El tándem Àlex Ollé-Josep Pons vuelve a brillar en el Liceu con ‘Lady Macbeth de Mtsensk’

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27 Sep 2024
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Dmitri Shostakóvich diseñó, con 24 años, un ambicioso proyecto operístico feminista para mostrar la degradación y la desesperación de las mujeres rusas en la era zarista. Lo inició, en enero de 1934, con Lady Macbeth de Mtsensk, la trágica historia de Katerina, esposa de un hacendado que se libera violentamente de la tiranía patriarcal matando a su suegro y a su esposo para casarse con su amante. También conocemos el boceto de la segunda parte, gracias a las memorias de Levón Atovmián, donde una terrorista llamada Sofia, integrante de la organización revolucionaria Voluntad del Pueblo que asesinó al zar Alejandro II, se inmola en un atentado para matar a un general que la acosaba desde que era niña. E incluso el compositor anunció, en Krásnaya Gazeta, que dedicaría la tercera parte a Pelagia, la protagonista de La madre de Maksim Gorki.

Sus intenciones terminaron chocando de bruces con el realismo socialista de Stalin. El famoso editorial Galimatías en lugar de música, publicado en el diario Pravda el 28 de enero de 1936, prohibió Lady Macbeth de Mtsensk y detuvo para siempre la carrera operística de Shostakóvich, a pesar de las protestas que recibió el dictador soviético de algunas personalidades, como el propio Gorki. Esta ópera, en la que cambió el exclusivo vanguardismo de La nariz por una multiplicidad estilística que combina con aires de opereta, danza y music-hall, ha quedado como uno de los hitos del género en el siglo XX. Una trepidante sucesión de escenas alternadas con interludios, que inauguró, el pasado 25 de septiembre, la nueva temporada 24/25 del Gran Teatre del Liceu, con un éxito incontestable.

El tenor Pavel Černoch y la soprano Sara Jakubiak, durante el segundo acto de la ópera de Shostakóvich en el Liceu de Barcelona

Tal como hicieron, en 2022, con Pelléas et Mélisande de Debussy, el tándem escénico y musical formado por Àlex Ollé y Josep Pons ha vuelto a deslumbrar. El director artístico de La Fura dels Baus, que también ejerce como artista residente del teatro barcelonés, acierta al presentar la ópera de Shostakóvich como un thriller ambientado en el entorno opresivo de una ciénaga que es el patriarcado. La atractiva escenografía encharcada de Alfons Flores genera el efecto psicológico pretendido, con un incesante chapoteo que no se hace molesto, ya que permite escuchar bien los interludios orquestales, al igual que sucede con los paneles térreos que se mueven para mostrar las diferentes estancias de la casa de los Ismailov. A todo ello se une la sugerente iluminación de Urs Schönebaum llena de reflejos y el toque actual del vestuario de Lluc Castells.

Una de las particularidades de esta nueva producción es el significado que se otorga a la cama del dormitorio de Katerina. Ollé subraya su doble condición de refugio y prisión, pues le sirve para combatir con su amante Serguei el hastío de su vida y también como recordatorio de la infertilidad de su matrimonio con Zinovi. Por eso, tras ser apresada por matar a su marido, en el cuarto acto, el campamento de reos que va de camino a Siberia aparece con varias camas iguales a la de su hacienda. Se trata de una licencia un tanto rebuscada que conecta con las alucinaciones de Katerina y su violenta reacción final, aunque aquí utiliza un cuchillo para matar a su rival Sonietka y suicidarse, en lugar de lanzarse con ella a un río helado.

Los personajes están bien delineados teatralmente en todas las escenas, aunque la producción no destaca por una precisa dirección de actores. Por el camino se pierden muchos detalles sensuales, intensos e irónicos que compensan un buen reparto de cantantes-actores. La excelente soprano Sara Jakubiak, que debutaba como Katerina tras su brillante première como Arabella en el Teatro Real, fue lo mejor de la noche. La cantante estadounidense llega aquí más lejos que en Strauss, al combinar su voz lírica, poderosa y versátil con un retrato creíble de la protagonista, una mujer apasionada, impulsiva y valiente, que no pierde humanidad a pesar de cometer tres asesinatos en escena. Jakubiak aseguró la amplia gama de matices vocales que exige el personaje, desde la ternura y el erotismo hasta las imprecaciones en fortísimo, y mantuvo un lirismo idealmente firme y bien proyectado en su alucinatorio monólogo final.

El tenor Pavel Černoch y la soprano Núria Vilà junto a integrantes del Coro del Liceu en la escena de la violación de Aksinya del primer acto.

El otro gran protagonista vocal de la noche fue el tenor checo Pavel Černoch que dotó a su amante Serguei de toda la versatilidad, insolencia y picardía que requiere esta especie de Don Juan de pacotilla. No pasó lo mismo con el bajo moldavo Alexei Botnarciuc, como el tiránico suegro Boris, ya que careció del timbre rotundo y suntuoso que requiere este personaje tan próximo a los grandes papeles para bajo de Músorgski, aunque resultó convincente como antagonista de Katerina. Entre el amplio elenco de secundarios, el tenor ruso Ilya Selivanov exhibió buenos agudos como Zinovi, el marido de Katerina, y la soprano Núria Vilà, como la cocinera Aksinya, afrontó con brillantez vocal su breve monólogo y la dura escena de la violación. También destacaron los bajos Goran Jurić, como hilarante Pope, y Scott Wilde, el temible y corrupto jefe de policía, aunque el legendario Paata Burchulazde entonó a duras penas las intervenciones del Viejo convicto. Por el contrario, resultaron menos atractivos tanto el Trabajador harapiento del tenor José Manuel Montero como la poco lasciva Sonietka de la mezzosoprano Mireia Pintó.

En cualquier caso, lo mejor de la noche, además de Jakubiak, lo ofrecieron la Orquesta Sinfónica y el Coro del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons dirigió una de sus mejores funciones como titular musical del teatro barcelonés. El director catalán supo dar sentido dramático a la continua sucesión de episodios breves y contrastados que plantea Shostakóvich. Extrajo de la orquesta pasajes de admirable crudeza y salvajismo, con una gran actuación de la percusión, pero también con exquisitos rubati y solos maravillosos de la cuerda, con un metal especialmente hábil en el uso del glissando, pero también de la madera desnuda y grave, como la flauta contralto, el corno inglés, el clarinete bajo y el contrafagot. Y una mención especial al coro que brilló en el acto final, donde supo convertir el sufrimiento personal en dolor colectivo y asegurar el mensaje último del compositor.

La soprano Sara Jakubiak y el bajo Alexei Botnarciuc durante el primer acto.

Este estreno en el Liceu comenzó con un vídeo en conmemoración de los 30 años del incendio que destruyó este histórico teatro. Pero también con el anuncio de que la presente temporada se celebrará el 25º aniversario de su reapertura. Fue un evento lleno de caras conocidas de la sociedad, la empresa, la cultura y la política catalanas, que contó con la presencia del presidente de la Generalitat, Salvador Illa.



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