Lolita_Botsford
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Esta vez no habrá sorpresa. A diferencia de la victoria de 2016, el mundo está advertido. Los años de Donald Trump en la Casa Blanca bastan para imaginar lo que nos espera, pero su último cuatrienio de elusión de la justicia, radicalización racista y apropiación del Partido Republicano añade más elementos de inquietud. La era Trump cumple casi una década desde el anuncio de su candidatura, pero ahora se enfrenta a la disyuntiva entre una triunfal culminación más extremista y peligrosa o una derrota que le puede llevar a la cárcel y no está exenta de riesgos de enfrentamiento civil.
El rastro es inconfundible y no engaña sobre el futuro. El expresidente ha conseguido atravesar impune el entero mandato de Biden, sin rendir cuentas ante la justicia por sus interferencias en los recuentos y su incitación al asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Ha convertido en dogma republicano el robo electoral del que se considera víctima, de forma que casi el 70% de sus votantes da por ilegítima la elección de Biden. Y el viejo Partido Republicano ha pasado a ser su propiedad privada, tras la huida de los halcones neocons y de las tradicionales familias liberal-conservadoras.
En los cuatro años fuera del poder ha recogido los frutos sembrados durante su presidencia con el control del republicanismo y el nombramiento de más de 200 jueces de la derecha más extrema. La capacidad de bloqueo de la minoría republicana en el Senado le permitió eludir el segundo procedimiento de destitución o impeachment por incitación a la insurrección, repitiendo así el esquema de exoneración del primer impeachment dos años antes por abuso de poder e interferencia en la acción de la justicia.
El mayor trofeo lo consiguió cuando el Tribunal Supremo anuló la sentencia que protegía el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo. Sin estos magistrados nombrados por él no se explican las dilaciones y las resoluciones favorables en las cuatro causas penales en las que está encausado. No ha podido evitar, en cambio, que se le declarara culpable en una de ellas por 34 delitos de falsificación de registros contables para encubrir el soborno a una actriz porno. Ahora está a la espera de la sentencia penal que todavía puede mandarle entre rejas.
El Supremo también ha reconocido su inmunidad presidencial, de forma que tendrá a mano nuevos abusos de poder e interferencias en la justicia si gana las elecciones. Entonces también estará cantada su autoexoneración, la destitución del fiscal especial que le investiga, la amnistía para los asaltantes del Capitolio, y la anunciada venganza para Biden y los republicanos traidores. No hay ningún sistema de control sobre el poder presidencial que no haya fallado.
Las huellas del lobo conducen a los cuatro puntos cardinales de las guerras presentes o futuras. En Ucrania son obvias: las antiguas y las recientes. Han sido constantes los contactos con Putin, siete al menos, según ha contado Bob Woodward en su último libro, y también sus esfuerzos por dificultar la ayuda a Kiev. Su plan de paz es el de Putin. En Oriente Próximo, ha sido el rompehielos de Netanyahu: ruptura del acuerdo nuclear con Irán, traslado de la Embajada estadounidense a Jerusalén, reconocimiento de la soberanía israelí sobre el Golán sirio, clausura de la oficina palestina en Washington y Acuerdos Abraham para terminar el conflicto árabe-israelí a espaldas de los palestinos.
Su cómico idilio con Kim Jong-un no sirvió para desarmar al dictador norcoreano, sino que le dio ánimos para consolidar a Corea del Norte como potencia balística y nuclear aliada de Rusia y mandar ahora 10.000 soldados a combatir contra Ucrania. La guerra comercial con China ya en marcha no excluye en sus cálculos mercantilistas que entregue a Taiwán o desproteja a Japón si no pagan la factura que reclama por el paraguas nuclear.
Son numerosos los países donde suenan las alarmas ante el eventual regreso del lobo y unos pocos los que lo esperan. Lo temen Ucrania, Corea del Sur, Japón y Taiwán, que cuentan con débiles cartas ante la diplomacia transaccional trumpista. Fácilmente, serán moneda de cambio en los tratos con Rusia y con China. Cada uno deberá hacerse cargo de su propia seguridad, principio que vale para Europa como para Oriente Próximo, donde Israel cuenta con la ventaja militar garantizada por Estados Unidos y los palestinos con una nula consideración para sus derechos.
Trump ha instalado dos ideas subversivas para la democracia: la negativa a conceder la victoria del adversario y la permanente difusión de insidias y bulos para desprestigiar el sistema electoral. Si gana este martes, será un amenazante supercontagiador del virus autoritario del que deberán protegerse las democracias liberales. Estas premoniciones se leen fácilmente en el rastro de desorden que deja tras sí el gran lobo de la extrema derecha.
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El rastro es inconfundible y no engaña sobre el futuro. El expresidente ha conseguido atravesar impune el entero mandato de Biden, sin rendir cuentas ante la justicia por sus interferencias en los recuentos y su incitación al asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Ha convertido en dogma republicano el robo electoral del que se considera víctima, de forma que casi el 70% de sus votantes da por ilegítima la elección de Biden. Y el viejo Partido Republicano ha pasado a ser su propiedad privada, tras la huida de los halcones neocons y de las tradicionales familias liberal-conservadoras.
En los cuatro años fuera del poder ha recogido los frutos sembrados durante su presidencia con el control del republicanismo y el nombramiento de más de 200 jueces de la derecha más extrema. La capacidad de bloqueo de la minoría republicana en el Senado le permitió eludir el segundo procedimiento de destitución o impeachment por incitación a la insurrección, repitiendo así el esquema de exoneración del primer impeachment dos años antes por abuso de poder e interferencia en la acción de la justicia.
El mayor trofeo lo consiguió cuando el Tribunal Supremo anuló la sentencia que protegía el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo. Sin estos magistrados nombrados por él no se explican las dilaciones y las resoluciones favorables en las cuatro causas penales en las que está encausado. No ha podido evitar, en cambio, que se le declarara culpable en una de ellas por 34 delitos de falsificación de registros contables para encubrir el soborno a una actriz porno. Ahora está a la espera de la sentencia penal que todavía puede mandarle entre rejas.
El Supremo también ha reconocido su inmunidad presidencial, de forma que tendrá a mano nuevos abusos de poder e interferencias en la justicia si gana las elecciones. Entonces también estará cantada su autoexoneración, la destitución del fiscal especial que le investiga, la amnistía para los asaltantes del Capitolio, y la anunciada venganza para Biden y los republicanos traidores. No hay ningún sistema de control sobre el poder presidencial que no haya fallado.
Las huellas del lobo conducen a los cuatro puntos cardinales de las guerras presentes o futuras. En Ucrania son obvias: las antiguas y las recientes. Han sido constantes los contactos con Putin, siete al menos, según ha contado Bob Woodward en su último libro, y también sus esfuerzos por dificultar la ayuda a Kiev. Su plan de paz es el de Putin. En Oriente Próximo, ha sido el rompehielos de Netanyahu: ruptura del acuerdo nuclear con Irán, traslado de la Embajada estadounidense a Jerusalén, reconocimiento de la soberanía israelí sobre el Golán sirio, clausura de la oficina palestina en Washington y Acuerdos Abraham para terminar el conflicto árabe-israelí a espaldas de los palestinos.
Su cómico idilio con Kim Jong-un no sirvió para desarmar al dictador norcoreano, sino que le dio ánimos para consolidar a Corea del Norte como potencia balística y nuclear aliada de Rusia y mandar ahora 10.000 soldados a combatir contra Ucrania. La guerra comercial con China ya en marcha no excluye en sus cálculos mercantilistas que entregue a Taiwán o desproteja a Japón si no pagan la factura que reclama por el paraguas nuclear.
Son numerosos los países donde suenan las alarmas ante el eventual regreso del lobo y unos pocos los que lo esperan. Lo temen Ucrania, Corea del Sur, Japón y Taiwán, que cuentan con débiles cartas ante la diplomacia transaccional trumpista. Fácilmente, serán moneda de cambio en los tratos con Rusia y con China. Cada uno deberá hacerse cargo de su propia seguridad, principio que vale para Europa como para Oriente Próximo, donde Israel cuenta con la ventaja militar garantizada por Estados Unidos y los palestinos con una nula consideración para sus derechos.
Trump ha instalado dos ideas subversivas para la democracia: la negativa a conceder la victoria del adversario y la permanente difusión de insidias y bulos para desprestigiar el sistema electoral. Si gana este martes, será un amenazante supercontagiador del virus autoritario del que deberán protegerse las democracias liberales. Estas premoniciones se leen fácilmente en el rastro de desorden que deja tras sí el gran lobo de la extrema derecha.
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