‘El último baile de Magic Mike’: Steven Soderbergh se enreda en la barra de baile del ‘stripper’

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En la época en la que se estrenó Magic Mike, película de encargo dirigida por Steven Soderbergh y producida por el actor Channing Tatum en recuerdo de sus tiempos de stripper, antes de triunfar en la interpretación, el cineasta estadounidense había amagado varias veces con retirarse. Corría el año 2012 y la película, que había costado seis millones de euros, recaudó más de 150. Para entonces, Soderbergh había entrado ya en una extraña deriva en la que iba alternando pequeñas (y muy desiguales) producciones rodadas en digital con lujosas superproducciones repletas de estrellas.

Nadie entendía nada sobre su carrera porque quizá ni él mismo se comprendía a sí mismo, sobre todo tras sus numerosos anuncios de una jubilación anticipada que nunca se confirmaba, y que dejó de tomarse en serio por parte de los medios. El último baile de Soderbergh, por más que él mismo lo notificara, nunca se producía. En cambio, sus trabajos han seguido llegando con persistencia —ocho en los últimos siete años—, aunque cada vez más escondidos en las plataformas o en las salas. Que alguien como él, ganador de la Palma de Oro de Cannes a los 26 años por Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989) y del Oscar a la mejor dirección por Traffic (2001), haya acabado dirigiendo un producto (y la palabra no es casual) como El último baile de Magic Mike, estrenado hace unos días en la plataforma HBO, puede seguir siendo un misterio para los especialistas. Pero, en todo caso, es un misterio subrayado desde hace tiempo. El de un cineasta voraz sin una mínima capacidad para seleccionar guiones, al que todo parece valer en pos de su bulimia de imágenes y quizá del reto de sostener lo insostenible.

El último baile de Magic Mike, tercera entrega de la saga sobre el stripper digno y noble, es un dislate de cabo a rabo. Por el camino se ha perdido incluso la (cierta) frescura de la original, estructurada en base a los clásicos ascenso, caída y redención de un ser humano hecho a sí mismo. También las reflexiones sobre la nueva economía, la globalización y el soez liberalismo que a veces corroe a la clase trabajadora, mientras el poder se baña en una piscina de cifras con cada vez más ceros. Por ahí iban películas como ¡El soplón!, The Girlfriend Experience, Contagio y, en muchos sentidos, Magic Mike. Pero en esta tercera, tras una olvidable segunda comandada por su habitual ayudante de dirección, Gregory Jacobs, estamos cerca de un Pretty Woman a la contra. Un Pretty Man con una millonaria interpretada por Salma Hayek tomando el poder y la sonrisa de Richard Gere, mezclado con un rancio subproducto que parece destinado a mujeres de despedidas de soltera que quieran esconder sus pretensiones de subida de la libido con la visión de un espectáculo de danza contemporánea en el West End londinense. Sexo artístico, el musical.

El guion sería una desternillante locura casi a reivindicar en la categoría de camp si tuviera algo de gracia. Pero se toma tan en serio a sí mismo como reflexión sobre el baile, y no sobre la economía o las nuevas sociedades en la última década, que resulta sonrojante. “El baile cura heridas cuando no bastan las palabras” y “Mike sabía que el baile unía a la gente, incluso a los snobs” son algunas de las frases de su insultante voz en off. Perlas de una narradora infantil (la hija de la mujer rica que contrata al protagonista) que nos quiere empapelar de arte casi al estilo Jane Austen lo que es simplemente un delirio.

O calientas al personal, como en el baile inicial de Tatum en casa de Hayek, o le otorgas trascendencia. Pero esta cosa rancia y vaporosa de catequismo de la lujuria ligera es insoportable.

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