Norene_Bruen
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 53
La frontera entre Paiporta y Picaña la componen unas vías de tren melifluas, dalinianas. Un operario se esfuerza en cortarlas con una espada de luz de acetileno. Los camiones militares levantan una nube de polvo rojo y tóxico que otorga al conjunto un cierto aire apocalíptico e iraquí, y parece que al fondo ardieran pozos petrolíferos. Junto a las vías, sentados en una escalera, charlan un punki y un legionario. He reparado en ellos al aparcar mi 'Princesa Ana,' una de esas motos británicas con las que puedes acercarte a las carreras de Ascot o a cubrir unas inundaciones. Cuando se fueron los 'influencers', se quedó en Paiporta un resto de gente áspera y determinada, tipos y tipas duros como jabalíes capaces de limpiar de un garaje veinte días de barro estancado con miasmas. Gente que te saca del hoyo lo mismo que te harían cambiar de acera si te los cruzas una noche camino de un polígono. Estos dos forman parte de ese grupo. De pronto, el legionario le adelanta el mechero al pitillo del punki, sentado en una escalera, y en el hueco de la mano protege una llama vacilante y naranja, espiritual casi de Adviento. Echan más humo que un vapor de Pinillos entre Cádiz y Nueva York. Hablan entre ellos en una intimidad imposible. El Lejía llega como de luchar en la guerra de Argelia. No es un pibe de gimnasio, hinchado de batidos con sabor a plátano y seis por ciento de creatina. Parece más bien enjuto, moreno y resistente, y por los músculos del cuello se le encaraman unos tatuajes tristes y desdibujados como todas las derrotas. Luce una barba poblada, cárdena y con un punto naranja de nicotina sobre el bigote. El punki lleva un EPI blanco desastrado y rematado con cinta de embalar para que no le entre la mugre en unas botas con más madrugadas que la orquesta California. Sobre las yugulares flacas se le tensa la piel más curada que un jamón y una cara curtida como de afeitársela en la fuente de algún parque. De las orejas le cuelgan más pendientes que aros tiene una cortina de ducha y corona su andariego aspecto una crestilla derrotada por la intemperie, los años y la calvicie.Quizás esos dos tipos se hayan reconocido porque saben de las cosas de la puta vida y de la miseria de los de arriba aunque, cada uno cumple con el deber a su santa manera. Uno sale de un cuartel que imagino con foto del Rey y diana para jugar a los dardos y el otro, como de dormir en un cajero en los últimos sanfermines.Se miran y sonríen en una consciencia común, intuida, prepolítica. Entre ambos se han cavado cien trincheras y ese muro que construyen los obreros de la miseria, pero ahí están echando unas risas, juntos y cómplices contra pronóstico de mil vendedores de odio. Mientras disimulo buscando algo en la mochila, pienso lo bellos que resultan fumando ese piti y les hubiera pedido una calada si no hubiera prometido no volver al fumeque. De las orejas le cuelgan más pendientes que aros tiene una cortina de duchaAlgo ha dicho el punki y, de pronto, ambos sueltan una carcajada que se pierde, socarrona, en el cielo ocre y mortecino del fin del mundo. Cuando has visto un determinado número de cosas, sabes distinguir entre las que no quieres que vean tus hijos y las que sí. Esta es de las segundas. Ojalá hubieran estado allí los niños para señalarles a la pareja y decirles al oído: «Mirad, hijos: eso es España».
Cargando…
www.abc.es