Hyman_Torp
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Ya no quedan sablistas en Madrid. Ya no hay pícaros en los cafés y en los tabernones que paseen a su hijo muerto para mover a la limosna, como ese Pedro Luis de Gálvez que rescató de las sombras Juan Manuel de Prada. La ciudad está como sosa, sorda, miope. En el fondo, el virus de la apatía, caldo gordo del sanchismo y de todos los ismos, se nota en este enero infernal y rosa. Mortal y azulado. Me decía aquí Curro Sevilla que la bohemia literaria había muerto, y quizá fuera verdad. Los escaparates dan una literatura intonsa y a doble espacio. Quiero decir con este preámbulo que hay niebla en el Canal, aunque salga el sol. Se nota en la desgana del personal, que ni matado de hambre tiene su 'mijita de colmillito' (Carlos Herrera dixit). No voy a ponderar la caradura, pero tampoco a defender un tiempo tan plano y darle la victoria de la innovación y el arte a los Javis. En realidad, hay que confesarlo, se echa de menos la pillería de antaño que quizá la pandemia acabaría por rematar. Ni los VTC, ni los repartidores, ponen cara de menú a la hora de la propina. Qué va. Dirán que la procesión va por dentro, que la vida es dura como para meterle un poco de emoción. Yo recuerdo otros inviernos caminito de Torrelodones con mi padrino. Cambiando yo las fichas para pagar el lecho y su guiño fraternal. Corrían entonces tiempos difíciles, pero, como decía Manuel Alcántara, quizá fueron los más nuestros. Y sí, me arrimo más a un Armando Buscarini que a Broncano. Soy así, y así seguiré. Existir en Madrid es, en gran medida, conocer sus márgenes y el arroyo. Igual salimos de ahí y ese lugar de todos y de nadie nos llama necesariamente. El sablista no pide perdón. Sabe de su genialidad. Pasa frío y necesidades. En estas fechas luciría sabañones como medallas.
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