Rachel_Emmerich
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Detrás de un sencillo test psicológico se pueden esconder las decisiones de toda una vida. Y detrás del lema promocional de una película, algunos de los temas más candentes de la sociedad española contemporánea, desde los más banales hasta los más profundos: si le ofrecieran las dos posibilidades, ¿qué escogería, 100.000 euros ahora, o un millón dentro de diez años? La respuesta, obviamente, dependerá de la situación personal y económica de cada cual, pero desde luego también del más profundo interior, de su personalidad, de su calma y de su rabia, de sus impulsos y hasta de sus ideales.
El test, segunda película de estreno hoy viernes dirigida por Dani de la Orden (también llega 42 segundos), basada en una exitosa obra teatral de Jordi Vallejo que ha adaptado al cine el propio dramaturgo, apela a esa compleja tesitura y, lo mejor, lo hace desde el registro de la comedia. Tres amigos de (casi) siempre y sus alrededores: un matrimonio con una hija que las está pasando canutas con la economía familiar, un bar al que no entra nadie, un trabajo en una ONG que da para lo que da, una hija adicta a los filipinos de chocolate que compra de contrabando en el recreo porque su madre la acribilla con comida vegana; un abuelo cuya máxima aspiración es que su nieta haga la primera comunión; un triunfador contemporáneo, el listo embaucador y especulador, con una moderna mansión y una chequera en blanco, lista para el bolígrafo y los ceros; y, por último, la pareja de este, psicóloga de éxito, justo la que vende su libro con la base del test del inicio.
En las conversaciones, en su mayor parte en una cena entre los tres amigos, el matrimonio y el millonario, a la que más tarde se incorpora la psicóloga, se funden lo esencial y lo superfluo, el ideario de vida y la necesidad de la existencia, la suciedad y limpieza del dinero. Las eternas contradicciones del ser humano, por muy seguro que se esté de lo que se quiere hacer en esta vida, porque una cosa es la teoría y otra la práctica. Y la mayoría de ellas tienen mucha gracia. Ahora bien, no se engañen, esto no es cine social de trascendente reflexión ética, aunque pueda haberla, en particular respecto de la extendida superioridad moral. Tampoco busquen la verosimilitud a machamartillo. Esto es un juego, una película de entretenimiento que, durante dos tercios del relato, provoca sonrisas de estupefacción por la gracia de las situaciones y la incompatibilidad de caracteres, incluso un puñado de carcajadas por la brillantez de algunas de sus réplicas, y que por desgracia en el último tercio está a punto de despeñarse por una deriva sentimental sobre la fidelidad (en el amor y en las ideas), muy inferior en calidad, y un epílogo que ni cierra ni abre nuevas informaciones, entre lo innecesario y lo deslucido.
De la Orden, diez películas de ficción en una década, prolífico director personal y, sobre todo, de encargo, despliega su arsenal de elegancia y oficio, ya mostrado en otra adaptación teatral ambientada en escenario único: Litus (2019). Sin embargo, en la parte final en la mansión del amigo rico, la puesta en escena y el montaje posterior se hacen un lío con varios planos pedestres, en los que el personaje que está hablando pierde la sincronía y ni siquiera mueve la boca. Imperfecciones técnicas en las que quizá el gran público ni se fije, pero que quedan ahí como extraño deshilvanado.
En lo que, sin embargo, sí se fijará la platea es en la excelencia de las interpretaciones, en especial en la vis cómica de Carlos Santos, y en el espectacular momento de forma de Alberto San Juan, tan fabuloso como en el papel de Sentimental que le dio el Goya el año pasado.
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El test, segunda película de estreno hoy viernes dirigida por Dani de la Orden (también llega 42 segundos), basada en una exitosa obra teatral de Jordi Vallejo que ha adaptado al cine el propio dramaturgo, apela a esa compleja tesitura y, lo mejor, lo hace desde el registro de la comedia. Tres amigos de (casi) siempre y sus alrededores: un matrimonio con una hija que las está pasando canutas con la economía familiar, un bar al que no entra nadie, un trabajo en una ONG que da para lo que da, una hija adicta a los filipinos de chocolate que compra de contrabando en el recreo porque su madre la acribilla con comida vegana; un abuelo cuya máxima aspiración es que su nieta haga la primera comunión; un triunfador contemporáneo, el listo embaucador y especulador, con una moderna mansión y una chequera en blanco, lista para el bolígrafo y los ceros; y, por último, la pareja de este, psicóloga de éxito, justo la que vende su libro con la base del test del inicio.
En las conversaciones, en su mayor parte en una cena entre los tres amigos, el matrimonio y el millonario, a la que más tarde se incorpora la psicóloga, se funden lo esencial y lo superfluo, el ideario de vida y la necesidad de la existencia, la suciedad y limpieza del dinero. Las eternas contradicciones del ser humano, por muy seguro que se esté de lo que se quiere hacer en esta vida, porque una cosa es la teoría y otra la práctica. Y la mayoría de ellas tienen mucha gracia. Ahora bien, no se engañen, esto no es cine social de trascendente reflexión ética, aunque pueda haberla, en particular respecto de la extendida superioridad moral. Tampoco busquen la verosimilitud a machamartillo. Esto es un juego, una película de entretenimiento que, durante dos tercios del relato, provoca sonrisas de estupefacción por la gracia de las situaciones y la incompatibilidad de caracteres, incluso un puñado de carcajadas por la brillantez de algunas de sus réplicas, y que por desgracia en el último tercio está a punto de despeñarse por una deriva sentimental sobre la fidelidad (en el amor y en las ideas), muy inferior en calidad, y un epílogo que ni cierra ni abre nuevas informaciones, entre lo innecesario y lo deslucido.
De la Orden, diez películas de ficción en una década, prolífico director personal y, sobre todo, de encargo, despliega su arsenal de elegancia y oficio, ya mostrado en otra adaptación teatral ambientada en escenario único: Litus (2019). Sin embargo, en la parte final en la mansión del amigo rico, la puesta en escena y el montaje posterior se hacen un lío con varios planos pedestres, en los que el personaje que está hablando pierde la sincronía y ni siquiera mueve la boca. Imperfecciones técnicas en las que quizá el gran público ni se fije, pero que quedan ahí como extraño deshilvanado.
En lo que, sin embargo, sí se fijará la platea es en la excelencia de las interpretaciones, en especial en la vis cómica de Carlos Santos, y en el espectacular momento de forma de Alberto San Juan, tan fabuloso como en el papel de Sentimental que le dio el Goya el año pasado.
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‘El test’: buena película de entretenimiento con un fabuloso Alberto san Juan
¿100.000 euros ahora o un millón dentro de diez años? Es el dilema que expone el director Dani de la Orden y que en el último tercio está a punto de despeñarse
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