assunta.kunze
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La pionera Holocausto caníbal, dirigida por Ruggero Deodato en el año 1980, dio carta de legitimidad al subgénero del metraje encontrado: producciones de terror (aunque no solo) en las que la totalidad o una parte esencial de sus secuencias son presentadas como material original (y real) descubierto con posterioridad a la muerte de sus protagonistas, convirtiéndose así en el único superviviente de los sucesos y en prueba fehaciente de lo allí acontecido.
Desde entonces, la singular técnica narrativa ha sido casi una constante en el cine de terror, pero solo de cuando en cuando sobresale, impetuosa y juguetona, gracias al talento de algún cineasta con un nuevo y descollante ejemplar, aunque ya sin el atronador efecto de sus inicios ni, por supuesto, la presumible ingenuidad inaugural del incauto espectador de aquellos días. Películas traviesas y astutas como El proyecto de la bruja de Blair, simplemente curiosas como Paranormal Activity, o fabulosas como la española [·Rec] son los más directos antecedentes de la estupenda película australiana El último late night, tercer largometraje de los hermanos Cameron y Colin Cairnes. Una obra cuyo principal objetivo no es tanto dar miedo, aunque tenga instantes de emoción sobrecogedora, sino establecer el retrato amargo, cínico y brutal de un tiempo televisivo y de la sociedad que demandaba este tipo de productos.
El último late night, comandada por el soberbio actor David Dastmalchian, cuenta el terrorífico caos de un especial televisivo récord de audiencias, en el que se invocó en directo a un espíritu por parte de la única superviviente del suicidio colectivo de una secta. Y a pesar de que la película esté ambientada en 1977, el certero dibujo de la telebasura a cualquier precio sirve para momentos posteriores, hasta llegar al presente. Así, con su mezcla de formatos (4:3 en color para el programa en sí; 16:9 en blanco y negro para las tomas que grabaron entre bambalinas lo que ocurría durante los minutos de publicidad), la película nos retrotrae no solo a aquellos tiempos de éxito del programa nocturno de Johnny Carson en Estados Unidos, sino a una posible salida de madre durante una noche aciaga en productos patrios como Esta noche cruzamos el Mississippi o Crónicas marcianas.
Aun así, la época elegida no parece baladí, pues en aquellos años coinciden algunas de las mejores obras de terror con las que El último late night juega en su interior (la niña poseída de El exorcista), ciertas figuras relacionadas con lo paranormal que se hicieron famosas gracias la televisión (Uri Geller doblando cucharas), expertos satánicos que posteriormente quedaron inmortalizados por el cine (el matrimonio de la saga Expediente Warren) y los más bestiales acontecimientos reales en torno a las sectas, la violencia y la muerte (Charles Manson y su grupo). Todos ellos con una relevancia esencial en la película de los Cairnes.
De todos modos, no solo de terror vive la película, que entronca de manera harto consciente y demoledora con una obra tan significativa y clarividente como Network, un mundo implacable, de Sidney Lumet, con su crítica de la búsqueda de la audiencia a cualquier precio y sus telepredicadores para tiempos de paranoia política y social, e incluso con El rey de la comedia, de Martin Scorsese, y los momentos en los que todo puede pasar en un plató de televisión, dejándote boquiabierto de la risa o de la pena. Comedia negra, terror y gran guiñol se unen en un trabajo que solo equivoca sus recursos con la arquetípica distorsión de voz de la niña poseída, pero que también juega maravillosamente con el mito de Fausto: ¿qué presentador de televisión no estaría dispuesto a vender su alma al diablo con tal de superar a su gran competidor tras años de lucha ocupando el segundo puesto?
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Desde entonces, la singular técnica narrativa ha sido casi una constante en el cine de terror, pero solo de cuando en cuando sobresale, impetuosa y juguetona, gracias al talento de algún cineasta con un nuevo y descollante ejemplar, aunque ya sin el atronador efecto de sus inicios ni, por supuesto, la presumible ingenuidad inaugural del incauto espectador de aquellos días. Películas traviesas y astutas como El proyecto de la bruja de Blair, simplemente curiosas como Paranormal Activity, o fabulosas como la española [·Rec] son los más directos antecedentes de la estupenda película australiana El último late night, tercer largometraje de los hermanos Cameron y Colin Cairnes. Una obra cuyo principal objetivo no es tanto dar miedo, aunque tenga instantes de emoción sobrecogedora, sino establecer el retrato amargo, cínico y brutal de un tiempo televisivo y de la sociedad que demandaba este tipo de productos.
El último late night, comandada por el soberbio actor David Dastmalchian, cuenta el terrorífico caos de un especial televisivo récord de audiencias, en el que se invocó en directo a un espíritu por parte de la única superviviente del suicidio colectivo de una secta. Y a pesar de que la película esté ambientada en 1977, el certero dibujo de la telebasura a cualquier precio sirve para momentos posteriores, hasta llegar al presente. Así, con su mezcla de formatos (4:3 en color para el programa en sí; 16:9 en blanco y negro para las tomas que grabaron entre bambalinas lo que ocurría durante los minutos de publicidad), la película nos retrotrae no solo a aquellos tiempos de éxito del programa nocturno de Johnny Carson en Estados Unidos, sino a una posible salida de madre durante una noche aciaga en productos patrios como Esta noche cruzamos el Mississippi o Crónicas marcianas.
Aun así, la época elegida no parece baladí, pues en aquellos años coinciden algunas de las mejores obras de terror con las que El último late night juega en su interior (la niña poseída de El exorcista), ciertas figuras relacionadas con lo paranormal que se hicieron famosas gracias la televisión (Uri Geller doblando cucharas), expertos satánicos que posteriormente quedaron inmortalizados por el cine (el matrimonio de la saga Expediente Warren) y los más bestiales acontecimientos reales en torno a las sectas, la violencia y la muerte (Charles Manson y su grupo). Todos ellos con una relevancia esencial en la película de los Cairnes.
De todos modos, no solo de terror vive la película, que entronca de manera harto consciente y demoledora con una obra tan significativa y clarividente como Network, un mundo implacable, de Sidney Lumet, con su crítica de la búsqueda de la audiencia a cualquier precio y sus telepredicadores para tiempos de paranoia política y social, e incluso con El rey de la comedia, de Martin Scorsese, y los momentos en los que todo puede pasar en un plató de televisión, dejándote boquiabierto de la risa o de la pena. Comedia negra, terror y gran guiñol se unen en un trabajo que solo equivoca sus recursos con la arquetípica distorsión de voz de la niña poseída, pero que también juega maravillosamente con el mito de Fausto: ¿qué presentador de televisión no estaría dispuesto a vender su alma al diablo con tal de superar a su gran competidor tras años de lucha ocupando el segundo puesto?
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‘El último late night’: la estupenda película de terror que destroza los egos televisivos de lucha por la audiencia
A pesar de que la película esté ambientada en 1977, el certero dibujo de la telebasura a cualquier precio sirve para momentos posteriores, hasta llegar al presente
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