yundt.willie
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En 1984, la noticia provocó trepidación y hasta incredulidad: Quincy Jones iba a producir a Frank Sinatra. Cierto, Quincy había colaborado con Frank en dos elepés lejanos, It Might As Well Be Swing y Sinatra at The Sands, pero entonces era un currante del jazz; en los setenta, se recicló en exitoso productor de rhythm & blues de amplio espectro; demonios, venía de confeccionar lo que sería el disco más vendido de la historia, Thriller, de Michael Jackson.
Imposible imaginar a Quincy aplicando sus métodos particulares a La Voz: no tenían la misma idea del perfeccionismo; Frank no se iba a dejar intimidar como Michael. Su modus operandi era trabajar de noche; podía cancelar la sesión si no estaba satisfecho con su voz… o liquidar medio álbum de una tacada. Repasaba lo grabado en casa y, si advertía bajones, regresaba para alcanzar lo que consideraba su nivel de excelencia. En el estudio, detestaba los auriculares y sentirse separado de los músicos. Se conservan comentarios a los instrumentistas, bromeando sobre sus hábitos: “Nada de levantarse para ir al lavabo ¡aunque sea para darse un chute!”. Hay filmaciones donde se le ve entrar en acción con un cigarrillo en la mano y dando la espalda a las (abundantes) invitadas.
Quincy Jones lo sabía. Que la técnica de Sinatra con el micrófono era impecable. Que la orquesta estaba perfectamente familiarizada con los arreglos, tras días de ensayos… sin Frank. Y lo que surgió, L. A. Is My Lady, fue un Sinatra perfectamente reconocible, con mínimas novedades: la omnipresencia de la guitarra de George Benson, algunos instantes para el lucimiento de históricos como el vibrafonista Lionel Hampton. En su recreación de Mack the Knife saludaba a colegas que habían grabado antes la canción —Bobby Darin, Satchmo, Ella— y mencionaba a varios de los acompañantes. Las mayores irreverencias aparecían en el tema que daba título al disco.
El argumento de Quincy: Frank, habiendo creado verdaderos himnos a Nueva York y Chicago, tenía una deuda con Los Ángeles. Se materializó el tema que dio título al disco, una pieza de soul suave, con introducción de percusión y una leve capa de sintetizador. Tenía voluntad de éxito y lo fue, gracias en parte a un vídeo para MTV. Como nadie se atrevía a pedir a Sinatra que lo grabara, se hizo con Eddie Van Halen, David Lee Roth, Donna Summer, Dean Martin y otros ilustres angelinos.
El L. A. Is My Lady que ahora se reedita ha sido remezclado por un habitual, el ingeniero Larry Walsh (algo que no alegrara a los más puristas). La nueva versión en CD contiene cuatro tomas alternativas y dos versiones de un clásico no incluido en el LP de 1984, el agonizante Body And Soul.
Debería haber sido el álbum de despedida de Sinatra. Pero diez años después le convencieron para el paripé de los Duets. Dos ignominiosos “productos” donde Frank no cantó cara a cara con ninguno de los invitados. De hecho, ni coincidieron en el estudio: los duetistas mandaban sus aportaciones por vía digital, que Phil Ramone insertaba en grabaciones previas de Sinatra. Vendieron millones de copias aunque sabotearon la razón de ser de Frank: el arte de cantar el instante, desde el corazón.
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Imposible imaginar a Quincy aplicando sus métodos particulares a La Voz: no tenían la misma idea del perfeccionismo; Frank no se iba a dejar intimidar como Michael. Su modus operandi era trabajar de noche; podía cancelar la sesión si no estaba satisfecho con su voz… o liquidar medio álbum de una tacada. Repasaba lo grabado en casa y, si advertía bajones, regresaba para alcanzar lo que consideraba su nivel de excelencia. En el estudio, detestaba los auriculares y sentirse separado de los músicos. Se conservan comentarios a los instrumentistas, bromeando sobre sus hábitos: “Nada de levantarse para ir al lavabo ¡aunque sea para darse un chute!”. Hay filmaciones donde se le ve entrar en acción con un cigarrillo en la mano y dando la espalda a las (abundantes) invitadas.
Quincy Jones lo sabía. Que la técnica de Sinatra con el micrófono era impecable. Que la orquesta estaba perfectamente familiarizada con los arreglos, tras días de ensayos… sin Frank. Y lo que surgió, L. A. Is My Lady, fue un Sinatra perfectamente reconocible, con mínimas novedades: la omnipresencia de la guitarra de George Benson, algunos instantes para el lucimiento de históricos como el vibrafonista Lionel Hampton. En su recreación de Mack the Knife saludaba a colegas que habían grabado antes la canción —Bobby Darin, Satchmo, Ella— y mencionaba a varios de los acompañantes. Las mayores irreverencias aparecían en el tema que daba título al disco.
El argumento de Quincy: Frank, habiendo creado verdaderos himnos a Nueva York y Chicago, tenía una deuda con Los Ángeles. Se materializó el tema que dio título al disco, una pieza de soul suave, con introducción de percusión y una leve capa de sintetizador. Tenía voluntad de éxito y lo fue, gracias en parte a un vídeo para MTV. Como nadie se atrevía a pedir a Sinatra que lo grabara, se hizo con Eddie Van Halen, David Lee Roth, Donna Summer, Dean Martin y otros ilustres angelinos.
El L. A. Is My Lady que ahora se reedita ha sido remezclado por un habitual, el ingeniero Larry Walsh (algo que no alegrara a los más puristas). La nueva versión en CD contiene cuatro tomas alternativas y dos versiones de un clásico no incluido en el LP de 1984, el agonizante Body And Soul.
Debería haber sido el álbum de despedida de Sinatra. Pero diez años después le convencieron para el paripé de los Duets. Dos ignominiosos “productos” donde Frank no cantó cara a cara con ninguno de los invitados. De hecho, ni coincidieron en el estudio: los duetistas mandaban sus aportaciones por vía digital, que Phil Ramone insertaba en grabaciones previas de Sinatra. Vendieron millones de copias aunque sabotearon la razón de ser de Frank: el arte de cantar el instante, desde el corazón.
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