

P. ¿Se puede escribir bajo un régimen así?

R. Yo escribo y veo muchos actos de resistencia en la escritura. Soy profesora de escritura creativa y veo a mis muchachos de veintitantos escribiendo y empeñados en que la literatura puede salvar algo, primero a ellos, que los está conduciendo a un mejor lugar. Se puede escribir en cualquier circunstancia por adversa que sea, porque escribir siempre es un acto de resistencia.

P. ¿Cómo ve la revolución cubana?

R. Es la revolución de mis abuelos. Mi abuela habla con mucho amor de la revolución y yo vi cosas buenas de la revolución. Fui educada privilegiadamente, estudié música, tuve una educación espectacular. También he visto un deterioro paulatino de las condiciones de vida de mis seres queridos y mis compatriotas.

P. ¿Está desilusionada de la revolución?

R. Estoy desilusionada de cómo se están llevando las cosas. Sigo siendo una mujer de izquierdas. No sé si las izquierdas tienen solución para todos los problemas del mundo, pero sí estoy segura que las derechas se piensan desde un privilegio. Quiero salvar eso que me inculcaron mis abuelos y mis padres, el derecho a la educación, la cultura, sanidad para todos.

P. Cubra podría ser esa selva que devora a sus hijas e hijos.

R. Cuba y el mundo entero. Muchos países devoran a sus hijos. El cielo de la selva no es una obra que esté pensada dentro de Cuba, sino está pensada para que sirva como una capa, porque una selva puede ser la familia, un país, un cuerpo, un sistema político.



























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