leann.nitzsche
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No hay semana que no exista un hecho que venga aderezado con la efectista exclamación de "esto es un acontecimiento histórico". Vivimos constantemente en 'días claves', en 'jornadas decisivas', en una perpetua 'circunstancia histórica'. Lo mismo con un suceso informativo que con la berrea de David Broncano en su particular Revuelta. Todo es histórico.
Mitificar cada paso puede verse como una táctica de la televisión para captar la atención de los espectadores. Más aún en tiempos de tantas armas de despiste masivo: WhatsApp, Instagram, Telegram, X... Aparentemente, los medios de comunicación tradicionales necesitan una intensidad narrativa extra para transmitir y calar entre tanto impacto audiovisual que tenemos directamente metido en nuestro bolsillo, en nuestro teléfono móvil.
Pero no acusemos a la tele. Que siempre es la diana fácil para justificar tantos males. En realidad, somos nosotros los primeros culpables de los días históricos. Los alimentamos en primera persona, pues nos permiten sentirnos dentro de la historia. Queremos creernos que nuestra vida no para de asistir con sus propios ojos a giros insólitos. Queremos confiar que somos arte y parte de la historia. Queremos ser protagonistas.
Sin embargo, solamente la perspectiva que otorga el paso del tiempo marcará en la historia real lo verdaderamente relevante o lo meramente anecdótico de la actualidad que vivimos. La mayoría, probablemente sean sucesos más volátiles de lo que la pasión del vivo y el directo nos permitió ver.
La sociedad de la viralidad nos anima a dar like a las fotos que gustan, nos empuja a valorar los restaurantes que degustamos, nos insiste en que debemos puntuar a los profesionales que están en aquellos lugares que pisamos. Hasta los alumnos puntúan a sus profesores. El mundo al revés. Así hemos ido naturalizando en nuestras cabecitas una impaciencia de sociedad de consumo en la que el cliente siempre debe merecer la razón. También en la manera en la que procesamos la información, pisando el acelerador sin tregua. Ansiamos todo ya. Ahora mismo. Aunque todavía no existan certezas. Lo que nos hace abrazar la especulación rimbombante.
Este marketing de lo épico, heroico e histórico conquista la emoción hasta, incluso, desactivar el pensamiento crítico. Tanto que nos puede empujar al síndrome de Tamara Falcó en Got Talent. O lo que es lo mismo: juzgar todo con la osada seguridad que otorga la inconsciencia de no tener ni idea de prácticamente nada. Y, mientras lo hacemos, somos un poquito más felices porque nos hemos creído seres históricos repitiéndonos a nosotros mismos que estamos viviendo cosas históricas. Valgan las redundancias. Total, estamos absortos en las redundancias.
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