‘El último viaje del Demeter’: buena aventura y mal terror a bordo del barco de Drácula

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En uno de los más deslumbrantes y quizá escondidos planos de Nosferatu (1922), la inclasificable poesía visual de F. W. Murnau, su director, se hace carne de un modo casi violento únicamente con su puesta en escena. El plano muestra el canal de entrada a una idílica población alemana, con la dominante torre de su iglesia, las preciosas casas al fondo y un puñado de pequeños barquitos en la parte derecha del encuadre. Sin embargo, en esa calma de la noche, tras unos segundos de quietud, irrumpe el horror. Desde el fuera de campo cinematográfico, y sin corte de montaje alguno, entra lentamente el mascarón de proa de una goleta fantasmal que poco a poco ocupa el plano y hace desaparecer la iglesia al fondo. Es el Deméter, el barco que traslada a Drácula desde Transilvania hacia su destino, ya sin tripulación y, como se encarga de describir Bram Stoker en su formidable novela, con un único marino muerto con las manos atadas a los radios del timón y un rosario con un crucifijo entre los dedos.

Murnau se deleitó con el capítulo VII del libro, el de la singladura de la muerte sobre las aguas del mar, el del ataúd acompañado de ratas y turbación, al que dedicó 23 minutos de su película. Sin embargo, aún más se ha deleitado el director y guionista noruego André Øvredal, que ha consagrado una película entera como libre adaptación de ese capítulo, narrado en la novela epistolar de Stoker a través del diario del capitán: “Esta bitácora es un registro y una advertencia. Si la encuentras, que Dios te ayude, porque Él abandonó el Deméter”, se dice en el estupendo prólogo de El último viaje del Demeter, la película de Øvredal que, sin pasar antes por los cines españoles, se estrena exclusivamente en Prime Video. Una obra muy atractiva en su concepto, que logra recoger con gusto la leyenda y conformar un buen retrato de personajes de finales del siglo XIX, pero que fracasa en el aspecto central de lo que pretende: el del terror, visualmente convencional y narrativamente pobre.

Desde la izquierda, Corey Hawkins y Aisling Franciosi, en 'El último viaje del Demeter'

La tragedia vampírica de Øvredal abarca las cuatro semanas de viaje hasta las costas de Whitby, en Inglaterra, donde precisamente Stoker había pergeñado parte de su obra maestra durante unas vacaciones en el verano de 1890, inspirándose en el naufragio en los acantilados de la ciudad de un carguero ruso, el Dmitry, cinco años antes. El director inventa un bonito personaje protagonista que acompañe la narración en off del capitán: un joven médico negro, uno de los primeros graduados de la etnia en la Universidad de Cambridge, que, perdido a causa de los condicionamientos sociales en Bulgaria, anda como loco por volver a Inglaterra. Y le otorga un toque trágico a otro de los roles, el contramaestre interpretado por el siempre inquietante David Dastmalchian (brillante en la reciente El último late night), que en uno de los mejores momentos de la película califica como su “hogar” al Deméter, cuando la bestia ya domina la noche y el alba.

En la primera parte del relato hay ecos (mínimos, tampoco nos entusiasmemos) de la insigne Master and Commander, de buen trabajo de aventuras adultas. Sin embargo, es llegar el terror y el barco cinematográfico de Øvredal se va hundiendo poco a poco. El noruego, autor de La autopsia de Jane Doe, un estupendo entretenimiento de cámara del horror, en un único escenario y con pocos protagonistas (como aquí), acude cada dos por tres en su narración a efectos de sonido y ráfagas musicales de lo más convencional, típicas de los tráileres o de finales de episodios de series; y fracasa en el modelaje de la criatura, con el peculiar físico del español Javier Botet como base, pero con un maquillaje y unos efectos digitales entre el Nosferatu de Murnau y el Gollum de El señor de los anillos que ni aterrorizan ni conmueven.

Y a pesar de culminar con un epílogo en el que se levanta un poco el vuelo, tampoco puede evitar en la parte final el obstáculo de que todos sabemos cómo acaba la historia, con Drácula en busca del hogar de los Harker. La infección del mal no acaba de ser todo lo contagiosa que merecía la letra de Stoker.



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