Para qué queremos las palabras si podemos bailar. Juliana Linhares, vocalista principal del grupo brasileño Pietá, subió el viernes al escenario de la Hacienda De San Gabriel, en Guanajuato, con una disculpa que también era una promesa. La cantante se excusó por su español —que en realidad no está tan mal— y porque los asistentes al concierto no podrían entender la mayoría de sus canciones, acompasadas con jazz, punk, bossa nova y samba. Pietá es una de las nuevas propuestas musicales de un Brasil que siempre ha sido prolífico con la música y la joven cantante prometió que aunque su público no entendiera las letras de sus canciones sabrían llevarlas en el corazón. O en las caderas. “Qué son las palabras, si tenemos la danza”, dijo Linhares a un auditorio que no tardía mucho en entregarse por completo, bailar y ovacionar de pie a estos jóvenes brasileños que presentan en el Festival Internacional Cervantino su nuevo álbum, Nací en Brasil, un viaje que explora el legado de la música de su país, navega en sus melodías y poética e intenta explicar desde esos ritmos lo que es ser brasileño.
Ser brasileño. Un país lleno de contrastes, ahora dividido por la política de odio dispersada como veneno por el movimiento del expresidente Jair Bolsonaro, pero que está unido por una tradición musical legendaria que ha traspasado las fronteras de esa nación-continente y que ha puesto a bailar a medio mundo. Es difícil que una persona en algún bar cualquiera no pueda identificar la delicada y melancólica tonada de la Garota de Ipanema e imaginar a esa joven de piel dorada con su dulce balanceo camino del mar. Pues Juliana Linhares ha usado su esbelto cuerpo para imponer un espectáculo indudablemente de factura brasileña, sensual, intenso, bello. Linares se movía como una mariposa que aletea cadente en ese escenario montado al lado del frondoso jardín lleno de verde de la vieja hacienda. Sus brazos subían y bajaban y como una bailarina de ballet saltaba y se tiraba al piso, se contorsionaba en un éxtasis de batería, guitarra y bajo.
Pietá representó el legado musical de Brasil en un concierto de más de una hora, con un repertorio de 14 canciones que de vez en cuando arrancaban un “¡bravo!” del público. Un público, el mexicano, que siempre parece dispuesto a dejarse seducir por la novedad y pasar un buen rato, a pesar de algún inconveniente, como el que tuvo el bajista, que no lograba afinar su instrumento. “Es el mal de Moctezuma”, bromeó Linhares, en referencia a esa enfermedad estomacal que afecta a los extranjeros que visitan México y no están acostumbrados al exceso de picante o a las salsas tan condimentadas o a las carnes que rebosan grasas. Mientras los técnicos arreglaban el pequeño desperfecto, la joven cantante dijo que esperaba “que algunas cosas”, letras de sus canciones, “se queden en sus corazones porque vamos a hacer un buen esfuerzo”. Y el esfuerzo lo hizo. La cantante gruñía, gritaba en un exceso que reclamaba liberar los cuerpos, el suyo y el del auditorio, para el que siempre había un guiño de su ojo coqueto. “Pecar es alegría, es liberación”, cantaba con su voz dulce pero potente. Un cuerpo hermoso convertido en un tributo a la música que elogia a la saudade convertida también en una forma de gozo.
Amor y pasión. Deseo y entrega. Anhelo, ansias de placer. “Que la luna llena salga dentro de mi corazón”, pedía la de Brasil mientras se retorcía en el escenario con su blusa roja de la que pendían unas finas telas de azul, que recordaban al tutú del ballet, un azul prístino como el del cielo de Guanajuato que el viernes alumbraba con intensidad la ciudad colonial. Pietá nació en Río de Janeiro en 2011, cuando sus integrantes Demarca, Rafael Lorga y Juliana Linhares se encontraron durante sus estudios en la facultad de teatro. Desde entonces han experimentado con el legado musical de Brasil y se han presentado en grandes escenarios de su país y realizado giras por España y Portugal. Lanzaron su primer álbum, Leve o Que Quiser, en 2015 y cuatro años más tarde publicaron Santo Sossego. Este año han comenzado a abrirse más espacio a nivel internacional tras Nasci no Brasil, aclamado por la crítica de su país. El trío ha logrado convertirse en una agrupación de culto tras colocar por primera vez su música en una telenovela de la red O Globo, el enorme grupo de medios brasileño: Perfume de Araçá, una canción que canta un secreto de amor.
Ese secreto lo reveló Linhares al público con pasión y entrega: “Hay un secreto que no puedo contar, pero cantaré para decirte. Te he amado por tanto tiempo. Es hora de salir contigo”. La brasileña rompía con las cuerdas de su voz la barrera del idioma, como lo había prometido. Tal vez la mayoría de la gente que colmó la vieja hacienda no entendiera la letra, pero sentía a través de esa voz esa necesidad decirle ‘te quiero’ a alguien largamente deseado. “Llevo la guitarra cerca de mi corazón. Ojalá fuera tu cuerpo. La melodía dice que amar es bueno, lo mismo dice mi pecho”. Y recuerda que cuando esa persona deseada nos habla “se nos pone la piel de gallina” y desaparece hasta el frío. El aroma del amado, ese Perfume de Araçá, puede embriagar como el mejor de los licores.
Juliana Linhares conoce bien el escenario. Se mimetiza con él. Se convierte en ave exótica que le canta al Amazonas, amenazado por la avaricia humana, o en gacela que camina con cadencia para rozar su cuerpo con su compañero de guitarra. O regresa como una joven comprometida, que grita estar feliz porque en el Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula Da Silva “tenemos un nuevo ministerio de Cultura. ¡Juuuuuuuuu!”. Linhares recordó que su Brasil es un “país políticamente destrozado”, pero que la cultura “ha regresado”. Cultura que es la invitada de honor del Cervantino este año, con una cartelera que reúne música, teatro, danza y cine. Un Brasil que se quiere mostrar libre, variado y talentoso. Tolerante. El Brasil de una Linhares que desde el escenario quería demostrar que su país-continente es más que un controvertido titular en un periódico. El país que canta y baila, porque ¿qué son las palabras, si tenemos la danza?
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Ser brasileño. Un país lleno de contrastes, ahora dividido por la política de odio dispersada como veneno por el movimiento del expresidente Jair Bolsonaro, pero que está unido por una tradición musical legendaria que ha traspasado las fronteras de esa nación-continente y que ha puesto a bailar a medio mundo. Es difícil que una persona en algún bar cualquiera no pueda identificar la delicada y melancólica tonada de la Garota de Ipanema e imaginar a esa joven de piel dorada con su dulce balanceo camino del mar. Pues Juliana Linhares ha usado su esbelto cuerpo para imponer un espectáculo indudablemente de factura brasileña, sensual, intenso, bello. Linares se movía como una mariposa que aletea cadente en ese escenario montado al lado del frondoso jardín lleno de verde de la vieja hacienda. Sus brazos subían y bajaban y como una bailarina de ballet saltaba y se tiraba al piso, se contorsionaba en un éxtasis de batería, guitarra y bajo.
Pietá representó el legado musical de Brasil en un concierto de más de una hora, con un repertorio de 14 canciones que de vez en cuando arrancaban un “¡bravo!” del público. Un público, el mexicano, que siempre parece dispuesto a dejarse seducir por la novedad y pasar un buen rato, a pesar de algún inconveniente, como el que tuvo el bajista, que no lograba afinar su instrumento. “Es el mal de Moctezuma”, bromeó Linhares, en referencia a esa enfermedad estomacal que afecta a los extranjeros que visitan México y no están acostumbrados al exceso de picante o a las salsas tan condimentadas o a las carnes que rebosan grasas. Mientras los técnicos arreglaban el pequeño desperfecto, la joven cantante dijo que esperaba “que algunas cosas”, letras de sus canciones, “se queden en sus corazones porque vamos a hacer un buen esfuerzo”. Y el esfuerzo lo hizo. La cantante gruñía, gritaba en un exceso que reclamaba liberar los cuerpos, el suyo y el del auditorio, para el que siempre había un guiño de su ojo coqueto. “Pecar es alegría, es liberación”, cantaba con su voz dulce pero potente. Un cuerpo hermoso convertido en un tributo a la música que elogia a la saudade convertida también en una forma de gozo.
Amor y pasión. Deseo y entrega. Anhelo, ansias de placer. “Que la luna llena salga dentro de mi corazón”, pedía la de Brasil mientras se retorcía en el escenario con su blusa roja de la que pendían unas finas telas de azul, que recordaban al tutú del ballet, un azul prístino como el del cielo de Guanajuato que el viernes alumbraba con intensidad la ciudad colonial. Pietá nació en Río de Janeiro en 2011, cuando sus integrantes Demarca, Rafael Lorga y Juliana Linhares se encontraron durante sus estudios en la facultad de teatro. Desde entonces han experimentado con el legado musical de Brasil y se han presentado en grandes escenarios de su país y realizado giras por España y Portugal. Lanzaron su primer álbum, Leve o Que Quiser, en 2015 y cuatro años más tarde publicaron Santo Sossego. Este año han comenzado a abrirse más espacio a nivel internacional tras Nasci no Brasil, aclamado por la crítica de su país. El trío ha logrado convertirse en una agrupación de culto tras colocar por primera vez su música en una telenovela de la red O Globo, el enorme grupo de medios brasileño: Perfume de Araçá, una canción que canta un secreto de amor.
Ese secreto lo reveló Linhares al público con pasión y entrega: “Hay un secreto que no puedo contar, pero cantaré para decirte. Te he amado por tanto tiempo. Es hora de salir contigo”. La brasileña rompía con las cuerdas de su voz la barrera del idioma, como lo había prometido. Tal vez la mayoría de la gente que colmó la vieja hacienda no entendiera la letra, pero sentía a través de esa voz esa necesidad decirle ‘te quiero’ a alguien largamente deseado. “Llevo la guitarra cerca de mi corazón. Ojalá fuera tu cuerpo. La melodía dice que amar es bueno, lo mismo dice mi pecho”. Y recuerda que cuando esa persona deseada nos habla “se nos pone la piel de gallina” y desaparece hasta el frío. El aroma del amado, ese Perfume de Araçá, puede embriagar como el mejor de los licores.
Juliana Linhares conoce bien el escenario. Se mimetiza con él. Se convierte en ave exótica que le canta al Amazonas, amenazado por la avaricia humana, o en gacela que camina con cadencia para rozar su cuerpo con su compañero de guitarra. O regresa como una joven comprometida, que grita estar feliz porque en el Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula Da Silva “tenemos un nuevo ministerio de Cultura. ¡Juuuuuuuuu!”. Linhares recordó que su Brasil es un “país políticamente destrozado”, pero que la cultura “ha regresado”. Cultura que es la invitada de honor del Cervantino este año, con una cartelera que reúne música, teatro, danza y cine. Un Brasil que se quiere mostrar libre, variado y talentoso. Tolerante. El Brasil de una Linhares que desde el escenario quería demostrar que su país-continente es más que un controvertido titular en un periódico. El país que canta y baila, porque ¿qué son las palabras, si tenemos la danza?
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El viaje exploratorio de Pietá en la música de Brasil para entender “qué es ser brasileño”
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elpais.com