Charley_Pfeffer
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Jesús Fraile tenía 21 años, una novia que se llamaba Florinda y 29 documentos y objetos en los bolsillos el 7 de abril de 1939, cuando murió, de tifus, en el hospital del campo de concentración de Septfonds (Francia). Aparecieron junto a las pertenencias de otros 41 hombres, en 2013, en una vieja urna electoral de madera abandonada en un desván del Ayuntamiento de esa localidad. “No sabían qué hacer con ello”, explica el archivero y profesor de Historia Philippe Guillén, hijo y nieto de refugiados españoles, “y me llamaron a mí”.
Guillén examinó los objetos, más de 500, los catalogó, los trató para que no de deterioraran más. A todo ese proceso lo llama, orgulloso, “la misión”. Le conmovió especialmente uno de ellos ―“una barra de labios, último regalo que uno de aquellos hombres había recibido de su novia”— y publicó la novela gráfica Un republicano español: muerto a los 20 años (Alda Talent), que resume la historia de todos los dueños de los pequeños tesoros que tuvo en sus manos. El cómic incluye una lista con los presos españoles muertos en el campo y los hallazgos en la urna electoral para tratar de localizar a sus familias. Una de ellas, la de Jesús Fraile, ya ha aparecido: el pasado sábado visitó su tumba.
“Para nosotros”, explica David Fraile, sobrino nieto de Jesús, “era la historia del tío muerto en la guerra. Mi abuela me la contó cuando yo estaba en el instituto y mi padre cuando yo ya había terminado la universidad. Le apenaba mucho. En 2020 murió de covid, solo en un hospital, como Jesús Fraile. Y decidí, con mi hermano, ponerme a investigar: buscar documentos, escanear fotografías antiguas... tratar de averiguar más. Contactamos con Philippe, que ha hecho una labor magnífica y, finalmente, viajamos a Francia”.
David Fraile y su pareja deshacen los últimos pasos de Jesús Fraile, tratan de ponerse en su lugar. “Intentó verse con Florinda en la estación de Mataró, ambos estuvieron allí el mismo día, pero no llegaron a encontrarse. En una carta, Florida cuenta que fue a buscarlo a Septfonds, pero Jesús había llegado en tal malas condiciones que murió al poco tiempo”. En concreto, a los 22 días: ingresó en el campo el 17 de marzo de 1939 y falleció el 7 de abril. Su novia escribe entonces a la familia de Jesús para comunicarles “la maldita desgracia” del fallecimiento de “lo que más quería en este mundo”. “En esa carta”, relata David, “ella casi se presenta, porque a Jesús lo había conocido en la guerra y no sabían de ella. Pero mi abuela le pidió que fuera al pueblo, a Maranchón [Guadalajara] y por pena o por terapia... Ella se quedó a vivir con ellos. Mi padre, que apenas llegó a conocer a Jesús, se crio con ella. Era como su tía”. Entre los objetos recuperados en la urna electoral, hay varias fotografías dedicadas de Florinda: “Con todo mi corazón, para que puedas mirarme cuando no esté a tu lado”, escribe en una de ellas. “Estaban”, recuerda David, “dentro de una bolsita con un lazo negro que la envolvía, como si fuera un regalo. Fue muy emocionante ver y poder tocar las cosas de mi antepasado. Había también una foto pequeñita con mi padre, de un año, y de su hermano, con él. Nos dieron opción de quedarnos los objetos, pero donde están ahora [en los archivos de Tarn-et Garonne] pueden verlos más personas y creo que son patrimonio de todos porque la de mi tío es la historia de tantos otros que, a causa de la guerra, murieron justo cuando empezaban a vivir, como recuerda el cómic de Philippe”.
Guillén coincide: “Yo he leído muchos libros de historia. He escrito libros de historia, pero esto es distinto. Es algo físico, que huele, que puedes tocar, por eso es tan emocionante. Son objetos emblemáticos que cuentan el exilio de los republicanos, las condiciones en las que fueron acogidos por Francia y esa es, también, la historia de mi propia familia. Una de las fotografías halladas en esa antigua urna electoral me hizo llorar porque era del mismo sitio donde nació mi padre; en otra aparecía un joven soldado nadando en un río, el mismo que mi familia me enseñó la primera vez que fui a España y donde mi tío me dijo: ‘Aquí aprendimos a nadar”.
David Fraile y su pareja marcharon casi 85 años después, desde la estación francesa de Borredon, a la que llegaron miles de españoles huyendo de Franco, hasta el campo de concentración y el cementerio de Septfonds. En el recorrido coincidieron con Carmen Negrín, nieta del último jefe de Gobierno de la II República española. “Cada uno nos iba contando la historia de sus familiares y tratábamos de ponernos en la piel de todos ellos, apenas niños, buscando refugio. Luego nos quedamos con Philippe frente a la tumba de mi tío abuelo, la número 28. Colocamos una placa que hizo mi pareja, unas flores con los colores de la República, y yo esparcí, sobre las piedras, las cenizas de mi padre. Fue muy, muy emocionante”.
“A los españoles”, cuenta Guillén, “los enterraron a unos kilómetros del pueblo porque en esa época los franceses no querían que mezclasen sus tumbas con las de los rojos”. Cesáreo Bustos Delgado, superviviente de Mauthausen, denunció a finales de los setenta el abandono del camposanto ―”por la maleza y las zarzas era imposible pasar”— y movilizó a las autoridades para rehabilitarlo. Hoy hay un árbol por cada uno de los 81 presos españoles fallecidos y una poesía de Rafael Alberti en la puerta, Vosotros no caísteis, que dice: “Se oye vuestro nacer, vuestra lenta fatiga, vuestro empujar de nuevo bajo la tapa dura de la tierra que al daros la forma de una espiga, siente en la flor del trigo su juventud futura”. Tras fundir el pasado y el presente en las piedras de la tumba de Jesús Fraile, su sobrino nieto David acompañó a las asociaciones de memoria en una protesta contra los planes para instalar una granja de cerdos en las inmediaciones del antiguo campo de concentración. La memoria sigue siendo campo de batalla.
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Guillén examinó los objetos, más de 500, los catalogó, los trató para que no de deterioraran más. A todo ese proceso lo llama, orgulloso, “la misión”. Le conmovió especialmente uno de ellos ―“una barra de labios, último regalo que uno de aquellos hombres había recibido de su novia”— y publicó la novela gráfica Un republicano español: muerto a los 20 años (Alda Talent), que resume la historia de todos los dueños de los pequeños tesoros que tuvo en sus manos. El cómic incluye una lista con los presos españoles muertos en el campo y los hallazgos en la urna electoral para tratar de localizar a sus familias. Una de ellas, la de Jesús Fraile, ya ha aparecido: el pasado sábado visitó su tumba.
“Para nosotros”, explica David Fraile, sobrino nieto de Jesús, “era la historia del tío muerto en la guerra. Mi abuela me la contó cuando yo estaba en el instituto y mi padre cuando yo ya había terminado la universidad. Le apenaba mucho. En 2020 murió de covid, solo en un hospital, como Jesús Fraile. Y decidí, con mi hermano, ponerme a investigar: buscar documentos, escanear fotografías antiguas... tratar de averiguar más. Contactamos con Philippe, que ha hecho una labor magnífica y, finalmente, viajamos a Francia”.
David Fraile y su pareja deshacen los últimos pasos de Jesús Fraile, tratan de ponerse en su lugar. “Intentó verse con Florinda en la estación de Mataró, ambos estuvieron allí el mismo día, pero no llegaron a encontrarse. En una carta, Florida cuenta que fue a buscarlo a Septfonds, pero Jesús había llegado en tal malas condiciones que murió al poco tiempo”. En concreto, a los 22 días: ingresó en el campo el 17 de marzo de 1939 y falleció el 7 de abril. Su novia escribe entonces a la familia de Jesús para comunicarles “la maldita desgracia” del fallecimiento de “lo que más quería en este mundo”. “En esa carta”, relata David, “ella casi se presenta, porque a Jesús lo había conocido en la guerra y no sabían de ella. Pero mi abuela le pidió que fuera al pueblo, a Maranchón [Guadalajara] y por pena o por terapia... Ella se quedó a vivir con ellos. Mi padre, que apenas llegó a conocer a Jesús, se crio con ella. Era como su tía”. Entre los objetos recuperados en la urna electoral, hay varias fotografías dedicadas de Florinda: “Con todo mi corazón, para que puedas mirarme cuando no esté a tu lado”, escribe en una de ellas. “Estaban”, recuerda David, “dentro de una bolsita con un lazo negro que la envolvía, como si fuera un regalo. Fue muy emocionante ver y poder tocar las cosas de mi antepasado. Había también una foto pequeñita con mi padre, de un año, y de su hermano, con él. Nos dieron opción de quedarnos los objetos, pero donde están ahora [en los archivos de Tarn-et Garonne] pueden verlos más personas y creo que son patrimonio de todos porque la de mi tío es la historia de tantos otros que, a causa de la guerra, murieron justo cuando empezaban a vivir, como recuerda el cómic de Philippe”.
Guillén coincide: “Yo he leído muchos libros de historia. He escrito libros de historia, pero esto es distinto. Es algo físico, que huele, que puedes tocar, por eso es tan emocionante. Son objetos emblemáticos que cuentan el exilio de los republicanos, las condiciones en las que fueron acogidos por Francia y esa es, también, la historia de mi propia familia. Una de las fotografías halladas en esa antigua urna electoral me hizo llorar porque era del mismo sitio donde nació mi padre; en otra aparecía un joven soldado nadando en un río, el mismo que mi familia me enseñó la primera vez que fui a España y donde mi tío me dijo: ‘Aquí aprendimos a nadar”.
David Fraile y su pareja marcharon casi 85 años después, desde la estación francesa de Borredon, a la que llegaron miles de españoles huyendo de Franco, hasta el campo de concentración y el cementerio de Septfonds. En el recorrido coincidieron con Carmen Negrín, nieta del último jefe de Gobierno de la II República española. “Cada uno nos iba contando la historia de sus familiares y tratábamos de ponernos en la piel de todos ellos, apenas niños, buscando refugio. Luego nos quedamos con Philippe frente a la tumba de mi tío abuelo, la número 28. Colocamos una placa que hizo mi pareja, unas flores con los colores de la República, y yo esparcí, sobre las piedras, las cenizas de mi padre. Fue muy, muy emocionante”.
“A los españoles”, cuenta Guillén, “los enterraron a unos kilómetros del pueblo porque en esa época los franceses no querían que mezclasen sus tumbas con las de los rojos”. Cesáreo Bustos Delgado, superviviente de Mauthausen, denunció a finales de los setenta el abandono del camposanto ―”por la maleza y las zarzas era imposible pasar”— y movilizó a las autoridades para rehabilitarlo. Hoy hay un árbol por cada uno de los 81 presos españoles fallecidos y una poesía de Rafael Alberti en la puerta, Vosotros no caísteis, que dice: “Se oye vuestro nacer, vuestra lenta fatiga, vuestro empujar de nuevo bajo la tapa dura de la tierra que al daros la forma de una espiga, siente en la flor del trigo su juventud futura”. Tras fundir el pasado y el presente en las piedras de la tumba de Jesús Fraile, su sobrino nieto David acompañó a las asociaciones de memoria en una protesta contra los planes para instalar una granja de cerdos en las inmediaciones del antiguo campo de concentración. La memoria sigue siendo campo de batalla.
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El rastro de tinta hasta la tumba 28 del campo de concentración de Septfonds
Philippe Guillén recupera en un cómic la memoria de los republicanos muertos en Francia en 1939. La familia de una de las víctimas ya ha visto los objetos que llevaba cuando falleció, hallados ocho décadas después en una vieja urna electoral
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