La tecnología ha revolucionado todos los aspectos de nuestra vida y el sector educativo no es una excepción . Desde entonces, la tecnología es indispensable en las aulas. Las primeras introducciones tenían más que ver con soportes como ordenadores o pizarras interactivas, pero en los últimos años han ganado terreno los procesos de aprendizaje y evaluación de los alumnos. En general, la integración de la tecnología ha sido positiva para profesores y estudiantes, pero la incorporación de la inteligencia artificial plantea incontables debates éticos que cuestionan el rol del docente.Esta revolución tecnológica ha ido avanzando. El cambio más significativo se produjo a raíz del confinamiento, cuando el porcentaje de profesores que incorporaban las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en las aulas aumentó un 25 por ciento, según un estudio de Blink Learning. En países como EE.UU. y China, la presencia de la inteligencia artificial en las aulas ya es una realidad palpable. En Texas, por ejemplo, hasta 4.000 profesores han sido reemplazados por la inteligencia artificial GPT-4 para corregir los exámenes Starr, que determinan si los alumnos avanzan o repiten curso, una cuestión crucial. En algunas ciudades de China se están introduciendo tabletas con IA para reemplazar las clases particulares, lo que ha reducido la demanda de docentes. Como podemos ver, el desplazamiento e incluso la sustitución de los profesores es ya una realidad, lejos de ser una mera predicción futurista.Si bien la tecnología puede aumentar la eficiencia y optimizar el aprendizaje en ciertos aspectos, también plantea un reto para el desarrollo de habilidades emocionales y creativas en los estudiantes. La interacción humana, la empatía y la capacidad de pensar de manera original son innatas al ser humano. Es por eso que, aunque la IA pueda ofrecer soluciones rápidas y efectivas, no debe sustituir el papel del docente, quien no solo enseña contenidos, sino que también fomenta el pensamiento crítico, la creatividad y el crecimiento emocional de los estudiantes. Tal y como explica el creador del informe PISA, Andreas Schleicher, «los resultados de aprendizaje siempre son el producto de la cantidad y la calidad de las oportunidades de aprendizaje». Es durante el proceso de aprendizaje, por muy arduo que sea, donde el estudiante, bajo la guía del docente, absorbe realmente el conocimiento, creando un impacto duradero en lo aprendido. El aprendizaje no es conocimiento en sí, sino que incluye la experiencia de vivirlo, y de hacerlo con personas afines a ese contexto en el que te desarrollas, no solo intelectualmente, sino también en el plano personal. El dónde y con quién (y no con qué) adquieren una relevancia mayor en un entorno cada vez más digitalizado e impersonal.En este proceso el docente tiene un papel fundamental, pues su labor va más allá de impartir conocimientos. Los profesores fomentan habilidades blandas, que son intangibles y difíciles de medir, pero que son esenciales para el desarrollo personal de los estudiantes. A pesar de ello, no podemos sucumbir al negacionismo tecnológico que algunos promueven. La integración de las TIC en las aulas ha sido, y continúa siendo, un avance tanto para alumnos como para docentes. No obstante, es fundamental que mantengamos un enfoque crítico y reflexivo sobre el uso que se le dará a la IA en un futuro que ya es presente .En conclusión, la inteligencia artificial puede ser una herramienta poderosa para complementar la enseñanza, pero no puede reemplazar la esencia del proceso educativo. Los docentes son los pilares sobre los que se construye el futuro de nuestros estudiantes, guiándolos en su desarrollo intelectual, emocional y social. ¿Cuántos de nosotros hemos elegido nuestra carrera gracias a ese profesor que nos inspiró, que dejó huella en nuestra vida? En un mundo cada vez más automatizado, es crucial que sigamos valorando el impacto humano en la educación. Solo así podremos formar una generación que no solo sea capaz de dominar la tecnología, sino de usarla con sabiduría y responsabilidad.SOBRE EL AUTOR ANTONIO BARBEITO es presidente de la Asociación de Academias de Enseñanza de Madrid
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