Tyrel_Conroy
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Pese a su falta de originalidad, hay modelos imperecederos de películas: aquellos que, por su temática, independientemente de su reiterada fórmula narrativa y de personajes, afectan a sucesivas generaciones y sociedades. Las historias de profesorado de adolescentes en institutos de barrios marginales están entre ellas. La educación, la buena y la mala, la impulsiva y la apática, la que forja caracteres, siempre estará presente.
La argentina El suplente, ambientada en un depauperado barrio de Buenos Aires, es la última, y es un trabajo notable en todos sus aspectos. La ha escrito y dirigido Diego Lerman, que lleva más de una década instalado en los grandes temas, esos que se definen en apenas un par de palabras, con cuatro películas consecutivas desde 2010: la fallida La mirada invisible, alegoría de la dictadura militar argentina; la muy estimable Refugiado, sobre la violencia de género y vicaria, con un excelente tratamiento del fuera de campo; y la desigual Una especie de familia, acerca de los vientres de alquiler. La cuarta, El suplente, es la más sólida de principio a fin.
“¿Alguien me puede decir para qué sirve la literatura?”, pregunta el nuevo profesor de la asignatura, el sustituto, en el primer minuto de su primer día de clase. “No leo nunca”; bostezos y ronquidos; miradas esquivas o retadoras; “no sirve para nada”. Y seguramente todas las respuestas son correctas. Solo hay que ordenarlas. En un tiempo en el que (casi) todo en la vida se ve en términos prácticos, ¿para qué sirve la literatura? Las bellas palabras de la poesía de Juan Gelman les entran por un oído y les salen por otro, pero las rimas espontáneas, veloces, ácidas y críticas del rapero de la clase son la primera rendija para el encuentro entre educador y alumnos. De fondo, en el exterior de la burbuja del aula, hermanos muertos por balaceras, padres en la cárcel, madres heroinómanas, chicos camellos de los narcos.
Lerman ha compuesto un filme que, al mismo tiempo, puede ser una película popular y una obra de autor. En los diálogos, los acontecimientos y las tramas que rodean al educador hay cierto clasicismo; el que ayuda a entrar a todo tipo de espectador, el que aglutina. Sin embargo, la puesta en escena tiene miga: continuas tomas desde fuera de la acción, con el sonido de la charla apenas audible, con mamparas acristaladas, ventanas entreabiertas o incluso cerradas, y puertas con una ventana integrada, ejerciendo de barrera entre la mirada de la platea y las palabras y los actos de los personajes, convirtiendo así al espectador en una especie de mirón privilegiado que se asoma a una realidad nueva con el valor de lo casi prohibido.
Con una pequeña parte de coproducción española, y la presencia como secundaria de Bárbara Lennie, El suplente, protagonizada por el excelente Juan Minujín, nunca juzga, aunque abogue por una especie de humanismo en el que la curiosidad y la instrucción podrían ejercer de sostén social. Sin embargo, consciente de las dificultades del ser humano, ni da respuestas tajantes ni ofrece recetas mágicas. Lerman, en la línea de obras como Semilla de maldad, Rebelión en las aulas y La clase, sabe que dentro de otros cuantos años seguirán haciéndose películas como esta, porque poco o nada se habrá arreglado.
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La argentina El suplente, ambientada en un depauperado barrio de Buenos Aires, es la última, y es un trabajo notable en todos sus aspectos. La ha escrito y dirigido Diego Lerman, que lleva más de una década instalado en los grandes temas, esos que se definen en apenas un par de palabras, con cuatro películas consecutivas desde 2010: la fallida La mirada invisible, alegoría de la dictadura militar argentina; la muy estimable Refugiado, sobre la violencia de género y vicaria, con un excelente tratamiento del fuera de campo; y la desigual Una especie de familia, acerca de los vientres de alquiler. La cuarta, El suplente, es la más sólida de principio a fin.
“¿Alguien me puede decir para qué sirve la literatura?”, pregunta el nuevo profesor de la asignatura, el sustituto, en el primer minuto de su primer día de clase. “No leo nunca”; bostezos y ronquidos; miradas esquivas o retadoras; “no sirve para nada”. Y seguramente todas las respuestas son correctas. Solo hay que ordenarlas. En un tiempo en el que (casi) todo en la vida se ve en términos prácticos, ¿para qué sirve la literatura? Las bellas palabras de la poesía de Juan Gelman les entran por un oído y les salen por otro, pero las rimas espontáneas, veloces, ácidas y críticas del rapero de la clase son la primera rendija para el encuentro entre educador y alumnos. De fondo, en el exterior de la burbuja del aula, hermanos muertos por balaceras, padres en la cárcel, madres heroinómanas, chicos camellos de los narcos.
Lerman ha compuesto un filme que, al mismo tiempo, puede ser una película popular y una obra de autor. En los diálogos, los acontecimientos y las tramas que rodean al educador hay cierto clasicismo; el que ayuda a entrar a todo tipo de espectador, el que aglutina. Sin embargo, la puesta en escena tiene miga: continuas tomas desde fuera de la acción, con el sonido de la charla apenas audible, con mamparas acristaladas, ventanas entreabiertas o incluso cerradas, y puertas con una ventana integrada, ejerciendo de barrera entre la mirada de la platea y las palabras y los actos de los personajes, convirtiendo así al espectador en una especie de mirón privilegiado que se asoma a una realidad nueva con el valor de lo casi prohibido.
Con una pequeña parte de coproducción española, y la presencia como secundaria de Bárbara Lennie, El suplente, protagonizada por el excelente Juan Minujín, nunca juzga, aunque abogue por una especie de humanismo en el que la curiosidad y la instrucción podrían ejercer de sostén social. Sin embargo, consciente de las dificultades del ser humano, ni da respuestas tajantes ni ofrece recetas mágicas. Lerman, en la línea de obras como Semilla de maldad, Rebelión en las aulas y La clase, sabe que dentro de otros cuantos años seguirán haciéndose películas como esta, porque poco o nada se habrá arreglado.
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‘El suplente’: el mito del buen profesor es imperecedero
El argentino Diego Lerman ha compuesto un filme que, al mismo tiempo, puede ser una película popular y una obra de autor
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